Martes 16 de abril 2024

El hacha, la muerte, la madre, la espiga

Redacción 25/08/2019 - 00.11.hs

La obra de Teresa Pérez trasunta temáticas fundantes de la identidad pampeana. Su palabra da asidero a la épica de las hachadas y de los horneros de ladrillos, donde hombre y mujeres desafían el estado de emergencia de la Historia.
Sergio De Matteo *
En el campo de la literatura hay voces que marcan épocas, que registran el sentir comunitario, pasado por el tamiz individual, pero devuelto al "socius" colectivo en su representación pública. Esas voces manifiestan la idiosincrasia de un pueblo, o de los pueblos, acorde a su trama de relaciones y resignificaciones políticas y socioculturales.
En sus Documentos (1993) la Asociación Pampeana de Escritorxs (APE) propone que: "La cultura constituye un hecho fundamentalmente político (en su aceptación de hecho social, comunitario, compartido): el mayor y mas perdurable de los hechos políticos generados por un pueblo, porque representa no solo su modelo de presencia en la Historia, sino también su aporte más trascendente a la misma. Y más aun: el instrumento y el vehículo de su trascendencia, su definitivo testimonio del mundo" (p. 23). Bajo este marco conceptual se inscribe la poética de Teresa Pérez, porque su obra es un crisol donde reverbera un pasado que ha marcado profundamente la historia pampeana. Podríamos resumir que dos marcas hilan la poética de Teresa Pérez, trasudan por sus textos historias encarnadas en sus vivencias personales y familiares, así también las que refieren a la coyuntura política, la cual tiene incidencia en la conformación de campo cultural y social.
En ese entramado emerge una lectura de la realidad y su testimonio escrito, donde queda expresado, mediante símbolos y signos, el imaginario trascendente del tiempo y sus instituciones.

 

Hachadas.
Debemos destacar que las hachadas han sido una de las primeras formas de carácter industrializado de producción de riqueza del Territorio Nacional de La Pampa Central. No sólo los hombres enajenaron sus brazos en la explotación de los montes de caldén, también las mujeres, protagonistas del mismo trabajo y en los campamentos.
El periodista Escol "Pepe" Prado fue uno de los primeros en refractar esa historia por medio de una serie de cinco artículos denominados "La fiebre del Caldén" publicada en el año 1943 en el diario Noticias Gráficas. Pero el arte también lo ha retratado en poemas, cuentos, pinturas y canciones. En esa línea de las hachadas, hay que citar a Celina Mauro, Ana María Lassalle, Delia E. Iturrioz; Cacho Arenas y Oscar Lucero, el hachador que talla caldenes y los convierte en obras de arte.
En ese sentido, sobresale la poeta Teresa Pérez, criada en las mismas hachadas, y en sus libros queda patente esa experiencia. Uno de sus textos, "El ángel del hachero", ha sido transpuesto a la canción por Delfor Sombra, en el disco Volverá en primaveras (2014).
Edgar Morisoli, en el prólogo "Canto desde una herida: palabras para Teresa Pérez", del libro Penumbra de la paloma (FEP, 1990), indica: "Y es que Teresa Pérez -el canto de Teresa-, tenía una herida que reconocí de inmediato, por ser la misma cuya cicatriz había visto tantas veces en la mirada, en la memoria, en el corazón de muchos pampeanos. Era la pena del monte, pena mala, cicatriz que no se borra y perdura indeleble en el alma y en el cuerpo del hachero y su gente" (p. 9).
Lo real será transmutado por medio de imágenes anudadas a la palabra, constituyendo "imágenes-que-relatan" o "imágenes-que-indagan", que fermentan en los imaginarios y cuya producción artística se convertirá en testimonio: "Tenía ya mucha muerte de caldén entre los ojos/ y demasiado dolor en la cintura".
La docente y poeta Myriam Lucero en el artículo "Letras femeninas de La Pampa", publicado en la revista La Aljaba (volumen IX, 2004-2005) expone: "Surgen los campamentos obrajeros, lacra de abandono y de condiciones inhumanas de trabajo. Los hacheros corajearon el monte y criaron a sus hijos bajo el pobre amparo del 'torito' de chapas o paja vizcachera. La poetisa Teresa Pérez lo describe así: "Pellejo de los montes despeñadero de alas fue oteo decir/ tristeza el abra igual que astilla querida de la luna./ Tu hacha maidanita cortaba serpentina raramente en el aire/ volvía de los hombres con los rostros caídos sin decir un tormento/ para llorar con ellos" (p. 219).

