Sabado 20 de abril 2024

Destrucción de lo humano

Redacción 26/03/2017 - 00.44.hs

Silvio Lang - En esta entrevista inédita, el filósofo argentino ya fallecido León Rozitchner afirma que "el cristianismo es la destrucción de lo humano" y explica cómo se ocupó de expropiarnos de la madre arcaica, cuyo "cuerpo despreciado el capitalismo convirtió en mercancía".
Entrevisté a León Rozitchner en julio de 2008 con motivo de la reedición facsimilar de la legendaria revista literaria y cultural Contorno, que publicó la Biblioteca Nacional. Rozitchner había formado parte del Comité de Dirección de la revista, junto a los hermanos Viñas (Ismael y David), Adelaida Gigli y Adolfo Prietto. Esta entrevista nunca se publicó. Fue censurada por Eduardo Anguita, el director del diario Miradas al sur, para el cual trabajaba en aquel momento. La creación del diario había sido encomendada por el entonces presidente, Néstor Kirchner al Grupo Veintitrés para hacer públicas las denuncias de la expropiación de Papel Prensa por parte del Grupo Clarín, durante la última dictadura militar. Anguita puso el grito en el cielo cuando ojeó el título: "El cristianismo es la destrucción de lo humano", el cual recuperaba, textual, una de las frases que había dicho León en la larga conversación que mantuvimos, en su estudio de la calle La Pampa, en Belgrano. La calle lleva el nombre de la provincia donde nací y me crié. "¡Nuestros lectores creyentes se van a sentir ofendidos!", gritaba Anguita. "¿A quién le importa que haya estudiado en La Sorbona? Además, ¿qué tiene que ver la madre con la política? ¡El nuestro es un diario político!", seguía el jefe, un ex guerrillero del ERP, ex jugador de rugby, quien tubo una infancia católica como mucho de los militantes de Montoneros; su madre fue desaparecida por la dictadura. A la semana renuncié al diario luego de otra humillación de su parte, delante de todos los compañeros y compañeras que, aterrados por el jefe, no pudieron defenderme. Me sentía un colimba en la redacción de un diario progresista. Y que me hayan suprimido a León fue la gota que rebalsó el vaso. Quizá ahora puedo comprender a mi ex-jefe, digo, sentir su tormento, aunque repudie aún su psicopatía. Y es justamente, desde el pensamiento de León que puedo hacerlo. Desde su crítica inmanente, que hizo en 1966 a nuestras guerrillas en una disputatio con su amigo, líder del peronismo revolucionario, John Williams Cooke, ("La izquierda sin sujeto"); desde su desmontaje del fundamento de terror en la figura del Jefe actuando en nuestros cuerpos (Perón. Entre la sangre y el tiempo); y desde el desmantelamiento del cristianismo como soporte de la desposesión capitalista (La cosa y la cruz. Cristianismo y Capitalismo).

 

