Domingo 21 de abril 2024

Yéssica, del infierno a la esperanza

Redacción 11/03/2018 - 00.45.hs

Uno vive primero como puede, y después como quiere. Y es verdad que el contexto de cada persona la determina, pero a veces el sacrificio, el no entregarse, puede aportar para construir una vida mejor.
Mario Vega - Seguramente se trata de una historia ínfima para el común de la gente, porque no creo que referir a la vida de esta mujer se pueda enmarcar en la magnificencia de tamaña manifestación, como la que se vivió hace apenas un par de días, o poco más.
En realidad siempre, o desde hace bastante tiempo por lo menos, me vengo preguntando si todas las notas periodísticas deben tener una razón determinada, si merecen un contexto, si se debe necesariamente ubicar a un personaje en un establecido tiempo y lugar. ¿Contar una historia de vida puede obligar a que quien la narra deba explicar por qué, cómo y cuando? Podría ser... o tal vez no. No lo sé...
Pienso que quizás pueda alcanzarle a quien lea esta página, simplemente acceder a una narración que al cabo se constituya nada más que en una manera de decir, de expresar, de contar una historia... que puede dar lugar a una interpretación unívoca, o a distintas interpretaciones. A gusto de quien llegue a conocerla.

 

Un día muy especial.
Esta misma semana se celebró el Día Internacional de la Mujer, y miles de personas -mujeres, y hombres- participaron de marchas en todo el país, en una jornada para reivindicar la igualdad de sexos. Un día destinado a remarcar el valor de la mujer en la sociedad, y a resaltar a las personas que luchan por aquella igualdad que aún tarda en materializarse.
Hubo, claro, actos, discursos, charlas, conferencias, programas enteros en televisión, páginas completas de los diarios, y espacios diversos para conmemorarlo. Y está muy bien que así haya sido, para que nuestras cabezas impregnadas de machismo -por qué negarlo- empiecen a entender que se viven nuevos tiempos, que debemos aprender una nueva manera de interpretar relaciones, de utilizar un lenguaje adecuado, y que sería absolutamente justo que la mujer tenga las mismas oportunidades que el hombre. En todos los ámbitos.
Sobre esto queda poco margen para la discusión, aunque muchos aún resistan el cambio de paradigma.
Naturalmente por estos días -especialmente- se habló de violencia contra las mujeres, y también se resaltó como ellas se multiplican para atender a la vez tareas hogareñas, y además responder como esposas, y madres que a la vez le dedican horas a un trabajo o profesión. Se dialogó acerca de la necesidad de que la sociedad toda tome conciencia de avanzar hacia derechos que las equiparen con los hombres. Y que no hay más excusas para eso.

 

Mamá a los 15 años.
Frente a ese escenario esta historia tal vez puede aparecer minúscula -y tal vez lo sea-, aunque insisto siempre conque cada una tiene su valor. Yéssica Pérez tiene nada más que 25 años, dos hijos -y Olivia que viene en camino- y una vida cargada de penurias y de necesidades...
Soportó todas las carencias -la de sus padres ausentes-, la falta del pan en la mesa, la convivencia con otros siete hermanos en una casita que no tenía ni luz ni gas... ni nada.
Tuvo que salir a la calle con sus apenas 9 ó 10 años y soportó los abusos, que al principio no se daba cuenta que eran abusos, y sin darse cuenta también en la calle cayó en uno de los últimos escalones de la miseria humana... y así, también casi sin darse cuenta un día quedó embarazada y, sin tener ni la menor noción de lo que significaba a los 15 ya era mamá. Pero esta circunstancia, precisamente esta situación, la de ser madre, haría aflorar en ella a una mujer que iba a luchar por su supervivencia, y que es capaz de darlo todo por sus hijos... hasta lo inimaginable.

 

Hay gente que es así...
Accedí a ella por dos mujeres que llevan en el alma eso de acercarse a los que menos tienen, a los que sufren, a los que soportan necesidades que casi nadie atiende. Valeria Ruggieri y Liliana Eijo son -aunque lo nieguen- de esas personas que Hamlet Lima Quintana define insuperablemente: "... a la vuelta de la esquina... hay gente que es así, tan necesaria...". Son trabajadoras sociales por vocación, y conocen de historias duras, de personas que sufren y necesitan de todo, porque no tienen nada. Y en esos casos, allí, de alguna manera, estarán ellas. Y otro grupo de personas que siempre las acompaña.

 

Del infierno a la esperanza.
Esta semana fui al domicilio de Yessica en el barrio Esperanza -ubicado en lo que casi parece otro pueblo en el sudeste de la ciudad-, y ella contó paso a paso detalles de una existencia tan descarnadamente dura que hubiera podido abatir a más de uno. "Ahora cumplí 25 años... tengo mis hijos Iván (13) y Agustina (9), y estoy esperando a Olivia, que va a nacer en estos días", dice mientras se toca la panza de un embarazo que lleva 33 semanas.
"Estoy en pareja con Kevin, que trabaja en la construcción... tenemos una vida simple, la vamos llevando", dice con una sonrisa que no se borra de su boca, aunque en realidad creo advertir que su rostro se ilumina sobre todo con el brillo de sus ojos. "Kevin era amigo de mis hermanos, y aunque yo no estaba con él, siempre estuvo", lo menciona.
Las dos mujeres que me acompañaron hasta su casa -a la sazón las dos "suegras"-hacen acotaciones y hablan del muchacho: "Y pensar que no lo queríamos 'al' Kevin... no le poníamos ni una ficha, y miralo vos que bien", lo elogian ahora.

