Domingo 14 de abril 2024

Un verano azul

Redacción 24/01/2017 - 15.50.hs

Suele decirse que durante el mes de enero la política vernácula también entra en receso. Sin embargo, el impacto político del ataque guerrillero perpetrado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) entre la noche del sábado 19 y la madrugada del domingo 20 de enero de 1974 al cuartel militar de la localidad bonaerense de Azul desmiente este decir popular. De hecho, los sucesos de Azul marcaron a fuego el verano del '74, por lo que en un acto de irrenunciable anacronismo resulta tentador hablar de un Verano Azul, al imponerse como símbolo de aquel enero del '74.
En rigor de verdad, se trata de un Verano Azul que a duras penas puede apropiarse del significante de aquella serie española que saldría a la luz pública unos siete años más tarde. Naturalmente uno y otro designan escenarios que no comparten más que aquello tan básico que da sentido al estío: todo ese conjunto sensorial producto de una climatología que clama al sofoco. Y aún así, también es cierto que los sofocos de una y otra situación, la cruda realidad política bonaerense del '74 y la bucólica ficción malagueña del '81-'82, remiten a unos determinantes tan disímiles como aquello que separa la realidad de la ficción o las pasiones y deseos del despertar juvenil, de la sempiterna lucha por el poder que nutre la vida política.
Tampoco el tórrido clima de aquel enero austral se asocia al otro enero boreal de 1982, cuando tenían lugar las últimas emisiones de la teleserie española que daba rienda suelta a la efervescencia adolescente de esa pandilla de chavales que buscaban el consejo y la serena amistad de aquel "viejo lobo de mar", el legendario Chanquete. En definitiva, otros tiempos y otros horizontes. La democracia española proyectada en ese azul malagueño de la serie parecía haber superado la gran prueba iniciática de supervivencia con el Tejerazo o 23-F. Por el contrario, nuestro Verano Azul pampeano parecía más bien querer revelarnos un camino inverso, es decir, el comienzo de una debacle institucional que en poco más de dos años se cobraría la vida misma de nuestra también incipiente y jaqueada democracia.

 

La mirada de Perón.
En este contexto, el verano austral de la convulsa vida política argentina de 1974 nos proyecta a la primera estación de un vía crucis tras el cual cada vez menos argentinos suponían hallar la redención. Tal vez se trataba de un proceso político caprichosamente irredento, no lo sé. Lo que sí estaba claro era que ese otro viejo lobo de mar, el general Juan Domingo Perón, quien hacía tan sólo tres meses había asumido la presidencia de una vapuleada República Argentina, se disponía sin vacilación a “hacer tronar el escarmiento”.
Es cierto que la autoría del fracasado ataque al cuartel militar de Azul había sido inmediatamente asumida por el ERP y no por Montoneros, otrora “jóvenes maravillosos” y pocos meses más tarde tan sólo unos “estúpidos imberbes”. Para entonces, poco importaban los matices. Con el antecedente inmediato del asesinato del secretario general de la CGT José Ignacio Rucci -el 25 de septiembre de 1973-, asumido oficiosamente por Montoneros, el ataque del ERP impactaba en las entrañas mismas de un gobierno nacional que ya no haría distinciones entre unas y otras organizaciones revolucionarias. De una u otra forma, el gobierno de Perón veía en este acto insurreccional el accionar de Montoneros y su proyección política en la denominada Tendencia Revolucionaria del Peronismo (en adelante Tendencia) vinculada, en este caso, al gobierno bonaerense del Dr. Oscar Raúl Bidegain. En definitiva, para el presidente Perón lo sucedido en Azul no se producía “por casualidad” en la jurisdicción de la primera provincia argentina.

 

Las sospechas.
Por entonces, las acusaciones de “infiltración marxista” se habían convertido en un eficaz instrumento político ideado por el gobierno nacional en su afán de “peronizar” las distintas esferas gubernamentales, incluidas las provincias. En estas circunstancias, todas las sospechas recaían sobre el gobernador Bidegain debido a su estrecha relación política con la Tendencia. Tengamos presente que Bidegain -oriundo de la ciudad de Azul- era un viejo peronista de la primera hora, eximio cirujano, campeón olímpico de tiro con pistola libre y otrora ferviente nacionalista vinculado a la Alianza Libertadora Nacionalista y a la Legión Cívica Argentina. Qué ocurrió para que este peronista-nacionalista de la primera hora conformara un gobierno fuertemente recostado sobre la Tendencia es ya motivo de otro análisis. De momento retengamos que los sucesos de Azul convertían al gobernador Bidegain en el blanco de todas las sospechas de “infiltración”, lo que tejía una delicada trama que retrocedía el reloj de la coyuntura política a octubre del año anterior, cuando tuvo lugar el denominado Operativo Dorrego.

 

