La hija cree que hubo graves errores en la investigación
Miércoles 13 de marzo 2024

La hija cree que hubo graves errores en la investigación

Redacción 30/06/2015 - 04.14.hs

LAURATO BENTIVEGNA
"La casa es así: este es el garaje, acá esta el Citröen y acá el Corsa. Acá hay un hornito de barro. Esto es un pequeño lavadero que termina debajo de una escalera. Acá hay una puerta ventana, acá unos ventiluces, acá está la puerta de acceso. Acá una ventana, otra ventana, otra ventana. Esta es la puerta de la pieza y esta otra la del baño. Acá está la heladera y el roperito. Acá el inodoro, el bidé, la ducha, el lavatorio y otro roperito. Acá la cama de dos plazas, acá un mueble con un tele. Acá está la pierna ortopédica de papá y acá un ventilador que se llevó la policía. En este lugar hay un piano y en la misma habitación dos computadoras. Acá está la pieza de mi hermano, donde se quedaba Lucía. Acá papá guardaba un montón de herramientas. Acá la mesa, la cocina y un lavadero en desuso. Esta es la pileta. Y eso es todo".
Cecilia Epifanio dibuja la casa de sus padres en presente, como si la estuviera viendo desde arriba. Es la primera vez que habla para un medio de comunicación después dos años de angustia y silencio. La vivienda en la que fueron hallados los cadáveres de Héctor Epifanio (65) y Graciela Torrent (65), el 11 de julio de 2013, fue vendida hace unos meses, pero la hija guarda un mapa mental de los espacios y las cosas. Su mano va y viene por el papel blanco. La ductilidad con el dibujo, quizás tenga que ver con su veta artística o con sus propios padres: ella era arquitecta, él maestro mayor de obras.

 

Ella y él.
Epifanio y Torrent estaban jubilados y llevaban una vida tranquila. Vivían juntos en una casa cercada en la avenida Luro al 2600, entre un baldío y un taller mecánico. Según cuenta su hija los últimos años del hombre no habían sido fáciles: con mucha entrega le había dado pelea a un cáncer de colon y por una diabetes los médicos le tuvieron que amputar una pierna. De todo ese combo se estaba recuperando. Mientras estuvo activo, Héctor se involucró en la actividad gremial y tuvo su lugar en ATE. Era un hombre de carácter.
Graciela era inquieta y, pese a estar jubilada, seguía trabajando. Hacía planos, se involucraba en obras, estudiaba cerámica con su hija Cecilia en el Crear y después en el Centro Municipal de Cultura.
"Es un horror lo que les hicieron, mi papá no se podía defender y mi mamá tampoco. Era una mujer gordita, chiquita, que no tenía fuerza", dice Cecilia y después saca de su cartera un portarretratos pequeño en el que caben apenas dos fotos carné. Héctor está serio, con bigote y gesto adusto. Graciela, disimula una sonrisa. Por primera vez la hija habla abiertamente del crimen. Su voz -dice- es también la voz de sus hermanos, Diego (42) y Alejandro (32).
Cecilia tiene 41 años, un marido, tres hijos y una casa que atender, por eso es que a pesar del dolor, sigue siendo esposa, madre, ama de casa. Algunas cosas no han cambiado. Solo en ciertas situaciones se siente trabada, incómoda: quiere retomar los tecnicatura en cerámica, pero no sabe cómo; quiere que se haga justicia, pero no salir en las fotos; Quiere que los culpables vayan presos, pero no quiere volver a marchar por la Plaza San Martín.
"Una cosa es que vos te imagines el dolor y otra es vivirlo en carne propia. Yo te puedo asegurar que cuando te pasa una cosa así con alguien querido, acá adentro (señala el pecho) se te activa algo que no lo podés apagar. Me cuesta mucho avanzar en mi vida, no puedo hacer nada. Hace casi dos años que no toco la cerámica. Nadie me da una respuesta, me siento totalmente abandonada, por más que la Justicia me diga que está trabajando".

 

Escena.
Además de la pasión por la cerámica, Cecilia y su madre compartían el gusto por las series de televisión. Después de cenar, Graciela solía quedarse dormida en la mesa de la cocina viendo CSI, un policial yanqui en el que los homicidios se resuelven analizando la escena del crimen. En la serie, los investigadores saben que la verdad está ahí, en una habitación cerrada, en las cosas que rodean al cadáver, solo hace falta encontrarla. Quizás fueron los capítulos de SCI lo más parecido que encontró la hija para comparar su caso. No fue la mejor elección.
"Yo pienso que investigaron mal. Eso de que haya tanta gente adentro de la escena del crimen, no está nada bien. Uno ve en las series que la escena del crimen se preserva por sobre todas las cosas y cuando yo llegué a la casa de mis viejos, la casa estaba llena de policías de todos los rangos y colores. No me dejaban pasar. Recién pude ver a mis padres cuando estaban en la sala velatoria ¿Qué hacían todos ahí adentro? Había algunos apoyados en el auto. Estaba todo el mundo ¿Qué prueba estaban preservando?, pensé después. Hoy pienso que desde el comienzo arrancaron mal ¿Por qué no hay en La Pampa un banco de ADN? Tampoco encontraron huellas. El único ADN que tenían dio negativo. La fiscal me dijo que no podemos comparar Estados Unidos con La Pampa, pero yo le dije que en La Pampa, China, o Japón, a una escena del crimen solo tiene que entrar gente que levante la evidencia".

