Miércoles 17 de abril 2024

Apuros de la dama de la guadaña inevitable

Redacción 18/04/2015 - 04.20.hs

Señor Director:
Comenzaré disculpándome por el título. No sé si transgrede pautas de buen gusto (tan variables ellas) y aun mi propia norma de no mentar la soga en casa del ahorcado, nombre que podemos dar a la casa de todos como se verá.
El hecho es que al recorrer mis apuntes con ánimo de elegir un tema para esta columna lo que veo repetido es el nombre de la innombrable, ésa que es pensada sin voluntad de nombrarla, hasta que, obligados, la decimos, Muerte, y la representamos con guadaña para una siega que mete miedo. Una para nuestro uso, tres para los griegos, que les llamaban Moiras y les daban nombre propio: Clota, la que hila; Láquesis, la que mide con su vara la longitud del hilo de cada ser que nace, y Átropos, la inexorable, la que corta el hilo de la vida con sus ominosas tijeras. Los romanos aceptaron también tres y les llamaron parcas; los nórdicos, de Europa, prefirieron decirles nornas y otros pueblos también las identificaron con palabras de su lengua. Zeus, el supremo dios griego, reconoció alguna vez que las deidades debían atender el dictado de las Moiras, o sea no meterse con ellas.
El hombre, el personaje de todas las historias, se distingue porque gusta suplirlas en su quehacer: decide si alguien comienza, decide su duración y ejecuta su propia decisión. ¿Será su manera de sentirse dios?
En mis apuntes abundan las constancias de estos finales. Ayer, aquí, me ocupaba de dos escritores reconocidos y amados, que coincidieron en la fecha del adiós. Consta que murió un nieto recuperado por las Abuelas, Pablo G. Athanasiu Larchan, quien había conocido su identidad en 2013, pero no había podido retornar a sus padres, que siguen "desaparecidos" (la función de desaparecedor no figura en la mitología griega, al menos no con nombre propio). Leo que se inicia juicio, en Jujuy, por la muerte de Carola Carretero, que era cabo de gendarmería y que, al parecer, debió su muerte a tener funciones de inteligencia, lo que irritó a su pareja y ésta, luego de someterla a vejámenes sexuales, compartidos por otros gendarmes, la golpeó y dejó golpear. Al final, Carola apareció ahorcada en un baño de la residencia de esos guardianes, simulando una muerte voluntaria que no ha convencido y por eso cinco gendarmes son juzgados. En el Bajo Flores metropolitano cuatro hombres (3 varones y una mujer, todos paraguayos) fueron muertos por autores desconocidos. Recibieron un total de 34 balazos para que quedara claro que habían sido sentenciados y ejecutados por competidores en el negocio de la droga, que es una especialidad para enloquecer y aniquilar a los consumidores. En Entre Ríos sentencian a 8 años y cuatro meses de prisión al conductor que, ebrio y drogado, atropelló con su automotor a un niño que iba camino de la escuela. Otro conductor, taxista, en Buenos Aires, atropelló y mató a una estudiante neuquina de 21 años. Otro conductor, en Haedo, embistió a seis muchachos que transitaban por la vereda, matando a uno de ellos... Suma y sigue, pero ya me preguntaba si seguiremos considerándonos una especie pacifista.
Cuando se pone cuidado en registrar datos surge la dolorosa comprobación de que las guerras son, en todo caso, una forma de exagerar el quehacer cotidiano de matarnos los unos a los otros. O, se me ocurre pensar, que las guerras pueden ser decisión de las moiras o parcas o nornas, o todas juntas ellas en congreso, ofendidas porque las reemplazamos en su quehacer. Si, además, consideramos que nuestra especie no se toma reposo en su afán de cambiar el ambiente que ha permitido que en este planeta florezca la vida, podemos pensar que preparamos o apresuramos el gran final del que ni siquiera sobrevivirán las moiras con sus husos, sus varas y sus tijeras. Al cabo, ellas son otras tantas invenciones humanas para explicarnos lo que no acertamos a explicar porque no es fruto de nuestra creatividad.
Me propongo no volver a mentar lo prohibido en un título.
Jotavé

 


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