Martes 23 de abril 2024

Las cartas del cacique

Redacción 08/04/2018 - 00.09.hs

La historia maniquea que se enseñó en las escuelas argentinas durante al menos un siglo era definitiva en cuanto categorías: buenos y malos. Así también, unitarios y federales, civilización y barbarie, próceres y caudillos.
Walter Cazenave *- En estas dualidades tenía un papel destacado, cómo no, la de cristianos e indios. En esta última los nativos americanos, aborígenes si se quiere (aunque esta palabra no guste mucho a la antropología) desempeñan siempre el papel de bárbaros y malos, obstáculos denigrantes al avance de la "civilización" tal cual la concebía el positivismo filosófico y sus representantes de la generación del ochenta en nuestro país.
Esa concepción está reflejada en buena medida en los libros clásicos sobre el tema: La lanza rota de Schoo Lastra, los partes militares de la ocupación militar de las pampas, Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio Mansilla y, sobre todo, la clásica trilogía de Estanislao Zeballos: Calfucurá y la dinastía de los Piedra, Painé y la dinastía de los Zorros y Relmú, reina de los pinares. Esas publicaciones, con distintos niveles y enfoques antropológicos y literarios, presentan una marcada parcialidad hacia la cultura "cristiana" (por darle un nombre genérico) y, más allá de algunos detalles documentales, no tienen una mirada real y profunda sobre el indio en sí y el problema social, económico y político creado por el enfrentamiento entre dos culturas; enfrentamiento que se remonta a la misma conquista de América por los europeos. Ese enfoque es, a veces, también mendaz por omisión.
Recién a mediados del siglo pasado comienza a concretarse otra versión de los hechos, fundada tanto en la consideración de documentos como en el testimonio de los últimos sobrevivientes que, en algunos casos, empiezan a reivindicar sus derechos. Aparecen así cantidad de estudiosos que a través de múltiples trabajos y publicaciones aportan nuevas interpretaciones sobre la (mal) llamada Conquista del Desierto.

 

Correspondencia.
Recientemente asistimos a la aparición de uno de esos testimonios capaces de cambiar la visión de esa parte de la historia, o al menos de complementarla y enriquecer lo ya conocido. Se trata del libro del pampeano Omar Lobos, "Juan Calfucurá. Correspondencia. 1854-1873". En esta publicación, Lobos -también un notable cuentista- ha reunido y clasificado las cartas del famoso cacique durante ese lapso, en una tarea que bien puede calificarse como extraordinaria, ya que se desarrolla a lo largo de más de 500 páginas, concretadas en una labor que le implicó prácticamente veinte años.
Desde algún punto de vista, la publicación puede estimarse como un libro para especialistas o al menos para conocedores de la historia del indio en nuestro país, pero es, también, una obra abierta a la curiosidad de cualquier lector interesado en vida, costumbres y pensamiento político del cacique chileno. Su material, de paso, recuerda la cantidad de lugares históricos y eventualmente turísticos ubicados en nuestra provincia, prácticamente desaprovechados, como se ha señalado más de una vez.
En la imposibilidad de un comentario más amplio, a continuación se destacan los rubros más importantes y los detalles o novedades que de ellos se deducen, por supuesto que a juicio del autor de la nota y sin que signifique agotar los temas.
Se reitera la valía de un material que, de no ser por este libro -todo un acontecimiento bibliográfico en nuestro criterio-, seguiría en los archivos quién sabe por cuánto tiempo más.

 

