Viernes 12 de abril 2024

Soñar con un trabajo en blanco

Redaccion 22/07/2021 - 21.10.hs

La crisis de 2001 devastó a la sociedad y golpeó sobre todo a los sectores más humildes. Fueron los tremendos tiempos de la aparición de comedores comunitarios por todas partes, de los cartoneros, del trueque -esa suerte de mercado comunitario donde se cambiaba cualquier objeto por comida-, épocas de personas que salían por las noches a revolver tarros de basura… Fue algo tremendo que aún nos duele, porque había hambre y carencias elementales. Tiempos de sufrimiento y de bronca…
Así comenzamos a ver cartoneros… y proliferaron los «motoqueros» que ofrecían un servicio de cadetería y se transformaron en un oficio que sigue vigente; y también, de a poco, en alguna esquina que otra de la ciudad -aquellos que no tenían ni moto, ni bicicleta para el nuevo «oficio»- aparecieron los limpiavidrios.

 

En todas partes.
Estaban ya en otras grandes ciudades del país, pero se fueron multiplicando rápidamente con la crisis en nuestra Santa Rosa. Se los veía al principio alrededor de la Plaza San Martín, y de a poco se fueron extendiendo por toda la ciudad: están en el Centro Cívico -la Legislatura y la Casa de Gobierno-, en la zona del Hospital, frente a clínicas y sanatorios, bancos, supermercados, y en todo lugar donde haya un estacionamiento de vehículos.
Estuvieron los que se mostraron respetuosos de la decisión de los propietarios, a los que llegaron a tratar como «clientes», que podían decidir si querían o no que les lavaran sus autos; y otros muchachos que no comprendían la negativa y mostraban su enojo con quien la manifestaba.
De alguna manera eran limpiavidrios -también conocidos como «trapitos»- que se fueron haciendo parte de la postal de la ciudad. Hoy están por todos lados.

 

Testimonios de la crisis.
Como sucede con todos los «oficios» están los que lo tomaron con seriedad, incluso manejándose con horarios determinados, y con una «parada» que transformaron en exclusiva; y otros que ciertamente se mostraron pendencieros, molestosos e irritantes. Al punto que provocaron rechazo de muchos automovilistas.
Eran sólo unos pocos cuando comenzaron, pero se multiplicaron, como un testimonio de la crisis social en la que estamos inmersos desde hace tanto tiempo.
Hubo quienes se dedicaron durante un tiempo y abandonaron después de algunos meses -a lo mejor consiguiendo otro trabajo (sobre todo en la construcción)-, pero otros se quedaron definitivamente con su tarea.

 

La historia de Lucas.
Hay algunos que tienen un lugar determinado, e incluso cuentan con una «clientela» que los privilegia al momento de dejarles sus vehículos para que se los laven.
Ese es el caso de Lucas López (26), el joven de Villa Parque que mete 8 horas diarias, de lunes a viernes, en el sector de la Avenida San Martín ubicado entre 25 de Mayo y Coronel Gil, frente a la histórica tienda «La Princesa». Es hijo de Raúl, que trabaja en un taller; y de Alicia, ama de casa. Son cinco hermanos, todos varones: Damián, Darío, Emanuel y Dilan. «El único que todavía vive en casa con mis padres soy yo…», acota Lucas.
Cualquiera que pase por su «parada» no podrá menos que prestar atención a su presencia cotidiana, porque va y viene con sus baldes para tomar uno y otro vehículo «y dejarlos impecables», se jacta. Y hay que decir que tiene particular habilidad para realizar el trabajo que, por algunos instantes, comparte con Brian: «Cada tanto viene algún muchacho y compartimos el trabajo… por suerte hay para todos», señala.

 

Conseguir un buen trabajo.
Lucas hizo la escuela primaria en la escuela «Madre Teresa de Calcuta, la que era Unidad n° 8, y en el secundario me falta hacer dos años… Lo que quiero es conseguir un trabajo bueno y para eso necesito el título, y en algún momento lo voy a tener», se promete.
Lleva casi 10 años lavando autos: «Empecé frente a la Catedral y no paré más… ahí estuve tres años y me vine para este lado. La verdad es que no me puedo quejar, porque me llevo bien con todo el mundo y tengo clientes que vienen y me buscan para que les lave el auto», dice, mientras una persona le deja las llaves de su vehículo y se va a tomar un café. «Tengo bastante laburo y hago 7 u 8 autos por día… vengo cuatro horas a la mañana y otras cuatro a la tarde, y no falto nunca… Por eso tengo ‘una banda’ de clientes», señala.
Fanático de Ríver -se lo podrá ver siempre vistiendo una remera con los colores millonarios-, dice que eso no le quita clientes: «Al contrario… si somos un montón los de Ríver», sonríe.

 

Terminar el secundario.
«¿Qué cosas me gustan? Ver fútbol por televisión, juntarme con los amigos y jugar a la pelota, o salir a tomar una birra… pero ahora no se puede con todo esto que está pasando», admite.
Lucas es joven aún, pero tiene claro que si quiere progresar tiene que finalizar el secundario: «Porque mi sueño es conseguir un trabajo en blanco… esto me da para vivir, y para comprarme mis cosas», asegura. Y agrega que con lo recaudado pudo adquirir «una máquina de cortar pasto para laburar» y que es dueño de «tres motos, una 150cc. En algún momento también trabajé como cadete…», completa.

 

Derecho a la esperanza.
«Si me preguntan qué sueños tengo la respuesta, es fácil: conseguir un trabajo en blanco. Por ahí sale algo, porque soy de cumplir y laburador…», afirma, y continúa frenético repasando un parabrisas.
Una historia mínima de por aquí nomás. Una más… Un joven como tantos que esperan una oportunidad… Y vaya si al conocer aspectos de su vida no es para desear que se le presente. Ganas parecen sobrarle… Y aunque cabe admitir que la situación no es fácil, lo cierto es que todos tenemos derecho a la esperanza… Claro que sí, Lucas… (M.V.)

 

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