Miércoles 10 de abril 2024

El feo rostro de la discriminación

Redacción 02/07/2015 - 03.42.hs

Que el 64 por ciento de los pampeanos exprese que experimentó o presenció actos de discriminación no es algo para enorgullecerse. Que ese porcentaje no sea muy distinto al que se manifiesta en el resto del país -aunque pueda atenuar nuestra responsabilidad o ayudar a comprender mejor el fenómeno-, tampoco. Sin embargo no deja de ser positivo que se hable del tema, que se lo exponga públicamente y que nos hagamos cargo de nuestros rasgos como sociedad. Si no se conocen los problemas, es imposible asumir la tarea de superarlos; tanto a nivel personal como colectivo.
La reciente presentación del Mapa Nacional de la Discriminación elaborado por el Inadi y 27 universidades de todo el país tiene, justamente, el propósito de poner la lupa sobre esas aristas sociales que, por lo general, no resultan reconfortantes. Y de ahí su relevancia. El estudio, que se realizó con quince mil encuestas domiciliarias, tiene mucho mayor rigor que los relevamientos que suelen realizar consultoras privadas con llamados telefónicos o entrevistas callejeras a un reducido universo de personas. En este caso trabajaron cien investigadores y quinientos estudiantes, con lo cual la confiabilidad de los resultados está garantizada.
Entre tantos datos aportados por la encuesta sobresale el que señala a la pobreza como principal causa de discriminación. Le siguen el aspecto físico, la condición de migrante, la discapacidad y el color de piel. En cuanto a los ámbitos en donde se registran estos casos predomina el educativo seguido muy de cerca por el laboral.
Si bien las causas profundas de la discriminación son múltiples y complejas y un estudio de ellas excede el espacio de esta columna, sí puede intentarse un breve comentario de su raíz socioeconómica. Una sociedad que se ha modelado con los rasgos del capitalismo, que glorifica el éxito económico, que tiene entre sus principales mandatos culturales el ascenso social, que cultiva el individualismo en amplios sectores, debe saber que esa opción no es gratuita. Que va acompañada no solo de una infausta carga de desigualdad entre sus integrantes más y menos favorecidos, sino que esos principios de organización externa basados en la adquisición y acumulación de bienes materiales terminan incrustándose en lo más profundo de las subjetividades. La discriminación a la pobreza pasa a ser, así, una consecuencia casi "natural" de las conductas promovidas por un sistema que estimula aquellos valores individualistas.
El pobre es el espejo en donde no queremos mirarnos. Nos interpela y recuerda que él está ahí porque no hay suficiente combustible solidario en una sociedad hipnotizada por el consumismo desenfrenado que, incluso, está poniendo en riesgo la salud del planeta.
En una dirección opuesta, las políticas inclusivas impulsadas desde el Estado apuntan a disminuir las desigualdades sociales, a reducir las enormes distancias que separan a las personas a fin de que el otro, el que nos muestra el tan temido rostro de la pobreza, sea considerado un igual en su condición humana y dispare el impulso solidario hoy anestesiado por un modelo social que eleva a niveles de escándalo la indiferencia por el sufrimiento ajeno.

 


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