Cristianización.
Usada la expresión no en un sentido religioso sino cultural. Es evidente que las ventajas de la civilización occidental de entonces y las innovaciones y comodidades que conllevaba, habían ganado la adhesión de la gente pampa. Adviértase el contenido de la siguiente lista solicitada a los proveedores por el ministro de Guerra para entregar al cacique, en carta del 31 de enero de 1861: 22 mantas de paño azul ribeteadas; idem punzó regular; un recado completo regular, con estribos y espuelas de plata, frenos, cabezada, riendas, fractor y rebenque; 3/3 de yerba misiones o parnaguá; 1/3 idem paraguaya; 3 barricas de azúcar terciada: 1 idem blanca; 3 rollos de tabaco negro; 2 resmas de papel para cigarros; 6 libras de añil: una pieza de bramante ordinario para hacer banderas; idem de coco azul; 10 libras de hilo blanco; 24 libras abalorios surtidos; 6 sacos de fariña; 1 blusa paño azul, para jefe; 1 pantalón paño azul, con galón para Calfucurá; 1 poncho paño azul; 1 gorra idem con galón; 5 pares de botas; 18 pañuelos de seda para manos; 1 estribo de plata para el lenguaraz; 6 ponchos de paño azul; 6 pares de botas; 6 corbatines; 12 camisas blancas; 2 chiripaes paño azul regular; 2 idem punzó idem; 12 pares calzoncillos; 6 pañuelos de seda, para manos; 1 pieza de bramante, regular; 6 lomillos y caronas regulares.
A este ejemplo se pueden agregar numerosos pedidos directos de los indios solicitando jabón, mudas de ropa, cuchillos, hachas, abalorios, galletas, cucharas, fuentes, ropa blanca, especias, fósforos, platos y hasta un organito musical.
Queda evidenciado que la gente paisana, al margen de su afición por las bebidas fuertes que siempre se les atribuyó (y que se confirma a estar por los pedidos) prácticamente se había habituado a cosas tales como los fósforos, las prendas de vestir de calidad, los ingredientes de la comida que no les eran propios, los abalorios, las botas finas... Esto al menos en los indios de cierto nivel jerárquico.
Otro rasgo significativos lo constituye el de los hijos del jefe indígena enviados a estudiar en colegios cristianos, permanecidos largo tiempo entre los cristianos y llevando, asimismo, nombres de esta cultura. De algunos pide Calfucurá su regreso a las tolderías.

 

La condición chilena.
En varias de sus misivas el cacique reconoce y reitera haber venido de Chile y, lo que es más interesante, en alguna dice que fue llamado "por Rosas", lo que implicaría el fin de una antigua discusión histórica que dudaba del hecho. La afirmación encaja también con la llegada de Calfucurá a las Salinas en calidad de comerciante al menos media docena de veces, previa a su ataque y muerte a los caciques Rondeau y Melín. A menudo menciona también, a veces como una cierta amenaza velada, la venida desde Chile de su hermano Reuque, al frente de dos o tres mil hombres, aunque suele darles la condición de comerciantes, lo que implicaba un considerable problema de logística para el alojamiento de semejante cantidad de personas y animales. El constante intercambio con transcordillera -traían tejidos y artesanías de plata y se llevaban vacas- obliga a pensar en la pertinencia con que la historia nominó a la gran ruta que unía Salinas Grandes con los pasos bajos de la cordillera: Camino de los Chilenos.

 

Armas de fuego.
Las cartas evidencian no solo el conocimiento sino también el uso de las armas de fuego por parte de la gente de Calfucurá.
Lo más notable al respecto sería la falta de organicidad y disciplina en el uso de esas armas, dadas las escasas menciones de ellas que se hacen en la historia conocida; para esos relatos el peligro siempre es la lanza o las boleadoras, acaso el facón en el cuerpo a cuerpo.
El propio cacique tenía una conciencia plena de la importancia de las armas de fuego pesadas -cañones- en los enfrentamientos y, en algún caso, solicita al bando en que milita la cesión de algún cuerpo militar que las tenga. Curiosamente, pese a las constancias anteriores, en una de sus últimas correspodencias se manifiesta quejoso y aparenta humildad en su condición guerrera "por carecer de armas de fuego". Una de las cartas finaliza diciendo: "Urquiza me mandó 30 terzerolas y moniciones mocha, 30 sables y 4 cañones (...)". La tercerola es un arma de fuego usada por la caballería, un tercio más corta que la carabina.

