Martes 16 de abril 2024

Familia pampeana, pero «made in Taiwán»

Redaccion 24/10/2020 - 21.26.hs

Llevan 26 años en Santa Rosa. Aquí abrieron lo que se conoció como el Restaurante Chino. Ahora el matrimonio disfruta de sus hijos y se entretiene en el invernadero que cultivan en lo alto de su vivienda.
MARIO VEGA
No quieren ser chinos… «Somos taiwaneses», dicen convencidos. El matrimonio que ahora vive en la esquina de San Jorge y Pueyrredón llegó a Santa Rosa hace 26 años, después de vivir 10 en Capital Federal. ¿Cómo es que alguien que nació y se crió del otro lado del mundo decide un día instalarse en Argentina?, y más concretamente en Santa Rosa, La Pampa.
Yo creía que nosotros -los argentinos… los pampeanos más precisamente- éramos dueños de una idiosincrasia que nos vinculaba muy fuertemente con la tierra, familias, afectos y tradiciones; y suponía que irnos alguna vez a un sitio lejano para hacer nuestras vidas en otro país era casi una utopía. La realidad fue mutando y hoy cientos de personas, familias enteras, han construido su existencia en lugares remotos.
Pensaba que eran «los de afuera» los que venían aquí para quedarse, que ellos eran los «desapegados» de sus costumbres y tradiciones. Pero veo que no es así, y que lo cierto es que muchos de los nuestros se fueron a armar sus historias en otras partes del mundo… Y cada vez hay más elementos para admitir que todo cambió, y mucho.

 

Los que vienen.

 

En Santa Rosa hay obvio hijos y nietos de latinos venidos desde las Europas; y desde hace bastante tiempo vemos gentes de otras etnias, que profesan distintas costumbres y religiones… y en la medida que se van confundiendo con el resto de la sociedad santarroseña casi los vamos adoptando como propios. Y está bien que así sea. Ni hablar de las conocidas historias de tanos y españoles que llegaron en los primeros tiempos; y también de otras nacionalidades -muchos de países más cercanos- que fueron asimilándose a nuestra sociedad. Los hay muchos de países sudamericanos; aunque hay de todas partes y allí, en nuestras calles, ya no nos extrañan los senegaleses que -hoy por hoy- forman parte de nuestro contexto urbano.
Entre tantos foráneos hubo muchos que aparecieron y se fueron, pero otros llegaron y se quedaron hace ya decenas de años.

 

Venidos de Taiwán.

 

Entre los que arribaron están Chiang Yuik Lee y Yang, su esposa; que lo hicieron acompañados de sus tres hijos y hoy hasta tienen nietos pampeanos…
Todos por aquí -desde el principio- los identificamos como chinos, pero ellos se encargan de negarlo, de decir que no lo son… «Somos taiwaneses», afirman con convicción.
Sus rasgos, no obstante, inducen a aquella primera caracterización, y si bien en la conversación que mantenemos insisto que ellos para mí tienen rasgos chinos, lo cierto es que no quieren saber nada con que así sea… aunque a mí se me antoje extraño.

 

Visita a Taiwán.

 

Porque hace algunos años experimenté la experiencia de viajar y permanecer un par de semanas en China Taipei (en la capital del país) y -aunque ahora estos amigos me dicen que estoy equivocado- debo expresar que siempre estuve convencido que ellos pertenecían a la China capitalista; en contraposición con la China Popular Comunista establecida en el continente. Pero que, al cabo, eran chinos.
Además después de esa permanencia -que fue una gran posibilidad de conocer costumbres y prácticas de un país del que desconocía todo hasta entonces-, me quedé con la impresión que estuve… sí, en China.

 

¿Chinos? No, taiwaneses.

 

Esto es, los rasgos de su gente, el modo de vida, las edificaciones y ornamentaciones antiquísimas -aunque Taipei tiene también sitios que se parecen más a Nueva York o alguna otra gran ciudad que otra cosa-, sumado a carteles luminosos con leyendas de un idioma hecho de caracteres que me resultaban absolutamente extraños e imposibles de comprender, me ubicaron en una cultura milenaria e indubitable del país asiático.
Pero bueno… si los Lee sostienen que son taiwaneses y no chinos, ellos sabrán.

 

¿Dos Chinas?

