Jueves 11 de abril 2024

López Alduncín, un bohemio del fútbol

Redaccion 16/05/2020 - 22.05.hs

Empático, amiguero, es un viajero consuetudinario, y uno de los mejores futbolistas de Atlético Macachín. Parecería disfrutar una vida de bohemia, pero trabaja cada día entre los animales en el campo.
MARIO VEGA
¿Dios existe? Debe haber pocas controversias que den lugar a tan apasionadas discusiones. Creyentes y ateos exponen sus argumentos para imponer sus razonamientos, y obviamente no hay acuerdo. Una discusión que viene del fondo de la historia y que -seguramente- nunca podremos develar.
Pero entre tantas especulaciones hubo una extraordinaria… «El gol que Diego le hizo a los ingleses con la ayuda de la mano divina es, por ahora, la única prueba fiable de la existencia de Dios», sostuvo con esa agudeza que lleva ínsita la carga justa de fantasía, de idealismo y humor Mario Benedetti. El ilustre escritor uruguayo fue uno de los tantos que dedicaron muchas de sus obras al fútbol. Y esa ingeniosa frase define absolutamente lo que piensa sobre el tema.

 

Hubo otros que opinaron.
Benedetti con aquella apreciación irónica ofrece una lúcida visión de lo que es el fútbol para buena parte del mundo. Y hubo muchos más intelectuales que piensan parecido y lo expresaron… Ni hablar de otro uruguayo superlativo como Eduardo Galeano; o entre los nuestros El Gordo Soriano, Eduardo Sacheri, y tantos que le dedicaron sus textos y sus cuentos al fútbol.
Es verdad que Jorge Luis Borges -tomando una avenida absolutamente contraria- también se manifestó. ¿Qué dijo el gran escritor argentino? «El fútbol es popular porque la estupidez es popular». Y bueno… lo dijo Borges.

 

Una pasión indescriptible.
El propio presidente Alberto Fernández indicó recientemente lo que es el fútbol para el pueblo argentino, y reveló que él mismo es «loco» por el juego que nos apasiona casi sin explicación más o menos racional posible.
«El fútbol es lo más importante de las cosas menos importantes», dicen que dijo Jorge Valdano -campeón mundial de México ’86-; y rayando en la exageración el manager Bill Shankly, por años al frente del Liverpool inglés, solía definir en una frase de qué se trata: «Algunos creen que el fútbol es sólo una cuestión de vida o muerte, pero es algo más que eso».

 

Protagonista especial.
Por eso, en muchas oportunidades, en estas columnas hemos vinculado a distintos personajes con el fútbol… y debo admitir también que no a todos les resultará atractivo. Aunque tal vez a una buena cantidad de lectores sí.
Este actor que presentamos hoy es futbolista… de los mejores que andan por estos pagos. Pero además reúne características que lo sitúan como alguien especial en estos tiempos donde pareciera que el fútbol tiene reglas y preceptos claros, que conllevan sacrificios y esfuerzos especiales para rendir en un alto nivel. Y no es que él no los haga… porque cuando está «se mata» por su camiseta.

 

Pero a veces no está.
Este pibe, se me ocurre, es «especial». Parece un despreocupado que de tanto en tanto toma sus maletas y se va a recorrer el mundo… Agustín López Alduncín, que de él se trata, es para mí un bohemio del fútbol… y de la vida. Una persona que anda por allí con apariencia de indolente -aunque no lo sea-, y del que muchos deben creer que tiene la vida solucionada…
Se ríe con ganas el «Pitu», que así lo llaman desde que era apenas un niño precisamente porque no era el muchacho flaco y potente que hoy podemos ver en un terreno de juego.
«Sí, sé que hay gente que piensa así… pero nada que ver. Lo que sí es cierto que no tengo tarjeta de crédito, y que no le debo nada a nadie. Pero después, como todo el mundo, me toca laburar todos los días como cualquier hijo de vecino. Lo que hago es juntar lo que puedo, y cada tanto se me da por ir por allí», explica.

 

«Cuando voy a faltar, aviso».
Y por allí lo que ha llamado la atención es que lo ha hecho cuando su equipo -Atlético Macachín- está en medio de la disputa de un campeonato. Y si falta el Pitu, el rojo tiene menos posibilidades. Y eso no lo niega casi nadie.
«No es que soy despreocupado, porque cuando tengo previsto viajar lo aviso con anticipación, que voy a faltar de tal fecha a tal fecha… Pero cuando me toca jugar todos saben que dejo lo mejor de mí por la camiseta», expresa.