La intriga.
¿Cómo se desarrolló entonces la intriga? Según la revista El Descamisado que dirigía Dardo Cabo -uno de los órganos oficiosos de Montoneros- el general Perón habría manifestado que el ataque a la guarnición de Azul “se había gestado durante el transcurso del Operativo Dorrego, como consecuencia de la infiltración que se posibilitó en esa oportunidad” (La Opinión, 07/02/1974, p. 7). A buen entendedor, pocas palabras o bien, las precisas. Perón responsabilizaba indirectamente de lo sucedido en Azul al gobernador Bidegain y así lo hizo saber en un célebre discurso dirigido a la Nación, pronunciado en la noche del domingo 20 de enero de 1974.
El Operativo Dorrego -aquel ensayo de trabajo mancomunado entre el gobierno provincial, el Ejército Argentino y la Juventud Peronista de las Regionales para llevar a cabo obras de reconstrucción en infraestructuras dañadas por las fuertes inundaciones que acecharon a la región centro-oeste de la provincia- se convertía ahora en el nudo gordiano de un entramado que Perón se había propuesto deshacer. De hecho, el presidente jamás había hecho suya aquella iniciativa de acercamiento Ejército-JP, aunque tampoco impidiera su realización, dejando a sus impulsores, tal vez, “cocerse en su propia salsa”.
Así, aquella noche del 20 de enero todo hacía suponer que la eliminación de dicho nudo gordiano no pasaría por otro tamiz que no fuera el desplazamiento del gobernador. Un desplazamiento que efectivamente ocurrió, aunque por entonces no estuviera todo dicho, entre otras cosas, porque aún no se había decidido el cómo del asunto. En cualquier caso, la dinámica del enfrentamiento intraperonista entre la Tendencia y la Ortodoxia tomaba un nuevo impulso. La caída de Bidegain sería entonces tan sólo el comienzo de un profundo conflicto político-institucional que tomaba cuerpo en el embate contra determinadas situaciones provinciales que se las tenía por focos de “infiltración”.

 

21 y 22 de enero.
Lo cierto es que si bien la sentencia presidencial a Bidegain no daba lugar a equívocos, aún no se había resuelto el método de ejecución; de allí que comenzara a desplegarse un impasse temporal de frenéticas negociaciones. Parecería como si la iniciativa política, o lo que quedaba de ella, hubiera pasado al campo del gobernador. En este sentido, una vez asimilada la alocución presidencial, a la determinación del Dr. Bidegain de informar en la reunión del gabinete provincial del día lunes 21 su disposición a abandonar el cargo se le opuso el reflejo político de su ministro de gobierno, Dr. Manuel Urriza. El responsable de la cartera de gobierno convenció al gobernador de la necesidad de no precipitarse para hurgar antes en los intersticios del poder político nacional con el propósito de encontrar algún margen de maniobra para recomponer la situación.
A esos menesteres se entregaron gobernador y ministro los días lunes 21 y martes 22 de enero. Inclusive en este último día reapareció un actor que había estado prácticamente ausente en las jornadas previas: los militantes y dirigentes de la Tendencia. En particular, el día martes tuvo lugar una esmerada aunque modesta concentración del peronismo revolucionario frente al palacio gubernativo en apoyo al tambaleante gobernador bonaerense. Ya al caer la tarde, los jóvenes que vitoreaban y reclamaban la presencia de Bidegain -entre quienes podían verse carteles de la organización Montoneros- debieron conformarse con los saludos que desde el balcón de la Casa de Gobierno hicieran la esposa del mandatario, María Antonia Moro y sus dos hijas, Cristina y Gloria, esta última secretaria privada del gobernador, junto a otros funcionarios (dicha fotografía y referencia a la concentración se hallan en el diario El Día de La Plata, 22/01/1974, p. 5.) Bidegain no se encontraba en esos momentos en la ciudad de La Plata ya que aún estaba en Buenos Aires tratando de obtener la dispensa del “gran timonel”. No obstante, la suerte estaba echada y el Verano Azul de estas pampas australes derivaría en tragedia para el gobernador bonaerense.

 

Decisión tomada.
En síntesis, se trataba del final de una efímera gobernación de poco más de ocho meses de gestión. Los intentos por salvar al gobierno de Bidegain de los efectos de la ira presidencial no dieron sus frutos y sólo restaba esperar la modalidad que adoptaría su salida. En definitiva, todo parecía indicar que el alejamiento del Dr. Bidegain del gobierno bonaerense era ya una decisión tomada en la propia noche del 20 de enero y que originalmente ello iba a ocurrir por la vía de la intervención federal. Así, el diario El Día de La Plata, del 22 de enero de 1974, fue categórico con su titular de portada: “El Poder Ejecutivo enviará al Congreso el proyecto para la intervención de la provincia” (El Día, La Plata, 22/01/1974, p. 1). Pero al día siguiente, el mismo matutino revelaba que la marcha atrás con esta decisión y su reemplazo por hacer “prevalecer la Constitución de la provincia” -para hacer correr la sucesión- fue adoptada por expreso pedido del líder de la UCR, Dr. Ricardo Balbín, cuyo interés en evitar la intervención federal a la provincia estaba directamente relacionado con la proximidad de la interna partidaria que libraría con su contendiente, el Dr. Raúl Alfonsín, meses más tarde.
Sea como fuere, el miércoles 23 de enero Bidegain elevaba su dimisión a la Legislatura provincial y el sábado 26 una Asamblea Legislativa la aceptaba, al tiempo que consagraba gobernador al entonces vicegobernador y enemigo político declarado del ex mandatario, el sindicalista metalúrgico Victorio Calabró.
Los luctuosos episodios de Azul, que dejaron un saldo de seis muertos y varios heridos, iniciaban el ciclo de desplazamientos de la Tendencia de los gobiernos provinciales. Unos desplazamientos inscriptos en la referida lucha intraperonista entre la Tendencia y la Ortodoxia. Y una lucha que recobraba todo su vigor con un gobierno nacional que ya no ahorraba medios para arrasar con cinco gobiernos provinciales -Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Cruz y Salta-, abandonados también a su suerte por parte de Montoneros. Por entonces, una organización que comenzaba a desentenderse de la Tendencia -o de lo que ellos también denominaban el "frente de masas"- para reconstituirse exclusivamente como una maquinaria político-militar. Dicho de otro modo y con el lenguaje importado de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), Montoneros no dudaba en señalar que la “contradicción principal” ya no transitaba por participar de esos gobiernos. El Verano Azul devenía entonces en un tortuoso otoño institucional que ya dejaba entrever el invierno del segundo quinquenio de la década del setenta.
Damián H. Antúnez
Dr. en Historia (Salamanca), UNRC.

 

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