Domingo 24 de marzo 2024

Un ataque a la educación

Redacción Avances 15/08/2021 - 10.16.hs

El 29 de julio se cumplieron 55 años de la terrorífica “noche de los bastones largos”, un hecho en el que docentes y estudiantes de la UBA fueron reprimidos, golpeados y humillados por la Policía Federal.

 

Francisco J. Babinec *

 

El 28 de junio de 1966 un pelotón antimotines de la Policía Federal desalojó al Presidente constitucional Arturo Humberto Illia de la Casa Rosada, sede del Poder Ejecutivo. La Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas asumió el poder, cerró el Congreso, destituyó a los integrantes de la Corte Suprema, y nombró presidente al general (retirado) Juan Carlos Onganía. La autodenominada “Revolución Argentina” derogó de hecho la Constitución, sustituyéndola por un Estatuto, y se alineó con Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría; el anticomunismo entonces en boga llevaba a ver infiltrados o subversivos en las universidades públicas. Las consecuencias se verían casi de inmediato.

 

Al día siguiente del golpe, el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires declaró públicamente su oposición, siendo una de las pocas instituciones que se pronunciaron en ese sentido (a la asunción de Onganía asistieron connotados líderes sindicales, y Juan Domingo Perón, cuyo regreso fue frustrado en 1964, recomendaba “desensillar hasta que aclare”). Un mes después, el 29 de julio, el gobierno de facto dictaba el Decreto 16912 anulando el gobierno tripartito de las Universidades Nacionales, y subordinaba sus autoridades al Ministerio de Educación, interviniéndolas de hecho. A la noche, la Policía Federal irrumpió en algunas Facultades de la UBA que habían sido tomadas por docentes y alumnos, a los que apaleó con saña. Uno de los damnificados fue el matemático Warren Ambrose, destacado profesor del MIT de visita en la UBA, quien al día siguiente envió una carta al New York Times relatando pormenorizadamente el suceso. Veamos algunos párrafos: “Entonces entró la policía.[…] Al poco tiempo estábamos todos llorando bajo los efectos de los gases. Luego llegaron soldados que nos ordenaron, a los gritos, pasar a una de las aulas grandes, donde nos hicieron permanecer de pie, con los brazos en alto, contra una pared. El procedimiento para que hiciéramos eso fue gritarnos y pegarnos con palos. Los golpes se distribuían al azar y yo vi golpear intencionalmente a una mujer –todo esto sin ninguna provocación–. […] Luego, a los alaridos, nos agarraron a uno por uno y nos empujaron hacia la salida del edificio. Pero nos hicieron pasar entre una doble fila de soldados, colocados a una distancia de diez pies entre sí, que nos pegaban con palos o culatas de rifles y que nos pateaban rudamente en cualquier parte del cuerpo que pudieran alcanzar. Nos mantuvieron incluso a suficiente distancia uno de otro de modo que cada soldado pudiera golpear a cada uno de nosotros. Debo agregar que los soldados pegaron tan brutalmente como les era posible y yo (como todos los demás) fui golpeado en la cabeza, en el cuerpo, y en donde pudieron alcanzarme. Esta humillación fue sufrida por todos nosotros –mujeres, profesores distinguidos, el Decano y Vicedecano de la Facultad, auxiliares docentes y estudiantes–”.

 

Escándalo internacional.

 

Esto provocó un escándalo internacional, con expresiones ambiguas de la Embajada de USA y del Departamento de Estado, y finalmente un extenso artículo en la revista Science, aparecido en septiembre de 1966 en la sección Novedades y Comentarios, entre otras repercusiones. El suceso fue conocido desde entonces como “La noche de los bastones largos”, expresión acuñada por el periodista Sergio Morero esa misma noche en la redacción de la revista Primera Plana, por los elementos que usó la policía para reprimir. Las Universidades Nacionales fueron clausuradas y “reorganizadas”. Los rectores de Cuyo, del Nordeste y del Sur aceptaron transformarse en interventores, pero los de Tucumán, Litoral, La Plata, Buenos Aires, Córdoba y de la Universidad Tecnológica Nacional lo rechazaron. En los meses siguientes se produjo un éxodo significativo a otros países de Latinoamérica y a USA de docentes e investigadores de la UBA, principalmente de las Facultades de Ciencias Exactas, Psicología y Arquitectura. ¿Cuáles fueron las implicancias en el mundo académico, y cuál fue la magnitud de sus efectos? En palabras de Mario Albornoz y Ariel Gordon en un artículo de 2011: “El efecto simbólico de la ocupación policial de la Universidad de Buenos Aires en 1966 alcanzó una significación perdurable, pese a haberse saldado sin víctimas mortales y a que su efecto en términos de emigración fue numéricamente poco significativo, aunque cualitativamente sí fuera importante en varias disciplinas”. Y prosiguen diciendo “Hoy todavía, la ‘noche de los bastones largos’ es un símbolo vigente que evoca represión, avasallamiento universitario y antagonismo del poder político golpista con los científicos e intelectuales”.

