Domingo 17 de marzo 2024

Trabajo y valor en México

Redacción 02/06/2016 - 12.12.hs

Gustavo Gatto *
En esta búsqueda de hacerme uno con el entorno durante mis paseos, lo que me ha permitido rescatar momentos que de otra manera se hubiesen perdido para siempre, destaco los retratos de personajes que he ido conociendo en sus oficios y empleos tradicionales. A fuerza de ir tratándolos y ganándome su confianza, ha ido surgiendo de forma natural la oportunidad de tomarles fotos. Me gusta que posen frente a la cámara, mostrando ese sentimiento de orgullo tan particular de la gente sabia y trabajadora.
Charlando con ellos me di cuenta que, en forma casi imperceptible, han cedido terreno poco a poco debido a la modernización y al impacto social provocado por el boom inmobiliario que se desató hace unos 15 años por toda la urbe. Considero que esta evolución -por cierto inevitable- provocará congoja para algunos, alegría o indiferencia en otros; pero cualquiera sea el caso, creo necesario mostrar para comprender mejor la importancia que tiene esta gente en la comunidad.
Sin duda, el carácter de “barrio” que aún conserva La Narvarte, se debe en buena medida a la presencia de estos pequeños negocios familiares y “puestos callejeros”, como también a los infaltables tianguis sobre ruedas que funcionan un día a la semana, y a los mercados municipales donde uno puede comprar desde comida, flores, arreglar la televisión, tapizar una silla, y muchas cosas sorprendentes más. Sobra decir, que en todos estos ámbitos y sobre todo, uno disfruta la verdadera amabilidad del mexicano.
Muchos de ellos llevan toda su vida viviendo y trabajando en la colonia y a últimas fechas han sido testigos de la incorporación de negocios de otra gama y sofisticación, ya sean por parte de pequeños empresarios o de cadenas nacionales e internacionales. Estos últimos dirigidos al sector de mayores ingresos, que representa una población flotante en aumento y a un sinúmero de familias que se han establecido atraídas por el dinamismo económico.

 

Los que quedan.
Ya de avanzada edad, presiento que algunos de ellos serán de los últimos que encarnan estos oficios, y pongo como ejemplo un suceso muy extendido: los talleres de reparación de objetos y aparatos, que ven reducido su accionar por las leyes del mercado y su producción industrial del desechable. Me parece también que, al sentirse resignados ante esta realidad, y al ver que los jóvenes difícilmente se interesan en seguir la tradición, carecen de la motivación necesaria para buscar actualizarse. Afortunadamente no todo es así, ya que las “fonditas” (pequeños restaurantes) o las “miscelaneas” (quioscos) -por poner sólo un par de ejemplos-, están tan arraigados en la cultura local, que seguramente permanecerán por mucho más tiempo. En algunos sectores, las fonditas incluso han proliferado por el número creciente de oficinistas, tanto de gobierno como de empresas.

 

Amigos y amigas.
A diario almuerzo en una de estas fondas, donde tengo la fortuna de contar con vecinos como Doña Beatriz, dueña de una miscelánea que ella misma puso después de atender una fondita durante muchísimos años; algo de lo que se arrepiente un poco dice, porque le gustaba la cocina y principalmente consentir a sus comensales. Ella siempre se acerca a mi mesa y, después de saludarme con una amplia sonrisa, comienza a contarme anécdotas familiares e historias del barrio. De los artista que conoció en sus años mozos que vivían por aquí: toreros, actores, cantantes entre otros; con algunos, reconoce, incluso tuvo el gusto de servirles sus platillos preferidos. Cuando ella me deja porque ya me están sirviendo, llega invariablemente Don Nacho, el sastre de la cuadra, para traerme el periódico deportivo y comentar las noticias de su equipo favorito “las chivas rayadas del Guadalajara”, quienes por cierto con un técnico argentino están saliendo de una crisis deportiva; lo que Nacho agredece entusiasta. Suele obsequiarme también un par de caramelos diciéndome “guárdelos para su regreso a casa, Dios me lo bendiga y me lo acompañe”. Este es Don Nacho, quien ante mi curiosidad sobre su edad suele darme diferentes respuestas y, cuando un día me propuse averiguar la verdad, le pregunté inquisitivo: Don Nacho, al fin ¿cuántos años tiene, 82 ó 87? Y él, como gente honesta, gente de pueblo que es, me dice: “lo siento señor, pero es que en verdad no lo sé”.
Esta es mi vida en las calles de La Narvarte, y ésta es la gente sencilla que “me hace el día”, todos los días. Porque el barrio es mi casa grande, el que ha albergado mis sueños mexicanos, y el que se merece largamente este homenaje.
* Fotógrafo.

 

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