Martes 16 de abril 2024

Rodolfo Marinelli, el hombre que vive detrás del empresario

Redaccion 31/07/2021 - 21.03.hs

Pocas personas deben conocer más de 200 países, y Marinelli es una de ellas. El empresario ha logrado sin dudas magníficos éxitos, pero el mayor tiene que ver con haber constituido una hermosa familia.

 

MARIO VEGA

 

Es a esta altura, en la ciudad, una marca registrada. Mencionar «Marinelli» es hablar de una de las firmas más fuertes del medio, sustentada en una vigencia de nada menos que 84 años… Si casi puede decirse que es contemporánea de LA ARENA, que fue fundada por don Raúl D’Atri en 1933. Entonces cómo no tomar a Casa Marinelli como un icono de la ciudad, y a su forjador, como a un verdadero personaje.
Y a Rodolfo Alfredo Marinelli (83) quiero referirme. Al hombre que está detrás del hacedor, y no específicamente a la empresa que aparecerá recurrentemente en la conversación, como no podía ser de otra manera.
Obviamente no podrá menos que reconocerse la valía y el esfuerzo del fundador, Rodolfo Pedro (p), que tuvo un papel fundamental en lo que vendría después.
Rodolfo me espera en su céntrico departamento… Hemos convenido charlar sobre su vida, que naturalmente encierra el exitoso hombre de negocios que supo ser, y naturalmente a la persona que está detrás del empresario, y que es simplemente Titi para quienes lo conocen desde siempre…

 

Ampliamente conocido.

 

Por supuesto es sumamente conocido, no solamente por su actividad comercial -que ha ido dejando lentamente, pero no del todo-, sino porque además fue integrante del Club de Leones, y también presidente del Club All Boys, algunas de sus muchas actividades. Aunque en este tiempo se podría decir que está en la etapa del ocio y de disfrutar lo que supo construir.
Y que no sólo tiene que ver con lo material, sino -y sobre todo- con su familia. Una buena parte de ella reside en el mismo edificio: Rodolfo y su esposa Nylda Isabel García, y también la tía de ella, Lidia, quien supo trabajar muchos años en el comercio de calle Coronel Gil. Pero además en otro departamento del mismo edificio vive una de las hijas, María Laura, con su esposo Roberto Nevares; y en un tercero uno de sus nietos, Clemente Heguy.
«Hace un tiempo, unos cinco años, estamos viviendo aquí… la otra casa (una gran vivienda ubicada en Argentino Valle) era ya demasiado para nosotros, así que nos mudamos. Y estamos muy bien en el departamento», muy amplio y luminoso por cierto.

 

Sus orígenes.

 

Rodolfo Alfredo Marinelli es hijo único de Rodolfo Pedro y de Narcisa Rodríguez: «Papá era nacido en América, Estación Rivadavia, y mamá española nacida en San Martín de Trebejos… mi abuelo trabajó en ferrocarriles… venían poniendo rieles y así llegó hasta ese lugar de la provincia de Buenos Aires. Tiempo después mi padre aprendió el oficio de tipógrafo en la Imprenta Corroche, en General Pico», y ese sería el gen de Imprenta Marinelli primero, y la empresa que es hoy más adelante. Emprendimientos que, desde el principio, tuvieron su sede a pocos metros de la Plaza San Martín.
Agrega Titi que su padre «tocaba el bandoneón y sabía leer las piezas musicales, no es que tocaba de oído», precisa. En tanto la madre por muchos años «fue cajera de lo que era Casa Arteta, hoy Tiendas Galver, hasta que se casaron».
Tiene una mención especial para su padre, con quien trabajaba desde sus 14 años: «Yo hacía las cobranzas y a veces me tocaba estar detrás de la máquina ‘plana’ emparejando papeles. Me acuerdo que cuando se iba el personal, jugábamos con papá al ajedrez, y casi siempre ganaba él… Me han dicho que para las cartas – mus, truco, etcétera- era muy bueno, porque tenía una gran memoria. El viejo los miércoles y sábados iba a la peluquería y también se daba una vueltita por la confitería El Centenario», lo recuerda.

 

Nace Imprenta Marinelli.

 

Era 1937 cuando en Santa Rosa inició sus actividades don Rodolfo (p) con su imprenta, que luego se denominaría «Marinelli e hijo», más tarde «Marinelli CPA, hasta llegar a como se conoce hoy la firma, «Marinelli SA».
Le gusta contar: «Todo empezó en aquel local del Coronel Gil y Lisandro de la Torre, con unos vecinos extraordinarios: de un lado la peluquería de Bayarsky; del otro la verdulería y frutería de Basilio Gil. Y en diagonal con nosotros vivía la familia Colomés, la casa donde ellos, el doctor Pascual y otros pocos fundaron el Club All Boys», rememora.