 

La realidad territorial actual ha hecho que en las últimas décadas estos nombres hayan caído en desuso, y la República de China es denominada habitualmente como Taiwán, mientras que el nombre de «China» se aplica por lo general a la República Popular China.
Taiwán tiene relaciones oficiales no diplomáticas con la Unión Europea y casi 50 países que -sí reconocen a la República Popular de China-, mantienen sólo oficinas económicas, comerciales o culturales en Taipei. Pero no embajadas.
Taiwán y China están enfrentados desde 1949 -cuando finalizó la guerra civil-, y en este tiempo ambos países mantienen formalmente el nombre de «China», con discrepancias sobre cuál es la verdadera heredera de la civilización milenaria.
La China continental se convirtió en una de las mayores potencias del mundo; en tanto Taiwán -anticomunista- ha sabido depender de apoyos exteriores. Ante el notable poderío de la gran nación asiática, Taiwán está ante tres opciones: aferrarse al statu quo, luchar por la independencia de «iure» o resignarse a ser anexionada a China, que es lo último que querrían sus habitantes.

 

Una gran familia en Hualien.

 

En Hualien, en la costa este de Taiwán, vivían Chiang Yuik Lee, su esposa Yang y sus tres hijos. «»Nuestra familia era muy grande, porque yo tengo 10 hermanos, y el siete…», cuenta ella.
El hombre era un próspero comerciante en su ciudad natal, y llegó a tener tres locales con negocios: uno con venta de muebles, otro que ofrecía verduras, frutas y pescado, y una vidriería. «Estábamos muy bien pero trabajábamos muchísimo. Un día un amigo que vivía en la Argentina me contó que él trabajaba de lunes a sábado a mediodía, y después tenía libre hasta el lunes… allá no: el trabajo es de lunes a lunes, todos los días, y a veces hasta 16 horas por jornada», sostiene Chiang Yuik.

 

«Vendimos todo en Taiwán».

 

Ante la sugerencia del amigo se entusiasmaron con la posibilidad de tener una vida más placentera, y un día vendió todo lo que tenía en su tierra y emprendió el largo viaje al otro lado del mundo.
Chiang hablaba algo de español, pero Yang tenía serias dificultades. «Hicimos un curso de dos meses, y vinimos primero a Capital Federal, y más tarde a Ramos Mejía… y nos fue bien, porque llegamos a tener un supermercado muy grande, con 45 empleados y 9 líneas de caja», es la mujer la que precisa. «Trabajábamos muy bien pero sin tanto sacrificio como en nuestra tierra y podíamos disfrutar más. Por eso pudimos salir muchas veces de viaje por distintas provincias», dice Chiang en el tono tranquilo y pausado que lo caracteriza.
Uno de esos paseos lo habría de traer a La Pampa. «Nos gustó Santa Rosa, porque nos pareció una ciudad tranquila y limpia… Por la forma de moverse de la gente nos hizo recordar a nuestra ciudad, cerca de la montaña, y ahí decidimos venir con nuestra familia… con nuestros hijos», cuentan.

 

La familia.

 

Chiang Yuik Lee (68) y Yang, su esposa, habían arribado al país en 1984, después de iniciar los trámites en abril de ese año. «Llegamos en junio a Buenos Aires, apoyados por otros paisanos».
Ya tenían a sus tres hijos: «DR» («De Erre) -así lo conocen en Santa Rosa- que en realidad se llama Ming Yean (dedicado a diversos negocios); Yean Shley (se recibió de abogado y profesor de Inglés y está radicado en Mar del Plata); en tanto que la hija mujer es Mei Yi (es profesora de Matemáticas en la Universidad Nacional de La Pampa), y vive pegado a los de sus padres junto a su pequeña Lourdes (7 años). Pero Chiang y Yang tienen otros dos nietos, de su hijo «DR», Melina (11) y Máximo (7).
Son gente amable, simpática y resulta muy agradable charlar con ellos, aunque en algún momento haya que hacer un mínimo esfuerzo para entender bien lo que dicen, sobre todo si la que habla es Yang.

 

De lunes a lunes.

