Miércoles 27 de marzo 2024

Cuando el nombre consignado al martirio

Redacción 21/08/2014 - 03.43.hs

Señor Director:
El pasado miércoles 20, cuando leía nuestro diario, me sorprendió el protagonismo femenino en tres de las noticias de la crónica policial.
Digo que me sorprendió por los tres casos que aparecen en otras tantas crónicas. También pensé la voz agonía porque la primera idea que vino a mi mente relacionó los casos de tres mujeres, dos de los cuales hacen referencia a la muerte y todos ellos también a la lucha, a un combate al que los humanos pueden verse arrojados como en el circo romano.
En particular, el caso de María Puebla, cuyos restos aparecieron enterrados en el sector de la laguna, permite pensar en la agonía, los estertores del moribundo, pero también hace que ese nombre se grabe con fuerza hasta que atrae la atención y lleva a pensar en Juan Pueblo, nombre que usamos para hablar del hombre común, varón o mujer. O sea que si Juan Pueblo es cualquiera de nosotros, María Puebla también lo es. Si usáramos la manera que se está proponiendo para aludir a los dos géneros, diríamos María y Juan Puebl@ (o Pueblx). O sea que nos coloca ante una advertencia más: no hablamos de otra u otro, sino de nosotros, dado que somos Juan y María Puebl@. No se habla de otros, repito: están hablando de nosotros. Además, María Puebla es la mujer que halló la muerte en una forma que no cuesta imaginar: cuando, como también es imaginable, estaba haciendo su trabajo, el trabajo que sus circunstancias le impusieron (cada uno, recordemos, somos "yo y mis circunstancias"). Y, además, María Puebla parece ser ya el nombre protagónico de la letra de una canción nostálgica, dolorosa, que se escucha o se canta con emoción. Como todas las canciones y las poesías que nos dicen en cuanto seres de la agonía.
El caso de Yésica Pérez muestra a una mujer que invierte el orden predominante de los crímenes de pareja, ya que ha sido ella quien fue a buscar y mató al varón, pero a la vez lo hizo desde una situación en la que ella había sido la víctima frecuente de la violencia del macho. O, si se prefiere decirlo de otra manera, víctima no solamente de lo que suele llamarse machismo (o sea, de una cultura, de un modo de organizar las relaciones sociales que ha predominado durante un larguísimo tramo de la historia). A su vez, el suceso permite vislumbrar lo que no siempre aparece en primer plano: la agonía, la lucha secreta del macho por responder a lo que da por establecido (en la relación varón-mujer) y a su sufrimiento porque se siente protagonista de un fracaso, como amante y como padre, y no halla manera de escapar de esa trampa, de la que tampoco él, como individuo, es enteramente responsable. Las tribulaciones de la justicia, es decir, de quienes deben impartir justicia, son asimismo otro aspecto de una tragedia que no se termina de expresar en términos claros. Aparece como la tragedia de nuestro tiempo, pero, con sus matices diferenciales, es la tragedia de siempre: la de nuestra especie cuando confronta con energías que lo habitan y lo sobrepasan.
El tercer caso que hallo en la edición del pasado miércoles es el de esa mujer a cargo de un quiosco en Intendente Alvear, que derrotó al ladrón (mujer vs. varón), a pesar de que éste se manifestó con la mostración de un arma de fuego. La mujer le golpeó el brazo armado, corrió hacia la salida, no para irse sino para clausurarla (era entrada y salida, únicas) y cuando el ladrón corrió hacia esa puerta, ella volvió al lugar de atención al público y lo clausuró. Pareció obrar según un plan meditado, pero el mejor plan fracasa si flaquea el ánimo de quien debe ejecutarlo.
El título de esta nota está referido al caso de María Puebla, probablemente porque este nombre es el que más impresionó y conmovió y porque es de los que instalan en la mente al representar algo así como una síntesis de la agonía del individuo en una sociedad y en cada circunstancia cultural que, según decía Pedro Pico, nos condicionan como un tiesto japonés a un baobab.
Atentamente:
JOTAVE

 


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