 

Horneros.
El devenir de Teresa Pérez la hizo partícipe no sólo del sustrato de los hacheros, sino que incluso convivió con los horneros de ladrillos. Parte de su adolescencia se cimbró de tales experiencias, conociendo a fondo ese mundo de trabajadores y sobrevivientes.
Armando Inchaurraga nos advierte en las palabras preliminares del libro Fogata del odre azul (FEP, 1997): "Teresa construye belleza desde la pobreza del tener, cantada desde lo natural, lo vital. La pobreza como raíz... y la riqueza del ser como esencia, allí está la épica de esta poemática" (p. 13).
Una poética que vuelca en las letras las largas jornadas de sacrificio en el monte, morando en condiciones extremas en los campamentos, pero aún así se erige en la matriz de la lengua, en la matria del ser, una mirada que sopesa recuerdos y sucedidos, que los convierte en trascendentes y la historia no puede ignorar, y que la identidad debe incorporar y representar.
En consecuencia, Guillermo Herzel nos dirá en el prólogo del libro Caja volcadora (Edición de Autora, 2012): "Es su mundo. El horno, las hachadas, el caldenal, el médano. La injusticia de lo escaso, parodia de indulgencia por centavos. Es su poesía, amasada, cortada, puesta a secar antes del fuego" (p. 7).

 

En la Historia.
Hay voces que no pueden ser solapadas en la enumeración de la historia de la literatura regional, y quizás, ese lugar obtenido por prepotencia de trabajo, también responda a la fuerza poética arraigada en su obra, donde se da una conjunción que su nombre resalta en los prólogos citados: Teresa Pérez. Esa trascendencia se derrama no sólo en la producción literaria, sino también como ejemplo y seña referencial, por eso el reconocimiento se enlaza a parte de su vida, a sus íconos manifiestos en su escritura, y es que la biblioteca popular de un barrio marginado por las políticas de Estado, por la falta de diseño urbanístico y contención, como el Barrio Escondido, bautiza a ese lugar de encuentro y reflexión cultural como Biblioteca Teresa Pérez.
El poeta cubano Mario Wilson Jay resalta: "El lenguaje de Teresa Pérez se alimenta de su propio sufrimiento. Es un placer y un asombro descubrir versos en los cuales, desde la perspectiva del ser, intimismo e Historia quedan rediseñados". Esa Historia con mayúsucula se relaciona mucho con la historia que analiza Walter Benjamin; porque es la que se ocupa de aquellos que ha olvidado e invisibilizado la historia oficial. El filósofo alemán señaló que el pasado tiene un secreto de redención, una chispa que aguarda el momento para encenderse, pero que debe ser interpretada y predisponerse a la acción. Se manifiesta como tiempo-ahora, entonces al pasar el cepillo a contrapelo de lo instaurado se asume en esa lectura de la historia el compromiso de darle y ser parte de la voz de quienes han sido oprimidos y excluidos del relato ejemplar. Por ende, las imágenes dialécticas deben ser procesadas como herencia histórica, a modo de una genealogía de hechos para que operen en el momento revolucionario para redimir el pasado de los oprimidos.
Porque la tradición del oprimido nos enseña que el "estado de emergencia" en que vivimos no es la excepción, sino la regla. La poética, la militancia y compromiso de Teresa Pérez rompe esa regla del orden del discurso. La ultraja y resignifica la Historia olvidada pero historia real de los hacheros y horneros. Los rescata desde su memoria, los trae y ubica en el presente por medio de la escritura; los exonera de la invisibilidad.
Este trabajo de zapa lírico, lo hallamos en un argumento casi similar: Historia desde abajo, como propusiera George Lefebvre y populariza Eric Hosbsbawm. Esa "Historia desde abajo" otorga identidad y visibiliza a los actores que, por su posición social, han sido confinados al olvido de la historia y la literatura oficial.
La serie de libros de Teresa Pérez, Penumbra de la paloma, Fogata del odre azul y Caja volcadora contienen esas historias desde abajo, historias de la cultura de la adversidad, tan presentes y patentes en la historia pampeana, que, de alguna manera, conforman las luchas y las movilizaciones populares de la "historia sumergida de La Pampa", y son las verdaderas gestas que jalonan el transcurrir de la literatura regional.