 

El matrimonio insiste en que las condiciones laborales influyeron de gran manera para vender todo allá y venirse.
Les pregunto dónde se conocieron y se miran, sonríen y recuerdan: «Somos nacidos en Hualien, éramos vecinos, y yo era compañero de colegio con una hermana de Yang», cuenta él.
Después de un corto noviazgo se casaron y trabajaron como comerciantes en su ciudad. «Pero era mucho trabajo… porque allá lo importante es el servicio, y se trabaja de lunes a lunes. Supimos por un amigo que aquí era distinto… nuestro amigo trabajaba de lunes a sábado a mediodía», y gozaba de muchas horas libres, vacaciones y beneficios que desconocían los Lee en Taiwán.
Así se decidieron y volaron a Buenos Aires. Estuvieron un tiempo en Capital Federal, pero al tiempo se instalaron en Ramos Mejía.
Yang señala que en Buenos Aires tuvieron «un gran supermercado, con 45 empleados y 9 líneas de caja. Era un negocio importante», rememora.

 

Policías coimeros.

 

En uno de esos paseos por las provincias que ahora sí tenían tiempo para realizar, llegaron a Santa Rosa. «Nos gustó, y eso sumado a que estábamos cansados de las coimas de la policía y los inspectores truchos en Buenos Aires nos decidieron a venirnos», explican.
¿Cómo es eso de las coimas y los truchos?, les pregunto. Y Chiang relata las peripecias de todas las semanas: «Sí, había policías a los que había que pagarles una coima… Un día en Buenos Aires me tuvieron toda la noche en una comisaría, una típica apretada para que pague…», recuerda ahora sonriente.

 

Inspectores truchos.

 

Después de haber pasado Chiang una noche «preso» recibió la visita de otro «señor», quien se ofreció a brindarle protección: le dijo que cada vez que lo fueran a ver se dejara hacer el acta de infracción por parte de los inspectores -casi siempre inventada- que él después se iba a encargar de tirarla a la basura. Obvio, debía pagar un dinero al «señor» amigo que hacía desaparecer las multas…
«Pero además por ahí aparecían tipos que decían que eran inspectores, pero eran truchos… y también querían su coima», se ríe con ganas Yang.
Los dos coinciden en que «por suerte acá en La Pampa la coima de la policía no existe».

 

Los abogados.

 

Por cosas como ésas, para defenderse de esa corrupción, Yang quiso que uno de sus hijos al menos estudiara Abogacía, porque «los abogados cobran en dos mostradores», agrega con picardía. Y el que se recibió, para cuidar de alguna manera los intereses de la familia fue Yean, quien además es profesor de Inglés en Mar del Plata y hoy trabaja en los tribunales de la ciudad costera.
Chiang habla pausado y se le entiende perfectamente si uno le presta atención; pero ella lo hace más «atravesado» -invierte verbos y sustantivos-, y eso le da un cierto aire gracioso… y lo sabe porque después de una frase mira al interlocutor para saber si ha sido interpretada.

 

Taberna china.

 

En Santa Rosa, a poco de instalarse, tuvieron un restaurante «tenedor libre», que alguna vez estuvo ubicado sobre avenida Roca; y tiempo más tarde se mudó al Club Español. Los platos que se ofrecían eran -por lo general- típicamente relacionados con lo que ellos tienen como costumbre comer; y en su momento resultó un verdadero suceso porque contaban con una clientela que llenaba el salón casi todos los días. Allí Yang se encargaba de la cocina, pero en realidad toda la familia colaboraba con el emprendimiento.

 

Arroz, siempre arroz.

 

Si bien están plenamente afincados, ambos confiesan que el mate no está entre sus preferencias, aunque Chiang admite que «alguno que otro, cuando está muy lavado» suele tomar. «A nosotros nos gusta el té», dicen mientras Yang nos sirve a mí y al fotógrafo una nueva taza de la infusión que, obviamente, viniendo de ellos, es verdaderamente especial.
Aunque les gusta el asado, su dieta está compuesta «todos los días con arroz, preparado de distintas formas. Pero en todas las comidas hay arroz como base… y también la sopa la tomamos todos los días. ¿Pescado? Sí, cuando sabemos que es fresco por supuesto que nos gusta», completan.

 

Tevé taiwanesa.

