Martes 16 de abril 2024

Aprenden y se divierten en talleres de cocina y herrería

Redacción 13/11/2013 - 04.16.hs
En el colegio Marcelino Catrón (Barrio Aeropuerto) funcionan diversos talleres en los que los chicos, además de aprender un oficio, mejoran su convivencia. "Compartís más cosas y estás más relajada que en el aula", contó Tamara.

La elección del plato del día fue una buena fuente de tallarines caseros. Entre todos cumplieron los distintos pasos y nadie miró el reloj buscando que el tiempo pase rápido para emprender la retirada. Al contrario, está claro que se sienten a gusto y comparten un momento distinto, que los saca de la rutina escolar y los instala en un momento que depara diferentes satisfacciones.
"A mí me encanta cocinar, mucho no sabía pero ahora ya sé hacer un montón de cosas. Muchos de los productos que hacemos los comemos acá entre todos o los llevamos a la casa de cada uno", comentó Axel, de 13 años y uno de los más entusiastas a la hora de llenarse las manos de harina.
"Hacemos tallarines, ñoquis, pastelitos, palmeritas, empanaditas de hojaldre, pepitos, de todo. El profe nos da opciones para elegir y de ahí sacamos lo que hacemos en el día", añadió Agustín (13), otro de los varones de primer año del colegio secundario Marcelino Catrón que asiste al taller de cocina.

 

Desde el establecimiento educativo (ex Unidad Educativa 2) se buscó la forma de darles otros espacios a los alumnos; iniciativas que buscan una mejor convivencia, un buen aprovechamiento del tiempo y el aprendizaje de un oficio que, en muchos casos, puede transformarse en una herramienta para una futura fuente laboral.
"En el colegio tenemos distintas realidades sociales, algunas de situaciones complicadas, y por eso es valioso que los chicos tengan otras vías de aprendizaje que no sean las que impone la currícula. Es una experiencia que nos da buenos resultados en distintos aspectos", explicó Raquel Valderrama, directora del establecimiento.
La mayoría de los alumnos proviene de los barrios Santa María de la Pampa, Aeropuerto y Villa Germinal. Entre ellos se incluyen algunos jóvenes integrados y también chicas con problemas judiciales.
"Para mí la experiencia es muy buena. No he tenido ningún problema; tienen cosas de chicos como cualquier otro, pero me responden de la mejor manera. Se enganchan con la propuesta y sienten que pueden hacer algo por ellos mismos. Eso es importante", destacó Miguel Suhur, confitero de profesión y quien está cargo del taller.

 

"En casa se ponen contentos porque ayudamos y podemos cocinar. Está bueno además porque si a alguien le interesa lo puede tomar como un oficio", aseguró Bladimir (15).
Alan (14) y Jimmy (12), del turno mañana, junto a Elías (14), Axel (14) y Jonatan (15), de la tarde, son algunos de los varones que amasan y hornean. En una muestra clara de los nuevos paradigmas culturales, son más ellos que ellas los que elaboran las pizzetas, las masitas, las marineras o la pastafrola.
"Está buena la convivencia porque acá estamos todos en lo mismo y hacemos lo que nos gusta. Te conocés un poco más y estás más relajada que en el aula", señaló Tamara (14), que junto a Soledad (14) y Aixa (15) conforman el trío femenino del taller. Todos arremangados, con la ropa espolvoreada de blanco, trabajan codo a codo para que los tallarines se luzcan cuando lleguen a la mesa.
"Lo bueno es que a veces nos juntamos a comer lo que elaboramos acá; son cosas que surgen después de haber compartido la cocina en el colegio", expresó Axel. Miguel también resalta esa derivación del taller: compartir más allá de las paredes del colegio.
En otro sector del edificio Luis (15), Ignacio (14), Fabricio (14) y Enzo (14) están concentrados en una faena muy diferente: desarman un ventilador de techo, prueban conexiones eléctricas o se cubren de las chispas de una soldadura.

 

"Está muy bueno porque aprendés mucho. Te sirve no solo como un trabajo sino para arreglar cosas en tu casa cuando se rompen. Es entretenido", sostuvo Fabricio respecto al taller de electricidad y herrería, que está a cargo de Daniel Sampietro.
"Una vez que arrancás con algo querés llegar a arreglarlo y que empiece a funcionar. Si lo lográs te sentís re bien", manifestó Luis mientras le da una y otra vuelta a un dispositivo que se niega a prenderse.
Tanto a los profesores como a los chicos y chicas les gustaría tener más tiempo en las actividades que eligen. Se sienten incentivados y con ganas de aprender. "Nos faltaría eso: tener más tiempo juntos. Estamos una hora y un poco más y se pasa volando. Ellos están muy enganchados y se nota que les hace bien, el tema es compensar las horas en los talleres sin que se pierdan las horas de clase obligatorias", opinó Miguel.

 

Por tratarse de un colegio que no está en el centro de la ciudad ni es de los más renombrados, es difícil que trascienda por las acciones positivas. "A veces hay que luchar contra el prejuicio, y cuando pasa algo malo puertas adentro enseguida es noticia. Por eso también es positivo señalar las cosas buenas que se hacen cada día", valoró la directora.
"En la cocina te ensuciás las manos 20 veces en una hora. Te lavás y te volvés a ensuciar, pero les encanta, y darse cuenta de eso es una satisfacción muy grande", admitió Miguel, que para certificar su afirmación tiene a su alrededor las sonrisas de todos pintadas en la cara. Y pintadas del blanco de la harina que, a esa altura de la mañana, es una compañera más.

 


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