 

La familia.

 

La esposa de Rodolfo es Nylda Isabel García, «de Carhué, partido de Adolfo Alsina», menciona. Tienen dos hijas, María Isabel, casada con Luis Heguy, que son padres de Clemente; y María Laura, odontóloga que ejerció siempre la profesión, es la esposa de Roberto Nevares, gerente de Casa Marinelli, ex presidente de la Cámara de Comercio y destacado ex basquetbolista del Club Estudiantes, del que incluso fue presidente. El matrimonio le ha dado dos nietas a Titi y Nylda, Martina, ingeniera en alimentos «que actualmente está en una empresa muy importante en Barcelona; y Carola actualmente trabajando en un complejo turístico, en la Toscana, Italia, pero que tiene de España una muy buena oferta para cuando finalice la temporada».

 

Los estudios.

 

Rodolfo Alfredo hizo la primaria un poco en la Escuela N° 2, otro en el Normal donde su abuelo Germán era el mayordomo, y finalizó en la Escuela N° 1 de Varones. «Tuve excelentes maestros, como Molas, Fernández, Fregossi, la señora de Giovanetti, etcétera. Luego vino el tiempo del secundario en el Colegio Nacional para recibirme de bachiller en 1955, y donde tuve entre otros compañeros a Guillermo Gazia, Federico Lorda, Larrañaga, Mabel Altuna, Malala Garmendia, Lelia Pérez, Licha Orgales, Enrique Valerdi, Iglesias, Iriarte y Rubén Fortain», repasa.

 

Juntos hace 60 años.

 

Durante la conversación -no voy a decir que me llama la atención, porque suele suceder en un matrimonio de tantos años-, pude apreciar la ternura con que Nylda está atenta a cada uno de sus gestos mientras permanecen largo rato tomados de las manos.
«Estamos juntos desde hace más de 60 años…», dicen. Ella vino desde su Carhué natal a terminar sus estudios de Maestra en la Escuela Normal, y se conocieron cuando Nylda se estaba recibiendo. «Yo estaba de pensión en casa de la señora de Migone… Era el último mes de estudios y nos cruzamos de casualidad, yo con unas amigas y él con su grupo… Fue un encuentro breve, porque ya me volvía, pero…». Iba a ser el comienzo de una hermosa y larga historia: «Y, no era fácil en aquellos tiempos por las distancias, porque ella siguió en Carhué, y por los transportes que no tienen nada que ver con los de hoy», señala el hombre.

 

Un novio abnegado.

 

Nylda agrega que obviamente iban y venían las tradicionales «cartas y eran tiempos de esperar el cartero… pero a veces había huelga de correos; y ni hablar de los teléfonos…», rememora. Pero Titi, enamorado al fin, hacía todo lo posible por visitarla: «Me tomaba un colectivo hasta Doblas, y ahí a esperar el tren para llegar a Rivera y después hasta Carhué. Hoy es más fácil la vida», se ríe ahora al evocar aquella época.
Después vino el casamiento y la decisión de instalarse en Santa Rosa. «Vivíamos en el centro, a una cuadra de la plaza en tiempos que las calles eran de tierra… apenas si por donde estábamos nosotros había un ‘entoscado’, pero lo cierto es que Santa Rosa era muy chiquita. Recuerdo que el doctor Pascual vivía frente a lo que es el Sanatorio Santa Rosa, y tenían su casa quinta donde está el Hotel Calfucurá», da una idea de las dimensiones de lo que era sólo un pequeño pueblo.

 

A estudiar Medicina.

 

Después de terminar el secundario Rodolfo decidió que iría a estudiar Medicina a Buenos Aires, «junto con Casalegno, Saitúa, Martínez, etcétera, que se inscribieron en Odontología» -y se recibirían-, pero algo sucedió. No muy convencido de afrontar la carrera, en sus cavilaciones Titi pensó que podrían cambiar las cosas en la imprenta. «Hacía algunas cositas, pero nunca me gustó demasiado, pero en Buenos Aires se me ocurrió que podía agregarle algunas cosas de librería. Porque en esa época las casas que nos visitaban eran Della Penna, Stocker, Iturrat, Curt Berger, Chozas, Flaiban. Les comprábamos sólo cosas de imprenta y en cantidad: resmas de papel, cartulinas y cartones, aunque ellos tenían mucho de librería».