 

La familia.
Tiene 32 años y vivió siempre en Macachín. «Mis padres son nacidos y criados en Capital Federal. Mi papá es Mariano López Alduncín, médico veterinario; y mi mamá Alcira Rodríguez, profesora de Inglés; y tengo tres hermanos: la mayor Milagros que está casada y vive en Bahía Blanca, le sigo yo, y después vienen Tomás y Fran», precisa.
Agrega que su padre allá por 1984 «tuvo la suerte de heredar un campo a 5 kilómetros de Macachín, y al año siguiente compraron una casa y se instalaron por aquí. Y cuando hablo de la suerte estoy diciendo de haber llegado a Macachín, un pueblo que en ese momento tenía 3.000 habitantes, donde se podía jugar en la vereda, andar en bici, o treparte a un árbol sin problemas», rememora.

 

Pitu tenista.
«En mi caso todos los juegos de chico se basaban en una pelota. No sólo de fútbol, porque podía ser de básquet, vóley, tenis, o rugby. Era el mejor regalo para cumpleaños, Navidad o Reyes… Hoy tengo 32 y sigue siendo mi regalo favorito, y espero no crecer nunca», se ríe con ganas.
A los 6, ante tanta energía, Alcira decidió anotarlo en tenis, con el profesor Marcos Juárez. «Mientras iba a la primaria en la Escuela 220, que lo mejor que tenía eran sus tres canchitas para diferentes edades… También arranqué en la escuelita de fútbol del club, pero no era muy constante y me dedicaba más al tenis. A los 9 años tuve mi primer selectivo en General Pico, donde fui sub campeón de pre infantil y gané mi primer trofeo; después en infantiles fui subcampeón y campeón, aunque me ganaba mi compañero Miti Mandrile, hoy entre los 10 primeros del ranking argentino de paddle», menciona.

 

Basta de tenis.
A los 14 años lo federaron. «Empecé a jugar nacionales en Bahía Blanca, pero mis rivales me sacaban dos cabezas y 20 kilos y era prácticamente imposible competir. Para ese entonces ya me apodaban el Pitu, apodo que me puso mi profe de fútbol Juan Páez por ser el más chiquitito de todos».
Recuerda que ante la frustración empezó a romper una raqueta por partido, hasta que dejó de jugar. «No era un buen momento económico… mi padre se dedicaba a hacer ecografías de animales, y mi madre daba Inglés en colegios a la mañana y a la tarde. Ella siempre nos inculcó el estudio como prioridad… pero no tuvo suerte conmigo porque me quería hacer estudiar inglés y me terminó echando por burro… y sí, hoy me arrepiento», admite.

 

«Obligada» vuelta al fútbol.
A los 17 años todo se reducía a juntada de amigos, asados, boliches y fiestas. «Íbamos a Batachá los fines de semana, pero había un chico más grande que yo y me quería ‘convidar’ con puño… Un día dije no salgo más: el lunes arranco a entrenar y los fines de semana juego al fútbol. Y así fue, dejé las fiestas a un lado y arranqué a entrenar, y empezó una etapa de desarrollo: crecí 30 centímetros, gané fuerza y velocidad, y en cuestión de dos meses estaba en el banco de primera. El día que debuté como titular metí mi primer gol», narra.

 

Producción Agropecuaria.
«Con el sabor agridulce por querer seguir jugando al fútbol, al año siguiente me fui a Buenos Aires… a estudiar Tecnicatura en Producción Agropecuaria. Me recibí en tres años y empecé Educación Física, a la vez que hice un profesorado de tenis…», cuenta.
Allá jugaba en un equipo de fútbol inter country. «Les faltaba un arquero, y dije que sí… En mi debut descolgué un corner y salí gambeteando a los que me salían, hasta que se la pasé a un compañero que hizo el gol. Y desde ahí no fui más al arco», dice divertido.

 

El regreso.
Cursaba segundo año de Educación Física «cuando me llamaron del club para que les diera una mano, porque estaba en zona de descenso y quedaban cuatro partidos. Así que viajaba los fines de semana. El último partido tuve la suerte contra Atlético Santa Rosa de meter dos goles y ganamos 3 a 1 para seguir en la A, como siempre».

 

El «reino de Salinas Grandes».
A los pocos meses estaba viviendo en Macachín. «El fútbol fue el detonante para el regreso… Empecé a trabajar en el campo, mi vieja me regaló unas vacas a pagar con trabajo y yo era el encargado de la parte agrícola del campo, tenía un tractor, una rastra y una sembradora. Hoy gracias a su ayuda tengo mis animales y trabajo por mi cuenta».
El campo de los López Alduncín es conocido como «El reino de Salinas Grandes» que lideraba el mítico cacique Calfucurá. Y por eso se puede decir que es un predio histórico: fue escenario del primer asentamiento blanco en la zona, cuando era ocupada por indígenas, y aún quedan por allí vestigios del Fortín «Atreucó», y rastros del «camino de los chilenos».