Nuestro.
Leon Rozitchner, sea, quizás, nuestro filósofo argentino más inmenso y singular. Digo, el que ha podido alojar, intervenir y demostrar los efectos de las catástrofes de la historia argentina en nuestras historias más íntimas. Fue hasta los últimos tiempos de su vida un infatigable pensador de la materialidad de nuestras vidas globalizadas (El terror y la gracia). Crítico de Jacques Lacan y Louis Althusser realizó -en la década de 1970- una singular e inaudita articulación entre marxismo y psicoanálisis (Freud y los límites del individualismo burgués y Freud y el problema del poder), que el establishment aún se resiste a reconocer. Él mismo atribuye la resistencia a su filosofía, en argot freudiano, a una "angustia-señal": el miedo intelectual a que algo impensado disperse sus antiguas certezas. "Estimado Silvio: son las dos de la madrugada y aquí te envío la entrevista corregida", me escribió en un mail con el archivo, que respeto tal cual.
P.: -¿A 55 años de la aparición de la revista Contorno cuál es para usted, hoy, su significado?
L. R.: -Formábamos parte de un país, pensábamos en él, éramos amigos, teníamos inquietudes y certezas. Hicimos lo que teníamos ganas sin pensar en el mármol de la Biblioteca Nacional. Contorno fue la sorpresa de haber dicho algo que interesó a los otros. Su mérito: que como grupo hayamos sido una célula sensible para captar cierto tipo de experiencias que nos eran comunes. Que esos escritos hayan resultado novedosos es un efecto inesperado que se inscribe más tarde en la academia. Nosotros queríamos que la gente viera la realidad de otro modo. Quizás también que nos quisieran.
P.: -¿Cuál era la función de la crítica literaria para el comité de dirección de la revista?
L. R.: -Pasó mucho tiempo. Pero recuerdo que nos importaban otros temas que nos unían como amigos. La intención era incluir lo separado y excluido en un pensamiento que al unirlos les diera un nuevo sentido. De pronto meterse con un libro de (Eduardo) Mallea desde Hegel para comprender la relación del amo y del esclavo en Argentina, era un intento de situar la literatura, la política y la vida en un campo de sentido diferente al del pensamiento tradicional.
P.: -¿Hay una resistencia a la filosofía en el pensamiento argentino?
L. R.: -Sí, y hay una resistencia de la filosofía al pensamiento. La Facultad de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires no se ocupa de pensarnos "con" la filosofía, se ocupa de la historia de la filosofía, aquello que Deleuze llamó "el Edipo de la filosofía": la castración de la conciencia pensante. Son los herederos del Congreso Internacional de Filosofía durante la dictadura de Videla. Es un espacio acotado, nicho de subsistencia intelectual. Y muchos estudiantes se alejan: se resisten a dejar toda esperanza de pensar algo propio cuando entran.
P.: -¿Cómo describiría la experiencia de la escritura filosófica?
L. R.: -Cuando escribís en serio sentís que estas rompiendo un límite en lo autorizado a ser pensado. Entonces para poder escribir en serio hay que atravesar la angustia y sentir un placer nuevo que te lleva más lejos. Cuando sentís que la inquietud te sobrecoge, entonces te das cuenta que estás pensando, porque estás contrariando los límites que el lenguaje le ha impuesto al cuerpo para pensar lo autorizado. El antiguo terror de los inquisidores, ahora con nuevos títulos y armas, todavía está presente en nuestro acceso a la filosofía. La obediencia debida circula en la Akademia: o no pasás la tesis, o perdés el cargo, o no ganás el concurso, o no te publican. El cuerpo, con su señal de angustia, es el primero que lo advierte.
P.: -En su producción filosófica el cuerpo o más bien la corporeidad es primordial.
L. R.: -Hay que volver a la mater como fundamento de la materia. La madre es el fundamento de todo lo que en el hombre se elabora. Ahí es donde surgen las primeras significaciones sensibles. La madre es el primer cuerpo crucificado por el cristianismo. La filosofía ya no se pregunta por el origen de la lengua y cristianamente se detiene en el Verbo. Esa lengua tiene un cuerpo hecho sólo de palabras. El sonido, como materia éterea, el único soporte sensible del sentido. Pero hay otra lengua originaria, anterior a la lengua que adultos hablamos, las que Olender llama Las lenguas del Paraíso, que tienen al cuerpo materno de la primera infancia como su lugar de origen: los primeros sentidos que se organizan con las melodías sonoras y amorosas del cuerpo de la madre. El significante es una saliencia sonora del cuerpo apalabrado.
P.: -Nuestro cuerpo está hecho de ese primer momento histórico con el cuerpo materno.
L. R.: -Freud nos describe un materialismo ensoñado. El cuerpo que sostiene la palabra se mueve en la materialidad de ese ensueño vivido con la madre, que sostiene el sentido. Por eso el racionalismo metafísico lo que ha hecho es ver las cosas como meras cosas: desacralizadas, sin ese ensueño. Jacques Derrida cuando se pregunta por la crisis de la racionalidad afirma la "hospitalidad incondicionada" como fundamento racional último. Pero esa experiencia "absoluta" es la que todo hombre vivió con su madre.
P.: -La madre sería lo inconmensurable...
L. R.: -El corte que hizo nuestra cultura cristiana de lo materno y lo femenino es brutal y asesino. En ella, en su cuerpo fervoroso, se proyectó lo más siniestro y temido, que llega hasta la pulsión de muerte. Con el desprecio a la madre gestadora es toda la materialidad de la naturaleza la que queda desvalorizada. Aparece lo eterno y lo puro en la madre Virgen que concibe a Cristo inseminada por Dios mismo. Y esas cualidades sensibles que le fueron expropiadas a la madre arcaica, que todos vivimos en la primera infancia son convertidas, descorporizadas, en los conceptos absolutos de la teología -y de la metafísica que la prolonga- el bien supremo, la eternidad, el amor, la omnipotencia, etc. Con esos conceptos el cristianismo construyó un Dios racional abstracto que ocupa adentro de cada uno de nosotros el lugar de la madre desplazada. Y ese cuerpo sensible depreciado, mortificado, será el que luego el capitalismo convierte en mercancía.

 


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