Una vida de lucha contra la desigualdad
Sabado 09 de marzo 2024

Una vida de lucha contra la desigualdad

Redacción 31/08/2014 - 03.13.hs
MARIO VEGA
Pasó años en Mozambique, alfabetizando, alimentando, ayudando a combatir la pobreza. Como misionera laica, Mariucha sigue en la tarea de difundir el Evangelio, y creyendo en un mundo mejor para todos.
Cuando nos hemos criado en un ambiente en el que, generalmente, no nos ha faltado nada, resulta difícil imaginar cómo sería vivir lleno de carencias, urgido de necesidades, conocer la pobreza extrema. Para una joven acostumbrada a la Santa Rosa casi bucólica de poco más de un par de décadas atrás, llegar a un lugar desconocido, casi exótico: Xai Xai, Mozambique.
Mariucha Figueroa Dadán -María Margarita- sólo había escuchado alguna referencia de aquel lugar cuando su padre -Fito Figueroa, propietario de la muy conocida entonces Mariani Sport- nombraba cada tanto a "La Pantera de Mozambique", un crack del fútbol de antaño que no era otro que Eusebio. Un fenomenal deportista nacido en esas tierras, pero que jugó un par de mundiales vistiendo la camiseta de Portugal. Precisamente Mozambique había sido colonia portuguesa.
Era 1992 cuando Mariucha llegó a esas tierras para cumplir con su objetivo de "evangelizar, con la palabra anunciar la propuesta del Reino de los Cielos de Jesús". Aunque tiene que haber resultado particularmente difícil pensar "la felicidad y la alegría para todos" en una sociedad devastada por el horror de una guerra civil. Allí comprobó la joven santarroseña que la miseria tenía "rostros concretos, reales".

Retazos de su vida.
Mariucha era una adolescente como tantas otras en la ciudad. "Simpática, charlatana, llena de vida, afable, preocupada por la cuestión social, por las injusticias", un día decidió que debía ser misionera laica. A eso volcó el núcleo de su vida, y en esa actividad anduvo por diversos lugares, incluyendo la lejana Mozambique, en África, donde permaneció nada menos que 8 años.
Hija, como quedó dicho, de Rurico Figueroa, y de Lucía -"Chía" para quienes la conocían-, tiene una única hermana, Alejandra María a quienes todos conocen como Sandra, y tres sobrinos a los que ama: Sofía, Fausto y Josefina. "Simón, que era mi ahijado, falleció cuando tenía un año", rememora Mariucha.
Compartiendo un café en lo que fue su casa paterna va contando, cosas de su infancia, de su juventud. Aquellos recuerdos que la mente atesora y tiene bien guardados hasta que, quizás imprevistamente, son rescatados y vuelven para emocionar un poco, para oscilar entre la tristeza y la alegría. Que al cabo las remembranzas son retazos de nuestras propias vidas.
Hizo la primaria y la segundaria en el María Auxiliadora. "Sí, era charlatana, parecida a mis viejos, andariega... un poco rebelde, eso de llegar tarde, pequeñas cosas con esa pretensión de ser libre".

 

Cerca de la Iglesia.
Seguramente influida por Chía, no había domingos sin misa en la cercana parroquia de Luján. "Mamá fue la primera secretaria y a quien le tocó dar el discurso inaugural de la parroquia", dice ahora. "Siempre fui una persona de fe, pero buscando más libertad, con la idea eso sí de vivir con autenticidad el Evangelio". Mariucha era una joven común, que iba a bailar, "al matiné de los domingos, de 2 a 7 de la tarde en Kascote, y que tenía novio. Cuando cumplí los 15 en vez de una fiesta hice una misa y una fiesta más íntima, para los familiares, en casa. Tenía un tío, Raúl, que fue uno de los primeros obreros de la CPE Santa Rosa... si hasta está en un poster donde se ve la trilladora", lo menciona. ´"Él me hablaba de la lucha de la causa obrera, de Lenín, de Marx, y supongo que por eso lado me vino la preocupación por las desigualdades y el sufrimiento de la gente sin oportunidades".

 

La misionera.
Una vida bien normal, de adolescente. Después iba a llegar el momento de partir a Buenos Aires, a estudiar Abogacía. "No sé, tal vez por eso de defender causas, de prenderme en cualquier discusión que se armara en el colegio...
En la UBA me di cuenta que no era mi vocación, profesores que no respondían a mis ideales y entré en crisis. Di vueltas para decirle a mis padres, pero igual no quería volverme, porque Santa Rosa me parecía un ambiente bastante cerrado y limitado. En mi familia me consideraban una persona capaz y tenían expectativas en mí, porque eran los tiempos de 'mi hijo el doctor, o el abogado... Me quedé en Buenos Aires y trabajé en una lencería en Primera Junta; y después vendí jugos de Cañada de Gómez en Santa Fe y ahí andaba por todo el gran Buenos Aires. Estudié para Maestra en el María Auxiliadora en Almagro, y allí conocí a Julieta, que me invitó a formar parte de un grupo misionero que salía de la Parroquia San Francisco de Sales. Me había peleado con mi novio, estaba medio en banda y participé mucho...".
Fue allí que hizo la primera misión en Tricao Malal, Neuquén. Allí estuve del 85 al 89. Misionábamos casi todos jóvenes en un pueblito muy chiquito, con gente que vivía de sus chivas, de sus pocas vaquitas, de costumbres sencillas". Allí recorrió todo el norte neuquino, de un lado y del otro de la "cordillera del viento", y se le haría carne trabajar el tema de la pobreza y la justicia social.

