Jueves 11 de abril 2024

Cuando la calle empieza a resultar una amenaza

Redacción 08/06/2016 - 02.09.hs

Señor Director:
La noticia que llega desde General Acha dice que la autoridad de la escuela secundaria Valle Argentino ha solicitado mayor presencia policial y la intervención de los padres de alumnos para atender un problema nuevo, configurado por presencias inquietantes para alumnas que caminan solas hacia la escuela.
Al parecer, se han producido casos en los que individuos no identificados intentan atraer a alumnas que caminan el trayecto mencionado y llegan a tratar de convencerlas de subir a un automóvil. Como no se cree que tengan la intención de ahorrarles el recorrido, se ha creído prudente hacer la denuncia ante la policía y pedir la atención de los padres, sugiriendo la conveniencia que, de no existir compañía de adulto, se trate de formar grupos de alumnos, protegiendo en particular a los de menor edad. Tales recomendaciones resultan atendibles, aunque no siempre las familias tienen adultos disponibles en ese horario, sobre todo en el matutino.
Entiendo que hay que tener en cuenta el contexto en que se produce este llamado de atención, puesto que estamos asistiendo, en otros lugares del país (en particular, Buenos Aires, ciudad y provincia, y también Mendoza), a una oleada de secuestros extorsivos, como la de 2001-2003. Este fenómeno se agrega a la inquietud que produce saber que siempre es posible que actúen sujetos que procuran atraer a las alumnas con fines no determinados, pero sospechosos y hasta temibles. Conviene agregar a los casos de secuestros, los que pueden terminar en una situación inquietante para las niñas si tomamos en cuenta el marco que crea la cantidad de femicidios.
Si a todo lo mencionado se agrega la frecuencia de los accidentes de tránsito, estaríamos ante otra forma de riesgo para los peatones. La suma de esas situaciones peligrosas hace que las calles puedan dejar de ser un lugar de tránsito tranquilo. Ya era bastante con los casos frecuentes de robo de celulares, de bicicletas y motos en la vía pública, así como del arrebato de la cartera femenina.
Me resisto a dar por cierto que esta creciente peligrosidad de la calle se relacione con despidos y con el fuerte incremento del costo de la vida, aunque no creo que deba desestimarse esta relación. La experiencia de la salida de los noventa, en particular la de los años iniciales de este siglo, obliga a considerar la relación de causa y efecto entre el riesgo personal y el factor socioeconómico. Aparte de esta posibilidad, personalmente tiendo a aceptar que algo está cambiando en la sociedad humana en general y que tal cambio puede ayudar a entender, en parte al menos, el incremento de formas delictivas que afectan mayoritariamente a la mujer. Al abordar el tema de los femicidios he desarrollado la idea de éste desajuste que se configuraría como crisis resultante del crecimiento de la vida urbana (mayor población) y de un cambio en las costumbres y de los criterios y valoraciones sobre los que se construyen las costumbres.
Sea lo que fuere, ya incidan alguna o todas estas causas probables, lo cierto es que cada día tenemos más motivos para empezar a ver a la calle como un riesgo, el espacio público como una amenaza.
Alguna vez, quizás en un arrebato literario, dije que ahora el espacio público comienza a configurarse como la selva de los tiempos de Caperucita Roja. Cuando el lobo y los sujetos peligrosos moraban en ese ambiente. Cierto es que ahora cada vez quedan menos bosques, pero al mismo tiempo no deja de crecer el amontonamiento de seres humanos en las ciudades, tanto por el aumento población mundial como por la despoblación de áreas rurales y de los pequeños pueblos. Consideré, entonces, que ciertos delitos como los abusos sexuales y los mismos casos extremos (como los femicidios), pueden mantener su porcentaje, pero que los pervertidos y los mercaderes de carne humana ya tienen menor posibilidad de pasar inadvertidos.
Atentamente:
Jotavé

 

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