Miércoles 27 de marzo 2024

Gira la calesita

Redacción 26/02/2017 - 00.45.hs

Walter Cazenave * - Salvo excepciones, hay un elemento de paisaje infantil urbano que poco a poco va desapareciendo: la calesita, antaño imprescindible en todo poblado que se preciara de tal, o bien itinerante, como llegó a haber algunas que iban de pueblo en pueblo con su bagaje de alegría.
Es que pensando con una cierta cuota de nostalgia, ya desde el nombre había una carga de ingenuidad y niñez. Una nota del escritor y periodista Rodolfo M. Taboada, -lejana en el tiempo- planteaba lúcidamente la adecuada correspondencia entre el dulce nombre de calesita y los acaso menos lúcidos de carrousell, en francés, y tiovivo para el español. La k del Karrusel alemán -decía- pulverizaba la poesía del nombre del entretenimiento infantil
Es muy posible que así sea aunque si la palabra calesita es un diminutivo de calesa ("Carruaje de cuatro y, más comúnmente, de dos ruedas, con la caja abierta por delante, dos o cuatro asientos y capota de vaqueta", según el diccionario de la Academia), el parentesco entre ambas palabras no dejaría de ser una singularidad idiomática.
Lo cierto es que, reemplazadas por los juegos electrónicos, dinámicos e innovadores aunque individuales, las calesitas parecen ir apagándose poco a poco, dejando de lado aquella alegría colectiva y compartida que creaba una curiosa sociabilidad infantil al conjugar la imaginación sobre aquellos animalitos y objetos, de madera y cartón primero y de material sintético en tiempos más cercanos.

 

Nostalgia.
En verdad la calesita, con su girar incesante, musiquita alegre y gritería de niñez, alegró la infancia de al menos tres generaciones de argentinos que, con la nostalgia que nos es característica, la evocaron bajo diversas formas. Y tanto que la primera película nacional filmada en 35 mm. llevó ese título.
Un objeto nostálgico de semejante intensidad no podía escapar a la evocación musical y poética: décadas atrás, Cátulo Castillo y Mariano Mores compusieron un tango reminiscente y original, dentro de los moldes del género y con igual título; aunque ya en 1939 el padre del letrista -José González Catillo- había esbozado una letra, también cargada de la nostalgia inherente al tema. Otro antiguo tango relacionado fue "Calesita de mi barrio" del año 1949, con letra de Jesús Otero y música de Juan José Paz. Dice en su primera estrofa:
"Calesita de mi barrio que en mis años de purrete
eras el mejor juguete que me podían brindar,
Cuando paso por tu lado, recordando aquellos tiempos,
no sé explicar lo que siento, pero quisiera llorar.

 

También Borges.
Un autor tan profundo y calificado como Jorge Luis Borges tampoco escapa al sentimiento y expresa en su poema El tango:

 

Gira en el hueco la amarilla rueda
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda,

 

Más modernamente otro gran poeta, Juan Gelman, ha vuelto sobre el tema y, con música de Tata Cedrón, dice:

 

Trajín, ciudad y tarde Buenos Aires.
Aire de plaza, ruido de tranvía.
(Galopando una música de tango
gira el caballo de la calesita.)
Los hombres van y vienen. Una vieja
vende manzanas en aquella esquina.
(Corazón de madera, ojo pintado,
gira el caballo de la calesita.)

 

En el folklore.
Pero por supuesto que el recuerdo de la calesita no es patrimonio exclusivo de los tangueros. El folklorista Waldo Belloso, conocido en los años sesenta, dice con letra de Zulema Alcayaga en el Gato de la calesita:

 

En la plaza está dando vueltas,
la calesita, la calesita
Desde lejos vengo escuchando
Su musiquita, su musiquita
Va girando la calesita,
toda la plaza baila el compás!

 

Un poeta popular, hoy casi olvidado, Héctor Gagliardi, sintetizaba:

 

La luna, la va pintando
de blanco a la calesita,
y al caballo que dormita,
tordillo lo va dejando;
y el viento que va arrastrando
la tapa de una tetera
deshace un fila entera
de hormiguitas desfilando.

 

En el mundo.
Aunque todo parece apuntar a evocación y pasado, tampoco puede decirse que la calesita se ha extinguido completamente. De hecho en la Capital Federal queda todavía medio centenar de ellas que cumplen con su función de alegrar la infancia, al par que obran como elementos originales dentro de la ciudad. Lo mismo, curiosamente, ocurre en la lejana Sevilla donde el allí tiovivo es cuidado y mantenido como una característica de ese lugar andaluz. Una curiosidad al respecto es que en la austral ciudad de Usuahia existe la calesita del "fin del mundo", expresión promocional y turística que bien le cabe al lugar. Tiene la singularidad de estar adornada con hermosos dibujos y viñetas de origen italiano que crean un cierto exotismo en ese paisaje de montañas, bosque, mar y nieve.
Entre nosotros, vale la pena destacar que en Santa Rosa hubo durante mucho tiempo una calesita en la plaza Mitre y una, más antigua, en un solar de calle 18 y 9 en General Pico.
La alegría de los niños era y es la misma en todos lados.
* Geógrafo y escritor

 


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