 

Cuando llegamos los dos veían televisión, pero los caracteres o ideogramas que acompañaban las imágenes de la pantalla enseguida nos hicieron saber que no estaban viendo Canal 3, o el informativo de la CPE Santa Rosa… «Sí, por internet estamos al día de lo que pasa en Taiwán… todos los días miramos televisión de nuestra tierra», admiten.
En algún momento viajaban seguido a su tierra natal -«muchas veces con los gastos pagados por mi madre», dice Yang-, pero obviamente la pandemia los mantiene hoy sin posibilidades de hacerlo. «Nos gusta ir… algunos nos dicen que nos volvamos, pero no… ya está. Estamos bien aquí, los hijos están acostumbrados, tienen sus trabajos… Estamos bien, y nos entretenemos mucho con nuestros nietos, y pasamos varias horas trabajando en el invernadero», expresa Chiang señalando hacia arriba de la casa.

 

«Aquí se vive tranquilo».

 

Al preguntarle a Lee, expresa que a él le interesa la política, «no desde lo partidario, sino como algo para pensar hacia el futuro, pensando en nuestros hijos y nuestros nietos», razona.
Hoy, aún en estos tiempos de convulsionada economía en nuestro país (¡cuando no!)) -todo potenciado por esta pandemia que nos mantiene preocupados y angustiados- eligen quedarse. «Porque aquí vivimos tranquilos», reiteran (¡¡!).
Ellos se sienten pampeanos por adopción… pero «made in Taiwán», como acota divertida Mey, la hija, que sólo por un instante se sumó a la charla.
No sé si tiene que ver con la cultura milenaria de su pueblo, por esa sabiduría que parecen tener para vivir, pero lo cierto es que aparentan una paz interior que casi podría decirse un poquito se los envidia.
¡Todo ha cambiado tanto! Muchos y muchas compatriotas buscan otros horizontes -procurando estar mejor-, en tanto también están quienes entienden que Argentina es una tierra donde se puede vivir de una manera más sosegada…
Es un poco loco… ¿O me parece a mí?

 

Un vivero en el techo.

 

La curiosidad periodística de Rodrigo Pérez (nuestro fotógrafo), quien ratifica seguido que asume que es un «cronista gráfico» -esto es que lleva una cámara fotográfica con la que aporta a la noticia-, lo llevó a «descubrir» que en el techo de una casa ubicada en San Jorge y Pueyrredón, alguien ha levantado un invernadero.
Ni corto ni perezoso se interesó, conversó con la familia que vive en ese domicilio y consiguió esta nota.
Y realmente sorprende porque no es habitual verlo, y menos sobre los techos de una vivienda… Como la propiedad -que fuera del profesor Héctor «Gaucho» De La Sota y su familia- casi no tiene patio, Chiang y Yang se las arreglaron para armar en el techo del garaje su vivero. Que no sólo los entretiene varias horas por día, sino que además les da hortalizas, verduras y frutas que coadyuvan a la economía familiar.
Pero además, como la producción excede sus necesidades, se dan el gusto de ofrecerles y regalarles a los vecinos el excedente, que no es poco.
«Aquí tenemos un poco de todo… apio, tomates, lechuga, zapallos, zanahoria, albahaca, margaritas (una especie) que se preparan en la sopa o salteado… Pero también como pueden ver en la vereda tenemos frutales: árboles de limón, mora, ciruelas, damasco y almendras», sonríe Chiang para nuestra sorpresa, mientras su esposa pone en nuestras manos -como regalo- un exquisito y singular vino de ciruelas. «Hago dos botellas por año… esta vez una es para ustedes», dice sonriente y amable. El fotógrafo mira y no dice nada… Pero es una sola botella, Rodrigo… No hay forma.

 

Una tradición milenaria.

 

Taiwán -históricamente conocida como Formosa- es una isla de unos 35.800 kilómetros cuadrados ubicada a 180 kilómetros de la China Popular. Cuenta con ciudades donde la modernidad alterna con tradicionales templos chinos, centros termales y terrenos montañosos. Su capital es Taipei, muy conocida por sus mercados nocturnos y el arte imperial chino en el Museo del Palacio Nacional.
La tradición milenaria se da en marcado contraste con enormes edificios vidriados, y como atracción especial el rascacielos en forma de bambú de 509 metros de altura con un mirador, que es uno de los más altos del mundo.
¿Por qué los Lee dicen que no son chinos? Quizás porque la isla fue ocupada alguna vez por Japón, y luego sucesivamente por Holanda, España, Portugal y la propia China. Por eso podría inferirse que no habría un origen absoluto y directo de los habitantes del archipiélago del gran país asiático. Por eso «taiwaneses», ratifica Chiang.

 

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