Martes 16 de abril 2024

La otra cara

Redaccion 26/04/2020 - 21.53.hs

La pandemia que afecta a todo el planeta, al margen de la alarma y el temor provocados, ha servido para demostrar la falacia de varios mitos, sistemas y políticas para con el medio ambiente. Han quedado en evidencia las conductas y metas del neoliberalismo, la fragilidad ecológica de un mundo desigualmente distribuido, la imprevisión sanitaria de países mirados por modelos o la pretendida condición de «estadistas» por parte de algunos gobernantes. La lista podría ampliarse.
En tiempos en que los glaciares pierden entidad como fuentes de los cursos de agua, la Antártida desprende descomunales bloques de hielo, los mares muestran alarmantes síntomas de contaminación múltiple y aparecen por doquier evidencias de un mundo superpoblado que avanza hacia el cambio climático, las medidas contra la pandemia también han generado en la biología planetaria una serie de acontecimientos grandes y pequeños nunca vistos o al menos no observados desde hace mucho tiempo.
Una consecuencia poco considerada es la impensada mejora de la contaminación en su aspecto atmosférico, debida a una fuerte reducción de las emisiones de dióxido de carbono, evidencia de que siguen siendo los combustibles fósiles los que mueven la economía mundial.
Con la circulación automotor muy disminuida, prácticamente anulada en algunos puntos, la contaminación del aire que respiramos se ha reducido muchísimo. China, acaso el país más afectado por el problema en sus grandes aglomeraciones humanas, observa ahora un cielo naturalmente celeste, desaparecido el gris que lo caracterizaba. Otro tanto ocurre con la capital de Chile, donde hasta la visión de la cordillera de los Andes se ha hecho mucho más nítida. En esa ciudad, por su particular ubicación, la contaminación previa a la pandemia llegó a ser muy grave, y tanto que ya años atrás se usó allí el tapabocas, hoy tan común en el mundo por obra del Covid-19.
La retracción de los movimientos industriales y comerciales en las ciudades también ha provocado efectos curiosos e inesperados fenómenos. Los animales -salvajes y domésticos- han avanzado sobre los lugares civilizados. Los ejemplos abundan: el leopardo de las nieves, en Rusia, que se creía extinguido, pudo ser fotografiado al acercarse a un área sin actividad; en Chile un puma transitó por las calles de una localidad bajo cuarentena. Aunque parezca increíble, varios jabalíes se adentraron en los suburbios de Barcelona, grupos de patos recorrieron tranquilamente algunas calles de París y los pavos retozaban en las orillas de Madrid. En nuestra Santa Rosa, la fotografía de tres caballos paseando tranquilamente por el centro fue muy comentada.
Acaso las más singular (y difícil de aceptar) de estas noticias es que en el sur de China un grupo de elefantes, buscando comida y ante la ausencia humana, transitaron áreas cultivadas, bebieron licor de maíz producido en las granjas y se emborracharon. Más allá de lo insólito y pintoresco que pueda verse en estos episodios ellos evidencian la importancia que tienen la actividad y presencia humanas en la naturaleza, algo que bien puede aprovecharse como una lección a tener en cuenta. Como ha dicho una experta de Naciones Unidas: «Cualquier impacto ambiental positivo después de esta aborrecible pandemia debe comenzar por el cambio en nuestros hábitos de producción y consumo».

 

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