Domingo 14 de abril 2024

La musa que me habita

Redacción Avances 25/07/2021 - 14.35.hs

Los cuentos y poemas de Marisa Isabel Medrano dejan en evidencia el amor de la autora por la literatura y por las artes en general. Los relatos podrían clasificarse de clásicos.

 

Gisela Colombo *

 

“La musa que me habita” es un libro recientemente editado por la editorial Tinta libre y escrito por Marisa Isabel Medrano. Se trata de una obra que reúne cuentos breves, y poemas que van alternándose con esa narrativa. Ambos géneros dejan claro que la autora ha profesado desde siempre el amor por la literatura y por las artes en general.
Los relatos podrían calificarse de clásicos. No sólo porque deambulan entre sus intereses los temas que han obsesionado a artistas y filósofos de toda la historia. En términos estéticos también reproducen la tradición. Aunque desde el primero de los cuentos Medrano nos revela desde qué perspectiva habrá de mirarla. Y, sin dudas será desde la óptica del Modernismo. Antoni Gaudí será el arquitecto en este proyecto también. Mediante su figura, se ilustrarán los destinos de líneas curvas, los regresos a los diferentes periodos artísticos, la convivencia en una tertulia eterna de sabios creadores. El afán de recuperar el alma de la cultura intenta superar los límites de una visión de mundo como mero cuerpo materialista.
El Modernismo todo lo dispone en torno de estos salvadores, artistas de toda procedencia y tiempo que han visto la creación como un modo más de indagar la verdad y reconocer los misterios que hacen de la vida una aventura desafiante. Son esos artistas que el Modernismo rescata del pasado la manifestación del genio humano y la más grande inspiración.

 


La autora proyecta, desde esa visión, setenta páginas que descubren un gusto plagado de referencias cultas, aunque pautadas sin ninguna presunción. Recreadas por la simple universalidad y hondura de sus productos.
Como un modo de congregar aquellas imágenes que estimularon el amor de Medrano por la creación artística, se hace presente el enorme Antoni Gaudí, cuya cita abre como epígrafe el primer cuento “Una geometría fantástica”: “La línea recta pertenece a los hombres, la curva es de Dios”. La línea recta representa en este esquema lo racional puro, lo despojado de toda tendencia emocional e intuitiva. Pero la línea curva, tan propia de los productos modernistas, guarda también esas potencias que componen al hombre y el positivismo pretendió olvidar.
El poema que irrumpe inmediatamente después, llamado “Visión” desnuda el mundo onírico y su importancia en las creencias de la autora. Puesto a ese mismo nivel de la geometría mística aplicada de Gaudí, el sueño, la creación y la experiencia alcanzan una misma relevancia.
En esas primeras páginas ya se dibuja la línea del imaginario que prevalece en la obra.

 

Noche.
Las estrellas son, acaso, de las imágenes más mencionadas. No extraña que sea la noche la que obnubila con su misterio. Y las estrellas equivalen a chispazos iluminadores, en medio de la oscuridad de una vida que no logramos comprender del todo. “Estrellas/arremolinadas/van bordando de luz/la eternidad”, reza una estrofa. Y esas luces de luciérnagas estelares son fugaces pero vienen a anunciar lo eterno y lo infinito. “La luna plateaba en la vastedad infinita, salpicada de estrellas huidizas”.
El juego se traduce en una referencia permanente a la polaridad de noche y día, en la que casi siempre la noche es el polo positivo. El cielo nocturno representa el misterio de la vida en lo que tiene de inatrapable, de abierto, de habitado por seres y fuerzas que no percibimos.
Por eso, “El alba empequeñece el cosmos” o “encandila la luz” son pruebas del valor de la noche. Por añadidura la noche se identifica con el Silencio.
“Pronto la noche fue ganando los espacios, cubriendo la planicie de soledad y silencio”.
Quizá no sea exagerado vincular esta ponderación de la noche con la formación de la autora, que es docente de lengua y literatura británicas. Sin dudas habrá frecuentado la tradición inglesa en la que prevalece por muchos siglos una corriente celta llena de relatos que ponderan la noche, el silencio y la magia.