 

Reconstrucción.

 

Los estudios de grado volvieron a ser arancelados, lo que había sido eliminado en 1949, se interrumpió un modelo integrado de docencia e investigación, y se cortó un debate sobre la inserción de la Universidad en el medio, lo que ha llevado años reconstruir. Si bien las renuncias se concentraron en algunas facultades de la UBA, y varios docentes no salieron del sistema sino que pasaron a otras universidades argentinas, el daño estaba hecho.

 

Veamos cómo se había llegado a esa universidad mítica, y qué pasó después. La “Revolución Libertadora” de 1955 había derrocado y proscripto a Perón y al peronismo, y derogó la Constitución sancionada en 1949, pero restituyó la autonomía a las universidades nacionales, e impulsó el sistema científico tecnológico con la creación del CONICET, el INTA y el INTI, sobre instituciones creadas en el régimen depuesto. Se asistió a lo que muchos llamaron la “época de oro” de la ciencia argentina, encarnada sobre todo en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires. Con el peronismo proscripto, se convocó a elecciones en 1958 en la que triunfó el radical intransigente Arturo Frondizi. Su política zigzagueante (menciono sólo el Plan Conintes para reprimir huelgas, después de su pacto con Perón para ganar las elecciones) llevó a su derrocamiento en 1962 y su reemplazo por José María Guido, quien gobernó condicionado por las Fuerzas Armadas. En 1964 llegó al gobierno el radical Arturo Humberto Illia, tras elecciones en las que el peronismo siguió proscripto. En menos de tres años redujo la deuda externa, apoyó la educación y promovió la industria, tuvo una política exterior independiente, avanzó en los reclamos por Malvinas, e hizo sancionar una ley de medicamentos que afectaba intereses de multinacionales. Tuvo que lidiar con planteos militares y protestas sindicales, y sobre todo con una prensa que lo ridiculizaba. Los mandos militares no vieron con buenos ojos que levantara la proscripción del peronismo, que triunfó en las elecciones legislativas de medio término en 1965 con el rótulo Unión Popular. Su destitución resultó inevitable, pero el incruento golpe que lo depuso tendría efectos irreversibles e impensados por sus actores. La “noche de los bastones largos” preludió la ruptura del régimen con la sociedad.

 

Al final de la década del 60 se empezó a hablar de cambiar el sistema universitario argentino, creando nuevas casas de altos estudios. Se esperaba así descomprimir las universidades existentes, y también, aunque no se lo dijera expresamente, despolitizarlas. El “Plan Taquini”, formulado en 1968 por el entonces Decano de Farmacia y Bioquímica de la UBA para “modernizar” el sistema universitario, terminó siendo implementado a fines de la dictadura; se crearon nuevas Universidades y nacionalizaron otras provinciales y privadas creadas a partir de la ley Domingorena, sancionada durante el gobierno de Frondizi. A la Universidad Nacional de Rosario, creada en 1968, se sumaron en 1971 las del Comahue y Río Cuarto, en 1972 las de Catamarca, Lomas de Zamora, Luján y Salta, y en 1973 las de Entre Ríos, Jujuy, La Pampa, de la Patagonia, Misiones, San Juan, San Luis y Santiago del Estero. Ya concluido el gobierno militar, en 1974 se creó la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires, con sedes en Tandil, Olavarría y Azul, y en 1975 la Universidad Nacional de Mar del Plata. Estas nuevas casas de altos estudios atrajeron docentes de las ya existentes, que muchas veces veían dificultado su ascenso ante la inexistencia de una carrera docente. Así, al finalizar el proceso militar iniciado en 1966 el sistema universitario se había modificado drásticamente, aumentando el número y la presencia de las Universidades Nacionales. Pero la politización que se quiso controlar, fue en aumento; paradójicamente, la suspensión de la vida política condujo a la radicalización de las protestas, tanto en las organizaciones obreras como en el movimiento estudiantil, como se evidenció en el Cordobazo de 1969, y al fortalecimiento de la figura de Perón. Al retornar la democracia en 1973 los conflictos se agudizaron, y la muerte de Perón abrió la puerta a la vuelta de los militares al poder, pero esta vez el asalto a las universidades fue salvaje, con persecuciones, cesantías, detenciones y asesinatos de estudiantes y docentes, cierre de universidades y nuevamente exilio de docentes. El sistema académico sólo se recuperaría a fines del siglo XX y sobre todo en el XXI, bajo un modelo con puntos de contacto con aquella Universidad intervenida en 1966. Uno de los factores que motorizó la recuperación fue la controvertida Ley de Educación Superior de 1995, que estableció el Régimen de Incentivos para promover la investigación en la Universidad. Se crearon nuevas universidades, tanto en el Conurbano bonaerense como en las provincias. La expansión continuó después de la crisis del 2001, y se incrementó el presupuesto. Hoy tenemos al menos una universidad en cada provincia, y una carrera es hoy mucho más accesible que en mi época de estudiante, a principios de los 70.

 

* Facultad de Agronomía, UNLPam

 

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