 

Todos dicen.
Hay un fenómeno social que se repite cada vez que el culpable de un crimen no aparece rápido: los familiares presionan, la policía se desespera y la Justicia no sabe cómo enfrentar a los medios que piden información y avances. El tiempo corre, genera dudas, y las dudas generan hipótesis. Cualquier vecino se cree Sherlock Holmes.
"Yo llegué a desconfiar de todo el mundo. Escuché millones de versiones. Un vecino me dijo que mamá iba a cobrar un trabajo por unos planos. Yo no tengo ni idea de lo que ganaban mis papás pero esta hipótesis es poco probable. Ellos tenían una jubilación y nada más, que usaban para medicamentos, comida y para ayudar a mi hermano Alejandro que estaba estudiando en La Plata. En Casa de Gobierno se corrió otra versión. Decían que la casa estaba marcada porque supuestamente los dueños habían cobrado una plata por la venta de un campo. Teóricamente la casa marcada estaba al lado de un baldío y aparentemente los ladrones se equivocaron, porque al frente hay una casa similar que también está al lado de un baldío. Otros dijeron que podía ser por un tema gremial, porque mi viejo estaba en ATE, algo que yo creo muy poco probable. Mi viejo no salía en ningún lado. Y la otra hipótesis es que hayan sido unos descontrolados, drogados, que entraron porque entraron, casi como una cuestión de azar".

 

Impresiones.
-¿Qué impresión te dio el trabajo de la fiscal Ongaro?
-Al principio me pareció que estaba interesada. Pero después, viendo su accionar en otros casos, vi que ella defendía a pibes como los que supuestamente mataron a mis viejos. Uno de los policías que estuvo en la investigación, nos dijo que esto lo hicieron tan bien que no hay ninguna prueba. El otro fiscal tampoco nos llamó nunca.
-¿Qué te pasó cuando señalaban a tu hija como sospechosa?
-Fue sumarle más dolor. Una vez, en Colonia Barón o un pueblo parecido, una parienta nuestra escuchó a una mujer que le decía a otra "viste que fue el nieto". Otra vez, la madre de uno de los imputados le dijo a un canal de televisión "¿por qué no investigan a la familia?". Se decían muchas cosas que nos hicieron mucho mal. Por ese motivo no queríamos salir en los medios. Teníamos mucha bronca por lo que pasó y encima nos teníamos que bancar que nos acusen. Nosotros preferimos esperar, ser pacientes para que la Justicia actúe. Quizás eso terminó por jugarnos en contra. Van a cumplirse dos años y todavía no pasó nada.
-De lo que vio Lucía y te dijeron los investigadores ¿qué cosas te llamaron la atención?
-Cuando empieza a pasar el tiempo, con mi hermano Alejandro y Lucía, nos pusimos a pensar en las costumbres. A la hora de la siesta, mis papás solo cerraban la persiana de la pieza, así fue toda la vida. Por eso nos llamó la atención que las persianas estuvieran todas cerradas. La luz de la farola estaba prendida, como si ellos ya se hubieran acostado. Yo planteé eso a la fiscala y ella me dijo que las costumbres pueden cambiar. El forense, Juan Carlos Toulouse, dijo que el horario de muerte fue entre las 15.30 y las 16, algo que a nosotros no nos cierra. Dijo también que ellos habían comido sandwichitos de miga, cosa que se corresponde con sus hábitos a la hora de cenar. Cerca de las 22, cuando mi mamá salía del CMC, cenaban cosas hechas, empanadas, pizzas o picaban algo. Otra cosa que llamó la atención es que mamá estaba en paños menores y ella no era de andar así por la casa sino era para acostarse. También que la pierna ortopédica de papá estuviera alejada de la cama nos da la pauta de que él estaba acostado. No creo que los policías se la hayan sacado cuando entraron a la habitación.
-¿Creés que las personas que fueron involucradas son los que mataron a tus padres?
-No voy a poner las manos en el fuego por ellos, no voy a decir ni que sí ni que no. Nosotros queremos que vaya preso el culpable, no queremos que agarren a cualquiera solo para dejarnos conformes. Uno de los policías me dijo que los autores lo hicieron tan bien que no hay nada para acusarlos. A la casa de mis viejos entraron buscando algo. No sé si entraron buscando algo que creían que había, o si entraron por entrar, nunca lo vamos a saber. La reacción que imagino es que los hayan matado porque los reconocieron, porque quizás era alguien conocido.
-¿Pensás que este caso se va a resolver?
-No sé. Yo pienso que están esperando que les llueva algo. Yo sé que en esta ciudad debe haber personas que saben algo, pero por miedo no hablan. Por un lado los entiendo, y ojalá algún día se animen a hablar.

 

Ni una marcha más
En los días que siguieron al crimen, los familiares y allegados del matrimonio asesinado hicieron varias marchas pidiendo el esclarecimiento del caso y más seguridad. A las manifestaciones se sumaron allegados al cabo Ariel Gualpas, un efectivo que en esos días había sido apuñalado en el Río Atuel por un menor de edad. Las movilizaciones tuvieron su repercusión durante varias semanas y en una de ellas llegaron a haber más de 300 personas. Pero con el tiempo, el entusiasmo pasó.
"La última vez que fui a una marcha eran 10 personas. Todos habían cobrado el aguinaldo y el centro parecía un shopping a cielo abierto. Nos miraban como bichos raros. El mensaje que nosotros llevábamos era que la gente hiciera algo, porque lo que les pasó a mis papás podía pasarle a cualquiera de ellos. Pero a la gente no le importó más nada, fue solo un momento. Los únicos que quedamos somos los familiares. El año pasado, las compañeras mías de cerámica hicieron un recordatorio en el CMC", dijo Cecilia.

 


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