 

Cautivas.
En todas partes y tiempos se cuecen habas... La evidencia del dicho se advierte en una sugerencia de Calfucurá al maestro Larguía, cuando ese visitante regresa de los toldos trayendo una cautiva. El jefe indio le dice al enviado que aproveche y duerma con ella, a lo que el maestro responde que no es costumbre entre los cristianos tener relación con alguien que no sea la esposa; Calfucurá lo mira socarronamente y se larga a reír con ironía manifiesta.
Otro ejemplo del erotismo entre los indios aparece en una carta donde el cacique solicita le envíen unos polvos de tocador porque anda en trance de conquistar a una chinita que le gusta mucho. Al margen del proceder se advierte que, en ese aspecto, la autoridad del jefe no contaba y era la mujer quien elegía, refrendando lo que diría después Lucio V. Mansilla de la cultura ranquel.
El drama de las cautivas en manos de los indios no ha sido tratado en profundidad en la historia respectiva, ni con las variaciones que ofrece. Aquí se advierte por un lado el negocio que constituía el rescate, ya fuera en prendas, dinero o intercambio de indios cautivos entre los cristianos (algo poco sabido). Había una suerte de "mercado" de estas gente, hombres, mujeres y niños, que en algunos casos se negaban a irse de los toldos o regresaban a ellos.

 

La política nacional.
Las cartas de Calfucurá son una formidable evidencia de la muy importante presencia india en las guerras civiles de la época, especialmente en el conflicto entre la confederación Argentina -el interior- y Buenos Aires. Calfucurá inicialmente presta apoyo pleno a Urquiza, urgiéndolo para que ataque Buenos Aires y ofreciéndole su apoyo militar, que no era desdeñable; son cartas que, evidentemente, responden a misivas y enviados a los toldos del propio Urquiza. Pero a medida que advierte que la situación se deteriora, se inclina sutilmente hacia Buenos Aires, para terminar carteándose con Mitre en calidad de amigo, ofreciéndole apoyo y protestando deseos de una paz duradera por estar, dice, "cansado de las guerras". En este sentido la batalla de Pavón, con la sospechosa retirada de Urquiza, parece ser definitiva.

 

El desprecio.
El libro permite apreciar una condición distinta a la de un salvajismo absoluto de los indios, diferente a la que pintó desde siempre la historiografía tradicional oligárquica y positivista. Evidencia también lo acérrimo de algunos sectores respecto a la condición humana y cultural de esas gentes a quienes no le admitían ni siquiera la condición de ciudadanos argentinos que, según las constitución de 1853, tenían muchos de ellos. Dice, por ejemplo, refiriéndose a las cautivas de uno y otro bando: "¿por qué no se canjean esas indias piojentas aunque sea por la menos importante de nuestras desdichadas cautivas?" o bien "Ningún salvaje abandona voluntariamente sus hábitos, ni rompe con la familia que vive en el desierto, prefiriendo los halagos de un pueblo a las ventajas de una independencia feroz".

 

La plata.
Resulta notable advertir a través de la correspondencia citada el apego de los indios por el metal de plata. Son numerosas las veces en que entre los requerimientos que se hacen a los cristianos aparecen los aperos de plata en forma general, o detalles como estribos o adornos específicos. Este gusto era, también, compartido por los gauchos y sería interesante saber cuál es el origen de esa apreciación estética. El metal, en esta región al menos, provenía de Chile, tal cual lo señalan algunas cartas, y a menudo era trabajado en el ámbito de la toldería por artesanos propios.

 

Escribas.
El muestrario de las cartas pone de relieve una especie no demasiado tenida en cuenta: los escribas y lenguaraces, dos categorías distintas, encargados de transmitir -nada menos-ideas, conceptos y propuestas entre dos lenguas esencialmente. Algunos habían quedado en esa condición después de ser cautivados y, al parecer, gozaban de un status especial; otros se habían asimilado a los indios por propia voluntad. El libro abunda en notas de distinto tenor y calidad según quienes las redactaron, aunque no aparece la firma de Augusto Guinnard, famoso por su libro Tres años de cautividad entre los patagones, quien había estado en realidad entre los calfucuraches. Llama la atención la formalidad en los encabezamientos de las misivas, con buenos deseos para con los destinatarios y evidentemente copiadas de sus similares cristianas de entonces.

