Domingo 17 de marzo 2024

EEUU navega en aguas turbulentas

Redaccion 25/08/2021 - 21.36.hs

La sociedad norteamericana no da para sustos. Solo en el último año se ha visto sacudida por cuatro sucesos conmocionantes que no le dieron tregua.
JOSE ALBARRACIN
La sociedad norteamericana ha experimentado, en poco más de un año, cuatro acontecimientos cataclísmicos, cualquiera de los cuales sería suficiente para producir cambios drásticos, tanto en lo político, como en lo social y lo económico. Mientras observamos estos acontecimientos en tiempo real, resulta casi imposible predecir sus consecuencias duraderas. Pero es razonable asumir que las cosas nunca volverán a ser como antes, y que la ilusión de una sociedad «sin clases» del nuevo orden mundial y del liderazgo de los EEUU, son mitos sin mayor anclaje real.

 

Covid.
El primero de estos acontecimientos fue la pandemia del Covid-19. Desde luego, se trata de un fenómeno mundial, pero su impacto en EEUU, y el catastrófico fracaso en la contención de las sucesivas olas de contagios, en la nación más rica del mundo, representan una afrenta para la autopercibida potencia nacional. En buena medida gracias a la política negacionista de Donald Trump, el país del norte es el que mayor cantidad de contagios (38,2 millones) y de muertes (631.000) ha sufrido hasta hoy en su población.
El cambio de gobierno y la fuerte campaña de inmunización (asentada en un brutal acaparamiento de vacunas) logró frenar en algo el fenómeno, pero la nueva variante Delta y la gran cantidad de ciudadanos sin vacunar, sobre todo adultos mayores, han vuelto a poner la situación sanitaria al rojo vivo. Cada dos semanas, la cantidad de contagios está subiendo un 30 por ciento, y las muertes, casi un 85 por ciento. La crisis ya ha tenido efectos negativos en la tasa de crecimiento poblacional, y por ende en la economía y política nacional e exterior.

 

Black.
El segundo tsunami, también producido durante el pasado verano boreal, fue el multitudinario movimiento social conocido genéricamente como «Black lives matter» (la vida de los negros importa), que vino a protestar contra el elevadísimo número de muertes en la población afroamericana a manos de la policía.
El movimiento -tenazmente resistido por la administración Trump- ya ha obtenido triunfos significativos, como la inédita condena del policía Derek Chauvin por el homicidio de George Floyd, en Minnesota, luego de asfixiarlo al presionar su rodilla contra el cuello por varios minutos.
Pero hay otra consecuencia que probablemente sea de efecto aún más duradero, y es el florecimiento de una corriente histórica denominada «Teoría racial crítica», que propone analizar toda la historia de EEUU desde la perspectiva de la esclavitud y del racismo institucionalizado que la reemplazó. Libros sólidos, muy bien documentados y mejor escritos como «Casta», de Isabel Wilkerson, ponen patas para arriba buena parte de los mitos de la democracia norteamericana.

 

Trump.
Sobre fines del 2020 se produjo el tercer tsunami: una elección presidencial altamente polarizada y litigiosa, que concluyó con un claro resultado a favor del demócrata Joe Biden, pero que el republicano Donald Trump se encargó de desligitimar, denunciando un inexistente fraude masivo. La conclusión es que un elevadísimo porcentaje de ciudadanos está convencido de que la elección fue «robada».
Y las consecuencias políticas se vieron el pasado 6 de enero, cuando una turba enardecida atacó violentamente el Capitolio, sede del Poder Legislativo, para evitar que ese cuerpo cumpliera su obligación constitucional de certificar el resultado de las elecciones y proclamar al ganador.
Es difícil exagerar la magnitud de este trauma, ya que este resentimiento latente en amplios sectores de la sociedad, y -sobre todo- esta desconfianza en las instituciones democráticas, socava las propias bases del sistema. Y las imágenes que proporcionó el 6 de enero, inéditas en la historia reciente, seguirán siendo fuente de vergüenza y de disenso.

 

Talibán.
Por si estas calamidades no fuera suficientes, desde hace unas semanas se asiste a la debacle norteamericana en Afganistán, donde luego de veinte años de presencia militar y de ingentes gastos y pérdidas humanas, los talibanes han vuelto a controlar el país, y los EEUU ensayan una caótica retirada.
También aquí las imágenes condenan. Bebés que se arrojan por encima de las vallas, personas que se suben al fuselaje de los aviones que parten (para luego caer al vacío), muerte y caos en el aeropuerto de Kabul. Curiosamente, el operativo rescate viene a buen ritmo, y ya se han evacuado más de setenta mil personas, incluyendo una parte de los casi cien mil afganos que sirvieron a la potencia ocupadora.
Allí está uno de los pasivos humanitarios de la fracasada aventura: buena parte de esas personas no podrán salir del país, y estarán sujetas a represalias de los talibanes, entre otras cosas por expreso pedido del anterior presidente afgano, Ashraf Ghani, ya que esas personas son esenciales para el funcionamiento del Estado.
Hoy se sabe que esta retirada fue en realidad acordada por Donald Trump -quien sin embargo no se priva de criticar a su sucesor por la crisis- y que, más atrás en el tiempo, existió un error inicial al comienzo de la guerra, cuando se buscó una victoria arrasadora y total, objetivo a todas luces inalcanzable. Como antes el Imperio Británico, y luego la Unión Soviética, también los EEUU se fueron derrotados de Afganistán: la «sepultura de imperios», expresión ésta, que extrañó escuchar de los labios del propio presidente Biden.

 


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