 

"Unos 20 hermanos... ponele".
"Ella se ríe todo el tiempo...", reafirma Liliana, que junto a Valeria son las "tutoras" de la charla, e irán aportando para terminar de redondear una historia muy particular. "Nosotros vivíamos en la calle Anza (entre Pío XII y Juan XXIII), en una casita re pobre, y éramos ocho hermanos en total... después mis padres se separaron y cada uno por su parte tuvo más hijos, así que al final seremos unos veinte hermanos. Ponele...", dice Yessica que no puede evitar la carcajada.
Un día los padres se fueron, sí se fueron -así de claro y contundente- y los dejaron solos... "Mi hermano Ezequiel que tenía 13 años hacía lo que podía, y andábamos todo el día en la calle, de aquí para allá, sin nada para hacer... comíamos lo que la gente nos daba, o a veces en el comedor de Villa Santillán" cuenta Yéssica casi con naturalidad. "Dormíamos todos en una cucheta y en una cama grande... no teníamos luz y a veces, no siempre, usábamos velas... Entrábamos y salíamos, no teníamos horarios...". Así se criaron. Como pudieron.
En ese permanente andar Yéssica estaba expuesta, porque no faltaba el que le daba algo y le pedía otra cosa a cambio... y no caía en la cuenta que era abusada. Hasta que a los 14 quedó embarazada... "Tenía 15 cuando nació Iván", rememora.

 

Un momento de quiebre.
En el transcurrir de la gente suelen aparecer imprevistos, y alguno que funciona como quiebre; una esquina en la que la vida gira de una manera tal que hace que nada vuelva a ser como era antes.
En la existencia de esta mujer, aún muy joven, en su niñez-adolescencia se fueron cruzando varias esquinas que ella dobló sin querer... unas más graves, otras que pasaron casi imperceptibles. Tenía una pareja que no sólo la explotaba -"porque él no trabajaba..."-, sino que además era violento con ella... "Incluso ya nos habíamos separado y cada vez que me veía por ahí me fajaba", relata y -ahora sí- se pone seria. Una noche, en uno de esos recodos del camino sucedió lo que nunca imaginó, lo que en realidad nunca quiso... La Justicia de los hombres la condenó: 8 años de prisión, dijeron los jueces.
Pero ya tenía dos hijos -estaba Iván y había nacido Agustina-, y obviamente no podía estar con ellos en una cárcel, así que se determinó que debía cumplir prisión domiciliaria... Los primeros tiempos en la casi ruinosa casita de la calle Anza, y más tarde en esta -mucho más linda y cuidada- que ocupa ahora en el Barrio Esperanza.

 

El abandono.
Son sus "amigas-madres" las que hablan de que "la marca constante en su vida era el abandono. Pero el peor fue el que hizo el Estado, que ignora la vida de algunas personas. Y ella es el ejemplo claro".
Es Liliana -con una forma de decir muy particular, con definiciones muy gráficas- quien cuenta cómo fue la evolución de Yéssica: "Cuando la conocí nos tratábamos mal... le tenía que llevar un medicamento y me decía cualquier cosa... me insultaba. La verdad que me había cansado -admite mientras mira a Yéssica que la sigue divertida-, porque me hablaba mal... ¿viste Maradona cuando se enoja con los periodistas? ¡Eh! ¡Che, vos...!', decía con un hablar y un andar casi masculino... Pero cambió: mirala ahora, es toda una señora, casi una lady", y larga la carcajada la Gallega, como la conocen a Lili.

 

El valor de la libertad.
La asistente social agrega que "a pesar de todo eso, lo valorable es como siempre Yéssica sale de esas situaciones, y lo hace con más conciencia, con valoraciones más fuertes de lo que significa la libertad. Feliz de poder disfrutar lo que tiene y lo que ha conseguido. De aquella chica que conocimos, áspera, dura, con muy pocas sonrisas a esta de estos días hay un abismo. De esa chica que apareció en la sala de primeros auxilios enojadísima con todo y con todos, desde ahí a estos días, ha pasado mucha agua bajo el puente. Mirala ahora...", indica Liliana y se le humedecen los ojos.
Y dicen en el final sus amigas, las que la protegen frente a todo: "La Yessi no sigue enseñando cada día que todo es posible... que más allá de las tremendas dificultades que le tocaron es posible salir adelante con una pequeña ayuda". Precisamente la que le prestan las "madres" -no tan pequeña- que la adoptaron desde el principio cuando ella misma se encargaba de rechazarlas.