 

La toldería.
Desde siempre se ha señalado que los aduares de los calfucuraches estaban en Salinas Grandes; hasta el famoso sello del propio cacique así lo indica. Sin embargo, la alusión geográfica parece referirse más bien a la zona, ya que las salinas en sí mismas no parecen adecuadas para hacer campamento, aunque sí sus alrededores, abundantes en pasto y manantiales. Omar Lobos, autor del libro comentado, señala con acierto que para las tolderías había una cierta área itinerante, acaso según la conveniencia de aguadas y pastos. La laguna de Chilihué, al SO de las salinas, parecen haber sido el lugar principal del asentamiento y así lo demostraría la mayoría de las cartas enviadas, datadas en ese sitio.

 

Regalos.
Es llamativa la reiteración casi constante de la solicitud de regalos a los enviados indios, que son frecuentes y de distintas jerarquías, desde comerciantes a caciques y capitanejos. Generalmente el cacique pide para sí y para ellos vicios y recados, siempre presentes las prendas de plata y bebidas alcohólicas, aunque la cantidad y calidad no difiere mucho entre los distintos rangos. También, invariablemente, se solicitan yeguas (y como sería la abundancia de equinos en las pampas que nunca son menos de un centenar); estas raciones de animales -se deduce-, debían ser para comida porque casi siempre se hacen en medio de protestas de pobreza, y es conocida la preferencia de los paisanos por la carne del yeguarizo hembra y joven. También a menudo los reclamos parecen formar parte del compromiso de entrega asumido por los cristianos a cambio de que los indios no hagan invasiones.

 

La afición musical.
Si en el libro hay una característica insólita, inesperada y singular es la afición de los indios por la música. Esa característica ya se había evidenciado cuando el "Viejito porteño", título de un interesantísimo trabajo del historiador Jorge Rojas Lagarde en el que narra un viaje y estadía en los toldos del maestro Larguía y sus dos hijos, que eran guitarreros, a los que pide traiga para que se diviertan los indios "en nombre de la buena paz". Los muchachos eran continuamente requeridos para que animaran grupos, "cantando y bailando". Asimismo en las cartas hay un pedido del propio Calfucurá para que se le envíen y/o reparen piezas de un organito. También abundan las solicitudes de cuerdas de guitarras, especialmente primas.
Dentro del orden musical figura un pedido de clarines, aunque muy posiblemente destinados a la actividad castrense, ya que hay noticias de que solían servir para implementar movimientos de los lanceros. El hecho da la pauta de un cierto orden militar entre los indios, acaso originado en las enseñanzas de los cristianos -militares algunos de ellos-que se refugiaban en los toldos. Cabe señalar que en un par de cartas Calfucurá anuncia "la realización de un baile" con su gente, al menos uno de ellos combinado con una rogativa.

 

Los ranqueles.
A lo largo de todo el epistolario se evidencia una irregular relación con la parcialidad ranquel, nunca del todo buena. Se advierte que, aunque con rasgos culturales comunes, políticamente eran dos entidades diferentes que obraban según distintas necesidades y planes. Se corrobora lo ya consignado por Zeballos en Painé y la dinastía de los Zorros, cuando señala que los ranqueles tenían una suerte de guardia permanente en el Cerro del Chancho en previsión de una posible invasión de los calfucuraches. El vínculo entre ambas comunidades, a estar por las cartas, solía ser el coronel Manuel Baigorria, que tantos años había vivido entre los ranqueles; esa condición de mediador agrega otro rasgo de interés a este singular personaje.
Calfucurá, repetidamente y en cartas a los cristianos, afirma que no tiene jurisdicción sobre los ranqueles.

 

Toponimia.
El libro abre interesantes posibilidades a la ubicación de lugares significativos, precisa en algunos casos, posible en otros. Así la data de muchas de las cartas es Salinas Grandes y Chilihué en otras, lugares completamente ignorados en su faz histórico-turística. Asimismo plantea como incógnita (para este autor al menos) el singular topónimo de Laguna de la Cordillera, al parecer aledaño a los toldos de Calfucurá y lo mismo para la ubicación del topónimo Monvoltué.
Una circunstancia curiosa en cuanto al tema es, precisamente, Pichi Huinca; durante años los estudiosos del tema interpretaron el nombre literalmente como "Cristiano Petizo", aludiendo a algún personaje ignoto. Las cartas reiteran en numerosas oportunidades que tal era el apodo de Mariano Rosas o Paguitruz Güor y que su sentido verdadero debió ser "Cristiano chico" o similar, en muy probable alusión al hecho de que Mariano Pasara muchos años en las estancias de Rosas, donde adquiriera una cierta pátina de la cultura de los blancos o huincas.