 

Nace el empresario.

 

Con esa idea se decidió a regresar a Santa Rosa. «Tiempos muy difíciles: la ciudad con pocos habitantes, además que La Pampa no era provincia sino territorio… lo cierto es que ya había aquí algunos comercios que vendían esos productos, como Obiol (Cabezón y Lorenzo), Casa Porta, Blanco Villares, Outerelo, De La Mata… En esa época las firmas importantes, como Pelikán y Eureka no me atendían. Me enviaban a los revendedores», expresa para dar un testimonio de que la firma, obviamente, nada tenía que ver con esta suerte de emporio que es ahora.

 

Titi en bicicleta.

 

Pero el empresario ya estaba en marcha, e iba a comenzar su trabajo de hormiga para instalarse en una plaza que ya tenía otras casas dedicadas al rubro. ¿Qué hizo Marinelli hijo? «Empecé a visitar a los posibles clientes y ofreciendo precios muy bajos, con margen de utilidades escaso. Me habían comprado una bicicleta que era de la señora Pavanello, muy linda pero era de mujer y me daba v vergüenza andar con esa bici. Hay que entender que todo era bien distinto», compara.

 

La Pampa provincia.

 

Señala que «la conversión de La Pampa en Provincia, el dejar de ser Territorio nos vino muy bien a todos: hubo aumento de población, nuevos empleos, artículos nuevos, diferentes. Y empezamos a vender muebles de oficina en metal, aglomerado, madera, etcétera. También máquinas de escribir, cuando si bien la marca líder era Olivetti, otras por calidad podían competir como la Olympia que ofrecimos con éxito. Y después vino el tiempo de las estanterías y estábamos allí con una marca de primera línea como Morwin y otras mas simples».
Pero no sería todo, porque llegaron las fotocopiadoras, y vendían desde la nacionales que hacia Agfa, hasta las importadas y todo lo imaginable y no imaginable, color, doble faz, etcétera.
Casa Marinelli también daba servicios, «y eso también fue parte del éxito. Ahora la venta se ha popularizado, pero los que buscan seguridad siguen recurriendo a Marinelli… porque los 84 años de vigencia pesan», dice no sin cierto orgullo.

 

El dirigente.

 

Aunque el deporte no ha sido su fuerte, Rodolfo Marinelli tiene un fuerte vínculo con el Club All Boys, a cuya presidencia accedió sucediendo al doctor Ismael Amit. «Con la colaboración de (José Aquiles) Regazzoli y (Ramón) Turnes fue muy sencilla. Y además hay que tener en cuenta que en la Directiva había potenciales presidentes, como Vicente Regino Guzmán, Julio de Paz, ‘Copete» Di Napoli, Raúl Miretti, Manfredi, García , Matttei… había muchos y muy buenos». Sonríe cuando cuenta que «salir con Guzmán a juntar plata no era difícil… era gerente del Banco de La Pampa», acota. Y corre por mi cuenta: ¿qué comerciante le iba a decir que no al que podía, o no, otorgarle un crédito?
«Un día salimos a buscar porque necesitábamos traer un jugador de Bahía Blanca, Jacobo, y en un rato teníamos la plata para pagarlo», ejemplifica.
Aunque fue presidente «sólo un período», Titi afirma que siempre estuvo. «Los clubes son muy necesarios y es importante que las personas acepten participar, ser dirigentes con buenas intenciones», afirma.

 

El leonismo.

 

Otro aspecto que resalta especialmente tiene que ver con el leonismo: «Ha sido muy importante para mí, y también por lo que pudimos aportar. Fui gobernador en el período 1969/70, y presidente de Consejo, y finalmente director internacional en tres oportunidades. Era uno de los ocho hombres que podía elegir el presidente», indica.
Por razones empresariales, y también ligadas al leonismo han viajado «mucho con Nylda, y calculo que entre cabotaje e internacionales hicimos más de doscientos vuelos: estuvimos en Estados Unidos en varias oportunidades, y fue el país que más me impresionó; pero también en Alaska; y dos o tres veces en Japón, igual que en China y la India», y obviamente visitaron todos los países clásicos de Europa.

 

La política.