 

En breve habrá fiesta...
A veces con esas frases comunes que se utilizan se dice -livianamente por cierto- que estamos ante un mundo lleno de posibilidades... y cabría agregar: no para todos.
Yessi tiene una esperanza allí adelante, y avanza convencida hacia ella porque sabe que en esa oportunidad que le está dando el destino -en esa posibilidad de alcanzar ese haz de luz- está también el futuro de sus hijos.
Tiene ahora la libertad de andar por la vereda, de asomarse a la calle que le estaba vedada, una libertad que está determinada por los jueces. Una libertad que llega llena de trabajo, de pasos que acompañan a sus hijos a la escuela, a su pareja; libertad que la conduce a su escuela para seguir creciendo... Dejando atrás viejos rencores, tratando de olvidar esos tiempos en que la vida, a cada paso, le iba haciendo una zancadilla... Sufrió la pobreza extrema, la ultrajaron, la vituperaron, la discriminaron. Pero igual no se entregó. Nunca.
Es cierto: algo cambió, y Yéssica pretende que sea para siempre... Porque además, y en breve, para reafirmar el presente y mirar hacia el futuro, habrá fiesta en la casa: ¡llegará Olivia!
Y siempre la vida... siempre.

 

"Libertad, en la cabeza"
"Uno está acostumbrado a ver mujeres a las que les fue impresionantemente bien, y muchas que tuvieron todo a favor. En mi caso mis padres me pudieron dar todo, ropa, guita para estudiar... y así es más fácil", reflexiona Liliana Eijo.
Y sigue: "Pero cuando vemos personas como Yéssica, que tuvieron todo en contra... pero todo eh!, se debe destacar el valor de pelear con un Estado que no ayuda, que se dedica a lo fácil... además de la gente que no la ve, que no la registra... Y sumar la actitud de hombres que sí la ven, ¡pero como es más linda que el diablo! ya sabemos para qué la quieren... Hay que destacar su valor para ir viendo y zafando".
Un día de marzo de 2012 -Yéssica no recuerda el día, lo tiene borrado de su mente- pasó lo que pasó... Él le pegaba, donde la encontrara... Luego la Justicia la condenó a 8 años, y ahora está con la condicional desde hace 6 meses. "En ese tiempo no podía salir de casa; y no lo hacía ni a la vereda porque tenía mucho miedo a que me vieran. No quería dejar de cumplir con la restricción porque si por eso me sacan mis hijos me mato", afirma.
"Los chicos saben muchas cosas, de algunas se dieron cuenta solos, veían que no podía salir a la vereda; y tampoco quería. La primera vez, cuando pude salir me vinieron a buscar mis hermanos, pero volví enseguida porque vi que afuera la gente está enloquecida, enojada. Prefiero quedarme atrás de las rejas de mi casa donde estuve más de 5 años", expresa la joven,
Sus protectoras -Valeria y Liliana- destacan todo el tiempo la inteligencia intuitiva de Yessi: "Era cerca de Navidad y en la fundación Manos en la Masa prendimos una vela cada una vela a las 12 de la noche y pedíamos tres deseos. Todos dijimos más o menos lo mismo: Salud, trabajo y amor. Pero ella siempre acelera y dijo 'pidamos por la libertad'. Y completó: "Ahora entendí que la libertad
está acá. Y se puso el dedo en la frente".
Yessi quiere saber de historia, y conoce de qué se trata el #8M, que se conmemora para recordar a las que murieron, y pedir por la igualdad de género en todos los niveles.
Le gusta cocinar, porque "Valeria (Ruggieri) me enseñó en Manos en la Masa (organización que merece por sí sola una nota)... y salir me gusta poco, aunque los otros días fuimos a los corsos del Medasur. Al del Parque Recreativo no, porque cobraban", agrega.
Yéssica, además de tener la meta de terminar el secundario, sabe de manualidades y cerámica, "y siempre quiere aprender más. Todo el día lucha por salir", concluyen sus "amigas-madre".

 

"La grieta estuvo siempre"
Yéssica, la definen quienes la conocen, es obsesiva y cuando algo se le pone en la cabeza no para. Cuando conoció a sus amigas apenas sabía leer, porque había dejado la escuela muy chiquita para andar en la calle. Después terminó la primaria, y ahora está en tercer año del secundario. "Tengo buenas notas, 8 y 9, y
y no llegué al 10 porque empecé muy tarde el año", se justifica. Dice que las materias que más le gustan "son Matemática y Física. Ahora Kevin (su compañero) también va a empezar el secundario, e Ivan (su hijo) está en segundo año de la EPET. Sí, hay que estudiar", ratifica por si hiciera falta.
Y cuentan: "Un día llegó entusiasmada a las 8 de la mañana y nos dijo: 'hablan de la grieta y al final estuvo siempre. Miren el 25 de Mayo, Cornelio Saavedra por un lado, Moreno por el otro, los españoles que no sabían para qué lado agarrar porque ni rey tenían... y los criollos que iban para otro lado. Siempre hubo grieta", les explicó con sencillez.

 

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