 

Tiempo.
Un relato llamado “Latidos” vuelve a resaltar el poder creador del arte que produce con fuerzas desconocidas desde la meditación y el silencio. El artista es allí un creador de vida.
En el poema “El amor” se explicita lo que para la autora es el único elemento en que conviven el hoy sucesivo y la eternidad. La descripción objetiva, pero con mayor poder la referencia subjetiva de una escultura de Bartolini permiten imaginar que la belleza es una herramienta de conexión con el mundo emocional y no sólo convida a la contemplación gratuita de lo bello.
La animación de la imagen construye, desde un álbum de imágenes, un relato. Historias que, en muchos casos, revelan la continuidad entre el tiempo fugaz y la eternidad, la convivencia de dos mundos en uno. El visible y el que se descubrirá en esos destellos que dan el sueño y el arte. Por eso, varios retratan hechos fantásticos.
“Arlene había experimentado de forma inesperada y espontánea la precognición del hecho”. Una superación del escepticismo neoclásico se hace presente a medida en que los valores románticos, trascendentalistas, emotivos florecen. El tópico del poeta profeta, propiamente romántico pero que el Modernismo conserva, es expresión de una visión de realidad amplia, cargada de todo aquello que desconocemos y opera en nuestro mundo. El poeta profeta, según lo llama la tradición, es alguien que ha sido dotado por una vocación, a la que no puede renunciar. Debe cumplir su misión que lo ubica en un puente entre el más allá y el hombre terrenal.
Como vocación existencial, es posible observarla con claridad desde los primeros tramos de vida. Aquí Medrano va a la infancia en búsqueda de la raíz literaria. La voz poética se remonta hacia atrás en el tiempo y repiensa la presencia de la literatura en esos primeros años. “Una abuela y muchos cuentos”, con sus relatos tradicionales, empieza su buceo. En una continuidad de aquello, la autora identifica el amor por la literatura como una manifestación más de esa fe inquebrantable que supera los límites del materialismo y el despotismo de las leyes naturales. Entonces, consigna “Una respuesta” cuyo mismo epígrafe nos aclara: Una cita de Santo Tomás de Aquino “Para aquel que tiene fe, no es necesaria una explicación. Mas, para aquel sin fe, no existe explicación posible”. El cuento refiere un hecho en que la protagonista le pide a su hermano fallecido una señal de que está cerca y que la oye. La respuesta llega y no por medio de una vía explicable.
“Este existir”, el poema que sigue, dice: “[…] cuajado de misterios/ el pequeño cosmos que me habita”. Aquí ya no es un sujeto ajeno, como la musa, quien la habita. La musa ha hecho nido dentro de sí, y es un “pequeño cosmos” destinado a crecer.

 

Ojos.
“Mi cuadro favorito” es un relato que ocurre en un museo frente a una obra pictórica de Vermeer, el pintor flamenco. Allí se despliega otra de las imágenes centrales del imaginario: los ojos como pozo, por donde entra el mundo de las formas para que ya en el interior ocurra una metabolización de lo percibido en reflexiones filosóficas, cuando no en creencias. La transformación interior.
En “Viaje interior” una referencia innegable al texto de Lewis Carroll “Alicia detrás del espejo” descubre una vez más la efectividad de la actividad artística en el propósito del autoconocimiento. Incluso se explicita que la escritura es un modo de procesar el dolor para la autora: “Entonces mi angustia se transmutó en poesía”.
Y en ese marco irrumpe un texto como “Esencia”, que reedita otro tópico tradicional del hombre bestia y ángel: “mistura delicada/ de raíces y alas”.

 

Vocación.
Los que “enhebran estrellas en el cielo” son aquellos que no se conforman con experimentar y observar sino que necesitan elevar a una comprensión filosófica las observaciones circunstanciales. El texto se vuelve más metafísico e irrumpen la capilla, las cuentas del rosario y una formación católica que ha sido la primitiva en la vida de la autora.
En “Vida” se menciona un desencuentro del sol y la luna, como la incomodidad de vivir entre el tiempo eterno y la sucesión terrenal, rasgo que la autora, como tantos otros poetas, identifica con ese llamado a ser poeta, a pensarlo todo desde una eternidad de la que el mundo desconfía.
Desde un estilo simple, argumentos ágiles y una poesía de reminiscencias darianas –métrica clásica y la rima que recupera el nicaragüense–, el libro construye una peripecia por regiones existenciales de las que la cotidianidad lamentablemente suele alejarnos.

 

  • Docente y escritora
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