 

Misión en Mozambique.
En noviembre de 1989 la diócesis de Neuquén firmó un convenio con Xai Xai que se denominó Iglesias Hermanas, y al poquito tiempo partió a África la primera misión, y en 1992 le tocó a Margarita, que habría de encontrarse con un panorama bien distinto de lo que conocía en el ámbito hogareño, o aún cuando le tocó vivir en Buenos Aires.
Chicos huérfanos o con secuelas de la guerra civil que desgarró Mozambique durante 17 años; cuadros de desnutrición; y también tareas de alfabetización. Y no le resultó fácil a Mariucha, porque había llegado con sus rudimentarios conocimientos de portugués adquiridos en un mes de un curso intensivo. Y la tarea era todavía más difícil porque los niños mozambicanos ingresaban a la escuela sin conocer esa lengua. "De todos modos enseguida aprendían, porque son muy musicales, pero leer y escribir les costaba bastante más", rememora Figueroa.
Le tocó en algún momento llegar hasta Johannesburgo, en Sudáfrica, y recuerda que "aunque ya estaba Nelson Mandela había vestigios de apartheid. Cuando regresábamos paramos en una estación de servicio y la hermana Alda, africana, fue al baño, y cuando yo quise hacer lo mismo el empleado me dijo que tenía que utilizar otro: el que había utilizado Alda era para los negros. Eso me impresionó mucho", se queda pensando.

 

Escenas muy duras.
En esa Mozambique que trataba de restablecerse después de la guerra, vio cosas fuertes. "Cerca de donde vivíamos había una aldea de pescadores que andaban descalzos. Allí tuvimos que dar clases en un silo abandonado. Otra vez vimos un abuelito que pensábamos que tenía cólera, pero en realidad terminó muriendo desnutrido. También está el caso de una bebé, negrita, que su abuela había llevado a la parroquia, también en estado de desnutrición... eso sí era muy duro, cruel".
Sin dudas unas de las peores experiencias fue cuando la ciudad se inundó. "Me tocó coordinar la distribución de alimentos que llegaban a través de helicópteros para 5.000 personas. Había gente debajo de los árboles, o en carpas... fue un año de trabajar a destajo en condiciones precarias, sin escritorios, sin luz, sin agua. Comían una vez por día, arroz, pescado o polenta; pero a veces no podían cocinar porque no tenían leña y había que salir a buscarla. Fue todo muy fuerte y caótico y estaba agotada. En esa situación límite pude ver toda la grandeza y la miseria humana. La mía y la de otros".

 

Pasión por la misión.
No obstante tantas dificultades se daba, de vez en cuando, algunos lujos terrenales en Mozambique. "A veces a Maputo (la capital) a pasear, y hasta llegué a tener novio", Juan, un moreno mozambucano que trabajaba en el Ministerio de Economía. "No obstante mi pasión por la misión era de lunes a domingo", reafirma.
Cuando regresó al país, a los 6 meses falleció "Chía", y fue "un golpe muy duro". Decidió quedarse, después de 8 años de una experiencia singular, para volver a trasladarse a Neuquén.
Hoy afincada en Santa Rosa, Mariucha da clases de catequesis en el Colegio Domingo Savio, y continúa con su tarea pastoral. "Los pobres son mi vida", dijo alguna vez, y es cierto que por ellos ha resignado algunas cuestiones mundanas. Nunca pensó en renunciar al amor de una pareja, pero también tiene claro que nunca podría dejar de anunciar el Evangelio, y de pensar que un mundo mejor para todos es posible. Aunque el camino para llegar a ese objetivo esté lleno de obstáculos hay que intentarlo.

 

Bajos índices.
La República de Mozambique es un país situado al sureste de África, a orillas del océano Indico. Limita al norte con Tanzania y Lamaui, al noroeste con Zambia, al oeste con Zimbabue, al suroeste con Suazilandia, al sur y al suroeste con Sudáfrica, y al este con el océano Índico.
Refiere la historia que Vasco Da Gama exploró sus costas en 1498, y que Portugal lo colonizó en 1505. Consiguió su independencia en 1975, para convertirse en la República Popular de Mozambique. Fue escenario de una guerra civil que duró desde 1977 hasta 1992, dejando dos millones de minas terrestres todavía activas. El origen de su nombre es Msumbiji, el puerto suajili en la Isla de Mozambique.
Su idioma oficial es el portugués, y es miembro de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa, de la Unión Africana y de la Mancomunidad de Naciones. Es considerado como observador de la Francofonía. Tiene 25 millones de habitantes, y su esperanza de vida es más bien baja, dado que su mortalidad infantil se encuentra entre las más elevadas del mundo. También su índice de desarrollo humano es uno de los más bajos del mundo.
No obstante ,desde el final de la guerra civil en los '90, su calidad de vida ha mejorado notablemente, registrándose avances económicos significativos, como el sector turístico. Su territorio está dividido en once provincias, compuestas por ciento veintiocho distritos. Su capital y centro principal económico y social es Maputo. Más del 99% de la población es bantú, y las principales religiones son el cristianismo y el Islam.

 

Cocinando para Jaime de Nevares.
Se dio un gusto grande Mariucha Figueroa, aunque fuera realizando una tarea que no le gustaba. "Siempre odié cocinar, pero en Neuquén, durante más de un mes me tocó hacerlo todos los días para don Jaime de Nevares. Resulta que falleció su cocinera mapuche y me mandaron a mí, que siempre digo que no encontré un compañero definitivo porque no sé cocinar".
"Fue un mes fantástico y además un honor tratar a don Jaime que era un caballero. Una vez hice una sopa de crema de zanahoria y pregunté como estaba, y como no sabía mentir contestó: "¡Interesante!. Y la verdad es que me había salido intomable".

 


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