 

Mitre en Sierra Chica.
En el libro hay una pieza tan notable como digna de análisis: es la carta elevada a la superioridad por Bartolomé Mitre, después del desastre militar en Sierra Chica, enfrentando a los indios. Es interesante comprobar a través del texto como Mitre trata de disimular la derrota con palabras y circunloquios cuando todo parece indicar que se debió mayoritariamente a su impericia. Los párrafos finales del parte de guerra son un buen ejemplo de cómo un relato puede tergiversar la realidad. Ayudan, de paso, a comprender como una estatura procesal se puede lograr en buena parte utilizando la ayuda del periodismo.

 

El grado militar.
El grado militar de Calfucurá -general- acaso surja de la singularidad en el trato con los cristianos que, en las cartas al menos, solían reconocerlo. Otorgado no se sabe por quién, Calfucurá lo reclama en algunas misivas, junto con los privilegios que conlleva: sueldo de la Nación o la provincia de Buenos Aires, entre ellos. Además, es frecuente que el indio solicite espadas para su atuendo personal, especificando el tipo y la forma.
También algunos caciques de segunda línea suelen aparecer nombrados como capitanes y lo mismo hasta algunos desertores quienes, al volver a filas cristianas, recuperaron grados militares. Cuando el hijo y heredero de Calfucurá, Manuel, viaja a tierras cristianas, viste un uniforme híbrido otorgado seguramente para cubrir las apariencias y el orgullo del indio, pero válido para nada.

 

* Geógrafo y escritor

 

Indios y cristianos
"Sorprende en el libro ver la estrecha relación comercial que mantenían indios y cristianos a través de una frontera, en el sentido más dinámico de esta palabra. Era constante el traslado de indios a los pueblos fronterizos para la venta de vacas, caballos, cueros de gama y plumas de avestruz, a menudo intercambiados por la adquisición de vicios. En algunas de las cartas de Calfucurá se advierte la prevención contra los compradores cristianos que, ex profeso, rebajaban los precios. Tampoco era rara la presencia de cristianos en los toldos, ya fuera por cuestiones políticas y militares o, también, personales y comerciales. Llegaban incluso a emparentarse con los indios, casándose con alguna paisana o asimilarse a su cultura, como el caso de Polonio Mendoza, y llegando a alcanzar -según señala el propio Calfucurá en una misiva-jerarquía de mando como caciques o capitanejos. A lo que parece también era frecuente la venida de gente de allende la cordillera con propósitos comerciales; traían especialmente tejidos y platería, que cambiaban fundamentalmente por ganado. En una carta del general Rivas a sus superiores, de fecha 12 de enero de 1873, se manifiesta sorprendido porque no llegan a Bahía Blanca indios a comerciar, cuando lo hacían diariamente.

 

El sello.
Un detalle poco investigado relativo a Calfucurá es la posesión de un sello personal, el que aparece en la portada del libro. No se desprende del texto que lo usara en todas las cartas pero el solo hecho de tenerlo da para varias consideraciones. En principio no se sabe cuándo ni quién lo confeccionó pero, al verlo, se deduce que no era un novato en la materia. El sello es circular y, el interior, envuelto por un aura concreta, aparece una singular heráldica representada por dos lanzas cruzadas, oblicuas, y una flecha con plumas remeras, horizontal, atravesadas verticalmente por un sable con empuñadura. El todo ligado por unas boleadoras. Por fuera del aura y siguiendo el borde interior de la traza circular se lee en mayúsculas "General Juan Calfucurá Salinas Grandes", nombre y lugar separados por figuras que recuerdan a una especie de cruz teutónica. Todo realizado con una notable prolijidad.

 

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