 

Atlético campeón.
Desde su regreso, el Pitu fue creciendo en su rendimiento y llamó la atención de otros equipos. Fue tentado por All Boys, Atlético Santa Rosa, y por General Belgrano; pero jugó en Club Darregueira, donde terminó el Provincial convirtiendo cuatro goles… Uno de ellos un golazo contra Vértiz: «Terminaba y perdíamos 1 a 0, hubo un rebote, me quedó la pelota, controlé de cabeza y tiré una chilena que se clavó en un ángulo… Sí, fue un golazo», reafirma como si lo estuviera viendo.
Después otra vez la camiseta de Atlético, un buen torneo en 2011, hasta que al siguiente llegó el gran momento: «¡Campeones! Fuimos campeones, con un plantel muy rico en jugadores; y formamos una dupla muy buena con Nico López, al que le debo la mitad de mis goles. En ese equipo todo ensamblaba a la perfección, desde el cuerpo técnico hasta el último jugador».
Se mantuvo la base y en 2013 llegó el triunfo en la Copa Presidente. «Fue hermoso ver un pueblo peleando por el sueño de salir campeón… no había nada que pudiera con esa unión por querer lograr algo», evoca.

 

Jugador profesional.
Más aquí en el tiempo Agustín se dio el gusto de sentirse «jugador profesional». Fue cuando Nico Muñoz lo convenció para pasar a General Belgrano: «Éramos 14 refuerzos, y a mis 28 años me convertía en jugador profesional. Fue una experiencia inolvidable», resume.
Agrega que su futuro en el fútbol lo ve «incierto… a veces me descubro hablando como un ex jugador. Y la realidad es que tengo un tobillo en muy mal estado, con osteocondritis, y no tiene vuelta. Igual me gustaría jugar un torneo más para despedirme de la mejor manera. Pero por lo que parece no será este año… ni tal vez el próximo», razona.

 

Viajaba, pero avisaba.
Le pregunto a Agustín si le pesó que lo acusaran de abandonar a su equipo para hacer sus viajes por el mundo: «Es que nunca fue así… la verdad es que mi única ‘atadura’ por así llamarla es mi club, aunque sé que cuando me iba a algunos no les caía bien, y pensaban que los dejaba a gamba a mitad del torneo… Pero siempre fui frontal con los jugadores, el cuerpo técnico y la dirigencia: antes de comenzar los torneo les comunicaba que para tal fecha no iba a estar por tanto tiempo, y después ellos decidían si querían que siguiera o no».

 

Cosas del fútbol.
Si tuviera que definirlo -pensando en jugadores del fútbol grande- diría que tiene un juego parecido al de Rafael Santos Borré, el delantero de River.
«No sé… lo que sí cuando juego lo hago a morir… y si tengo una virtud es el contagio, dentro y fuera de la cancha», agrega. Admite que «nunca quise ser capitán del equipo… y aparte era pésimo con las arengas antes de entrar a la cancha, y tampoco sé reclamarle al arbitro».
«Agustín es una persona sumamente honesta, pero a veces lo he visto tirarse en un partido y que cobraran falta a su favor… le he dicho que está mal, pero él contesta que son cosas del fútbol», reprocha mamá Alcira, que cada vez que está en Macachín va a alentarlo cuando juega. ¿Y entonces, cómo es Pitu?

 

Lo que viene.
Sobre su futuro Pitu explica que trata de pensar «a corto plazo… pero el sueño de tener una familia e hijos es algo que siempre está presente. La vida se encargará de eso cuando tenga que ser. Mi primera y única novia la tuve a mis 17 años y fue hasta los 26… casi 9 años de buena relación, hasta que decidimos terminar y fue difícil para mí. Pero nos queremos mucho y cada uno quiere lo mejor para el otro», confiesa.
Hoy uno de sus amores es su ahijada Emma, que vive en Santa Rosa y es hija de uno de sus mejores amigos.

 

Viajar, siempre viajar.
Ante otra pregunta se pone serio y reflexiona: «Algunos piensan que tengo plata por eso de que agarro la mochila y me voy… ¿Pero quienes piensan así? Me imagino que son personas atadas a cosas materiales, que a lo mejor tienen las tarjetas de crédito al rojo vivo porque compraron un plasma de 50 pulgadas, o un celular de alta gama, o quizás prefieren cambiar el auto… y no está mal eso, cada uno en lo suyo… Yo no tengo ataduras, soy soltero y sin hijos. Creo… y no tengo tarjetas de crédito ni deudas con nadie…», completa.
Y agrega para más datos: «Este año recién pude cambiar la camioneta modelo ’74 que compré hace 7 años, porque siempre prioricé viajar y tener otras experiencias de vida, a las que veo como un enorme aprendizaje. Quizás por eso me tildan como bicho raro», sonríe con indulgencia.