 

Le pregunto si alguna vez lo tentaron para hacer política, y responde Rodolfo: «La verdad es que nunca fue de mi interés. Para hacer política es necesario tener un buen equipo», razona. Y enseguida agrega: «En una oportunidad vino a mi oficina de calle Pellegrini el doctor Ismael Amit, a solicitarme que lo acompañara, pero le contesté que no, y le di los motivos por los cuales no participaba. Creo que me supo comprender», reflexiona.
No obstante admite que «en varias oportunidades fui al Comité de la UCR para ayudar», y hasta en una ocasión fue «candidato a concejal detrás de Benito Zegalá, ubicado en un lugar de la lista en la que nunca hubiera podido ser electo», ironiza.
Además, «cuando se dividió entre la Unión Cívica Radical del Pueblo y la UCRI (Radical Intransigente) la verdad es que yo no sabía de quien era, así que nunca más participé en nada», sostiene.
Sostiene que «al país lo veo complicado. Yo nací en 1938, y hasta el ’45 había una moneda estable. Pero desde entonces ha sido un gran desorden. ¿Soluciones? Que haya más trabajo genuino, porque dando trabajo el Estado no se soluciona, y con subsidios tampoco… pero es cierto que la gente tiene que comer… ciertamente no se me ocurre cómo se arregla todo esto», dice casi en un suspiro.

 

Un consejero.

 

Es una persona sumamente inteligente, alguien observador y detallista, y capaz de detectar errores e insignificancias difíciles de ver para cualquiera. Cuentan quienes lo tratan que le da mucho valor a los méritos de quien -haya estudiado o no- sea capaz de trazarse un camino por sí solo. «Es de primero escuchar bastante y después opinar, y he visto muchos que lo vienen a consultar, y no sólo desde lo empresarial», dijo alguien que lo conoce, y mucho.
Hoy Titi manifiesta que no extraña su trabajo… «Lo mío ya fue, y con exceso. Además en la empresa hay personas que están muy capacitadas para dirigir, que tienen proyectos… y por ahí sólo a veces me piden alguna opinión», afirma.

 

Dejando huellas.

 

Dicen los que dicen saber que las personas en el transcurrir van dejando surcos, que pueden advertirse en las grandes empresas, en realizaciones importantes… pero también hay huellas que se imprimen en el diario acontecer.
Y así las cosas al momento del balance uno podrá decir si consiguió el que, dicen, es el objetivo supremo de la vida. Lo cierto es que el bienestar puede hallarse en las cosas simples de todos los días, en pequeños gestos… en la tierna caricia de una esposa, en el amor y la admiración de los hijos, y en el respeto que una persona puede ganarse entre aquellos que ha tratado… Por todo eso Rodolfo es un hombre pleno, feliz… Y vaya si ha dejado huellas en todo lo vivido.

 

Final para una fábula urbana con «malicia».

 

Rodolfo Marinelli, su esposa y sus hijas vivieron muchos años en una enorme casona que construyeron guiados por el arquitecto Santiago Swinnen y la Empresa Elorriaga. Alguna vez esa casa, ubicada en calle Argentino Valle, casi en la esquina con Avenida Luro, fue junto con la de la familia Laurenzano ubicada al lado, una de las más distinguidas de la ciudad.
Un chalet que no podía dejar de admirar a quien acertara a pasar por allí. «En algún momento con otros socios tuvimos la empresa Surcar, dedicada a la venta de tractores, y cuando la sociedad se disolvió subdividimos el terreno de la firma que estaba precisamente en ese sector. Hicimos un sorteo y a nosotros nos tocó esa esquina, donde levantamos la casa», rememora Titi.
Con el tiempo, a pocos metros, en la esquina que da a Avenida Luro, se levantó un enorme edificio que encubrió a aquellas dos hermosas casonas. Una fábula urbana que se difundió y muchos dieron por cierta, es que quien decidió levantar el edificio -hoy está allí el hotel UNIT- tuvo la «malicia» de hacerlo para ocultar aquellas viviendas que se les ocurrían ostentosas.
Se divierte Rodolfo al señalar que «si así hubiese sido le salió bien cara la jodita… Nada de eso pasó, porque el dueño de ese edificio era amigo nuestro, al punto que en algún momento le alquilamos parte para ubicar allí Inco (Instalaciones Comerciales). Tal vez alguien por decir algo dijo que se hizo esa construcción para joderlo a Marinelli… La verdad es que no tiene ni pies ni cabezas. Qué problema podía causarnos a nosotros, si ni siquiera nos tapaba el sol», sonríe con el comentario.
Una fábula urbana, de las tantas que a veces suelen circular.

 

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