 

La Casa.
Diversos tipos de historias cruzan por parte de la obra de Teresa Pérez. A saber, las que suceden o acontecen en su ámbito cotidiano, referidas al primer lugar en que se sitúa el ser, es decir, la casa, y ya jugando con categorías filosóficas, y amparados en la raíz poética de la autora, la fundación de la casa del ser, según Heidegger. Los poemas construyen la casa como ladrillos de los hornos. La sostienen y la manifiestan como en el poemario "Con un lunar de cal en el espejo", donde un acápite preanuncia: "Las obras siempre tienen luz. Las casas suelen robársela. Estos versos fueron escritos durante los descansos de la obra, en Independencia 185".
Esas casas que también ocuparon a Olga Orozco y a Gastón Bachelard se irán articulando y yuxtaponiendo en su obra poética; pero siempre dialogando con la casa esencial, fundamental, la de la poesía.

 

Dictadura.
Otras historias individuales que abonan su poética, pero que se hacen colectivas por las vicisitudes del tiempo y los procesos políticos, tienen que ver con la última dictadura cívico-militar. En Penumbra de la paloma comulgan los dolores de los torturados y desaparecidos, la identificación y reconocimiento a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Este es uno de los libros más dolorosos de raíz poética paridos en las catacumbas del terrorismo de Estado, por eso "La oscuridad se parecía/ a una noche preñada de terribles secretos". Pero el deber es escribir para desmontar la tragedia y el horror, para reponer en su lugar a los que no están, "para esa forma de estar que tienen los ausentes".
Teresa Pérez los prohija imaginariamente, les dona el aliento desde sus palabras, los vuelve a parir simbólicamente, los instala desde la memoria en lo presente, en lo real. Son rostros que tienen nombres, son rostros que se manifiestan por medio de la poeta: "Por eso digo: atrás pálidas muertes...", porque también se filtran en la voz del reclamo popular: "Acá no hace falta que yo diga:/ Soledad es apenas la que cruza las míseras siluetas de todas las esquinas/ esas ochavas que como lápidas se yerguen gravemente en memoria de todos".
Aún así, las palabras de la literatura se abroquelan en resistencia, arguyen y encuentran motivaciones para pronunciar el canto: "Por eso digo:/ El dolor sigue titilando/ soledades/ a las lámparas de noche./ Y las lámparas son JUEVES/ Y las lámparas son PLAZAS/ Y las lámparas son MADRES/ Y las lámparas son LÁMPARAS...".

 

Hacer-ser.
La poeta ha creado y recreado desde el dolor y sufrimiento una poética esencial y original de nuestra provincia. Dialoga y es de carácter polifónica, allí tienen anclaje los que ya no tienen voz; también esta rica obra es intertextual, donde despuntan y se inscriben canciones, pinturas, libros y el habla popular.
Se lee a Teresa Pérez -la literatura de Teresa- y deviene toda la historia de un tiempo que conforma el pasado y nutre el presente, con hacheros, horneros, militantes del campo popular, familias. Pues el arte es testimonial. La imaginación radical genera polémica, controversia y demuestra la vitalidad que cargan los bienes simbólicos, porque trasunta una impronta ideológica, una toma de posición y conlleva una cosmovisión del mundo. El testimonio ejerce presión y reivindica a los excluidos por el sistema. Por lo tanto, Eugenia Toledo-Keyser expone: "Su poesía es una corriente de poderosos temas que tocan la geografía impresionante en que creció, los emergentes de la realidad argentina y aquellos temas globales y universales como los derechos humanos y el ser americano".
La obra de Teresa Pérez es un hito en la historia de la literatura pampeana; porque como señala Castoriadis (2001): "la conjunción en un hacer-ser de una forma que no estaba allí, la creación de nuevas formas de ser". Ese hacer-ser que bien identificó Morisoli como "imágenes-que-relatan", porque relatan y ponen en contexto las tipologías culturales arcaicas en consonancia con las emergentes, acendrando un camino literario donde la poesía resignifica una historia personal, reivindica los oficios (hacheros y horneros) que sustentan la identidad pampeana, y fundamenta con una delicada escritura pero punzante, la epopeya comunitaria y colectiva del canto americano.

 

* Escritor

 

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