 

Viviendo como quiere.
A principios de este año tenía un viaje por 4 meses por la costa Atlántica, pero «nos sorprendió la pandemia… por estas cosas creo a veces que el futuro no existe: hoy estaría en alguna playa de Brasil y hace 45 días estamos encerrados… pero creo que esto va a pasar y nos va a dejar enseñanzas a todos», reflexiona.
Pero ni siquiera la actual situación le quita la ilusión de seguir con esa vida de caminar por el mundo… «Me gustaría más adelante irme por un tiempo indefinido. Llegar hasta Alaska sería un sueño para mí», concluye.
¿Un personaje? Sí, de esos que nuestro bendito fútbol tiene a montones. Pero es verdad: ningún bicho raro. Sólo un pibe fantástico, querible, que labura -y mucho- para vivir como quiere… Y sí… un poco de envidia da. Claro que sí.

 

«Un antes y un después»
El Pitu López Alduncín tiene claro que viajar le permite conocer otras culturas, las realidades de otros mundos, y obviamente -aunque él quizás hoy no lo elabore aún de esa forma- terminará por construirlo como persona.
«En mi caso viajar ha sido un antes y un después en mi elección de vida…», resume con sencillez.
Se podría decir que el viajero en general anda por el mundo para ver la realidad de la vida en distintos sitios… que es la mejor manera de acceder a otras culturas y abrir la mente. Y el Pitu está en eso.
Y cuenta: «En 2013 con dos amigos planeamos irnos al noroeste de mochileros por un mes, conociendo Tucumán, Salta y Jujuy. Fue la primera vez, y a partir de ahí decidí que lo haría todos los años. Armar la mochila, llegar a un lugar desconocido, solucionar dónde dormir, buscar información, ver diferentes culturas, hacerse independiente en el camino, cruzarse con viajeros de otras partes del mundo. Entre muchas cosas más… me apasiona todo eso».
«Ya en 2015 con un amigo íbamos a ir en micro a recorrer Latino América… pero se me ocurrió otra manera y buscando encontré un Renault 6 modelo ’80 muy barato en Mendoza. Fuimos a verlo y lo compramos… Lo trajimos al pueblo, lo acomodamos y a la ruta. Antes hicimos un almuerzo en el campo para juntar fondos: nos donaron la carne, la bebida al costo y vendimos unas 80 tarjetas a $150, entre amigos y gente que nos paraba en la calle para concurrir y de alguna manera ser parte del viaje, de nuestro sueño», relata.

 

Meses viajando.
Así recaudaron como para cruzar la frontera a Chile. «Al final fueron cuatro meses en una experiencia hermosa: costeamos el Pacífico por la parte de Chile, Perú, Ecuador hasta llegar a Colombia».
En 2016 «pude ahorrar y sacar un pasaje a Europa, a España más precisamente… quería conocer mi familia materna, porque mis abuelos eran españoles que por la guerra un día se tomaron un barco para buscar un futuro mejor… Mi abuelo era del norte de España, asturiano, y mi abuela de Galicia. Ese viaje fue sin ticket de regreso y duró cinco meses. Conocí toda mi familia y recorrí España de norte a sur, Portugal y algo de Marruecos», dice entusiasmado con los recuerdos.
Ya en 2018 hizo Costa Rica, algo de Nicaragua y un poco Panamá, «y en 2019 estuve en el casamiento de un amigo en Guatemala y aproveché a conocer las dos costas de México. Pero es mentira que tengo plata… sólo que otros se compran un plasma, o cambian el auto… yo junto para poder viajar», dice con simpleza.
Y está bueno Pitu… Al cabo, «caminante, son tus huellas el camino, y nada más; caminante, no hay camino: se hace camino al andar…», diría Machado.

 

El recuerdo de Leo Fernández
Estaba siendo tentado por All Boys para jugar el Torneo Provincial, y la idea lo atraía, pero recibió un llamado inesperado. «Era el técnico de Belgrano, el gran Leo Fernández… Su tono de voz me generó una sensación de paz, seguridad y confianza difícil de explicar. Entre muchos halagos que me hizo me dijo que me quería en su equipo, que iba a ser el goleador del torneo. Creo que nadie en el mundo le hubiese dicho que no a ese llamado, y de entrada no dudé en que quería jugar para aprender de Leo. Al cabo él había podido cumplir con lo que siempre fue mi sueño: Jugar con la ‘9’ de River Plate. Así Belgrano se convirtió en mi club y terminamos perdiendo la semifinal del Provincial con All Boys», explica.
Y agrega: «De todos modos no me arrepentí de la decisión que tomé. Volvería a tomarla si volviera a recibir ese mismo llamado», concluye.

 

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