25 años después

La caída del bloque de países comunistas, a fines de la década de los ochenta del siglo pasado, marcó el fin de más de medio siglo de luchas ideológicas que inevitablemente se trasladaron al campo político y militar. Con aquel derrumbe filósofos y politólogos pensaron que la realidad imponía una conclusión: un nuevo mundo se abría a la acción del liberalismo económico. Uno de esos pensadores extremó la consideración al postular en 1992 que había llegado "El fin de la historia, lo que significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, con los hombres satisfaciendo sus necesidades a través de la actividad económica, sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas".
La polémica frase fue lanzada por Francis Fukuyama, un estadounidense de origen japonés, que pensó que la dinámica del mundo como lucha de ideologías, finalizaba con la aparición de sociedades donde el capitalismo impondría democracias liberales afines a sus intereses. La afirmación se convirtió en emblema del capitalismo triunfante.
En 2017 se cumplieron veinticinco años de aquel pronunciamiento y puede decirse que bastó ese cuarto de siglo para demostrar que la historia siguió, como siempre, sus casi siempre imprevisibles rumbos. Es cierto que el capitalismo parece imponerse como alternativa socioeconómica excluyente pero también que no es -nunca lo fue- una panacea para los males de la humanidad; ni acabó con las guerras -más bien las fomentó e incrementó- ni con el hambre, ni con las necesidades, al tiempo que puso en evidencia su desprecio por cualquier valor que no se subordine a la ganancia, incluido el cuidado del planeta.
La tesis fukuyamista también naufragó en lo político ya que nuevas potencias -como China y su original capitalismo de Estado- siguieron creciendo y reivindicando al socialismo, y la expansión de las armas atómicas llegó a otros países, menos poderosos pero igual de temibles por sus amenazantes posturas.