Lunes 15 de abril 2024

El trajinado relato de un estadio inconcluso

Redacción 30/10/2014 - 04.00.hs

Señor Director:
No voy a ensayar aquí una síntesis del trajinado relato de una obra pública que no termina de nacer.
Como esos individuos vanidosos que cuando van a ser o han sido padres creen estar echando al mundo la criatura esperada por la humanidad, capaz de todo y hasta del milagro, el nacimiento de esa obra fue anunciado como una manera de generar expectativas y también para alimentar el ego individual y la autoestima de la colectividad. No iba a ser solamente un lugar para juegos deportivos, como lo son los llamados estadios. Este se hizo presente vestido de mega: grande, amplificado, hasta un millón de veces. Cuando hablamos del centro deportivo de River no decimos "el megaestadio" sino "el estadio de River". El nuestro iba a ser mega. Esta tendencia política a magnificar las propuestas propias trae la memoria de aquellos vendedores de medicamentos maravillosos, como los que, aplicados a una calva, prometían hacer brotar una generosa cabellera, quizás tan determinante como la de Sansón. Valga este recuerdo bíblico para decir que aquí no ha aparecido hasta ahora Sansón capaz de levantar el techo y sostenerlo en lo alto y que esta ausencia ha sido la causa de que esta obra pública quede inconclusa por años, como lo sigue estando hasta hoy.
No busco presentar aquí un ejercicio de humor, para cual empresa no me considero dotado. Si admití que en este caso asomara la memoria de Sansón es porque me vino la idea de que la desmesura inicial puede haber tenido castigo como otras del relato bíblico, en particular en el de la torre de Babel, cuyos avances molestaron a la divinidad y la llevaron a idear una astuta maniobra para frustrarla: confundió las lenguas, como se sabe, y al no poder entenderse, los hombres abandonaron la empresa; incluso dejaron de encontrarle sentido a tal construcción. La confusión de las lenguas se reproduce aquí, en alguna medida, porque lo que se oye decir acerca del megaestadio parece más encaminado a descargar culpas que a ensayar un camino racional para ver qué se puede hacer. Si hay que demoler e invitar al olvido o aquilatar esta experiencia y asociarse para sacar adelante un emprendimiento cuya frustración ya comienza a pesarle a toda la comunidad. Todo fracaso político importante termina cuestionando al conjunto y, en nuestro caso, a la política, que es un bien que las democracias deben cultivar porque es indispensable para hacer que la existencia de la sociedad sea más llevadera y halle estímulo en la capacidad para rectificar errores. Ignoro qué hubo de cierto en la torre de Babel, pues la intervención divina puede ser pensada como una creación de militantes de una creencia, pero si hubo un suceso real y si la torre quedó inconclusa como se relata en antiguas leyendas pudo ser porque los babilonios, que levantaron muchas torres altas (los zigurat o torres escalonadas), no eran mancos como proyectistas y constructores y pudieron entender que habían cometido algún error insuperable o quizás eran tan astutos que imaginaron que una torre sin terminar podría ser algo que atrajese el interés y terminara por darles fama y beneficio.
Lo que trato de decir es que ya es hora de dar por agotado el arsenal de dardos para cruzar con adversarios reales o presuntos y que, sin perjuicio de disponer lo necesario para que no queden impunes las incompetencias o irresponsabilidades habidas, se busque recrear una atmósfera propicia para acordar las acciones más sensatas para concluir esta obra o ver qué tiene de aprovechable. La discrepancia y la crítica son instrumentos de la vida democrática, pero ésta se enriquece cuando se llega a consensos razonables. A veces conviene recordar que la política es, al cabo, el arte de conciliar discrepancias y tomar en cuenta los datos de la realidad para salir adelante. Ya hay datos suficientes para que el relato futuro de este momento distribuya responsabilidades.
Atentamente:
JOTAVE

 

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