Libertad de expresión y el nuevo enemigo
Sabado 24 de febrero 2024

Libertad de expresión y el nuevo enemigo

Redaccion 24/10/2020 - 21.37.hs

Semanas atrás, al recordar en este medio la figura de Gregorio Badeni con motivo de su fallecimiento, se destacó su rol como cultor de la doctrina clásica en materia de libertad de expresión. Según este pensamiento, una sociedad es más democrática cuanto más expresiones se producen en su seno, y cuanto menos interviene el gobierno en regularlas. La base filosófica la proveyó John Stuart Mills, quien en su ensayo «Sobre la libertad» (1859) postuló que la censura es nociva por cuanto el conocimiento se obtiene mediante «la percepción más clara de la verdad cuando ésta se contrasta con el error».

 

Mercado.

 

Esta idea de la libre competencia en el «mercado de ideas» ha perdurado hasta nuestros días. No hace mucho el presidente Barack Obama la empleó para convencer a un grupo de estudiantes universitarios de la inconveniencia de oponerse a que sus universidades promovieran conferencias de oradores autoritarios. «Es preferible vencerlos en el terreno de las ideas», les dijo.
La creencia de que «las buenas ideas vencen» encierra hoy un optimismo lindante con la ingenuidad, y ya muchos académicos, en EEUU, cuestionan su validez para los tiempos actuales. La censura a los opositores sigue siendo un problema en los regímenes autoritarios, pero las democracias occidentales -Argentina incluida- se enfrentan a un problema mucho más nocivo para la libre expresión, tanto en el campo político como en el científico y el informativo.
Curiosamente, la amenaza proviene de la sobreabundancia de información, y en particular, de la distorsión masiva de la verdad a través de olas abrumadoras de mensajes falsos, teorías conspirativas, y en general, discursos extremistas que distraen, extenúan, y en definitiva disuaden el debate. Discursos que no tienen como finalidad ganar una discusión, sino sencillamente eliminar toda discusión productiva. Asfixiándola, quitándole el oxígeno de la verdad.

 

Miente, miente.

 

El recurso tampoco es nuevo. Todos recuerdan la frase «miente, miente, que algo queda» atribuida al jerarca nazi Joseph Goebbels. La filósofa Hannah Arendt encuentra aquí uno de los orígenes del totalitarismo, en la propaganda que «hace creer a la gente las cosas más fantásticas, para refutarlas al día siguiente, obligando al ciudadano a refugiarse en el cinismo».
Lo que ocurre es que con el advenimiento de internet y, en particular, de las redes sociales, este mecanismo perverso ha tomado proporciones dantescas. No sólo por la enorme proliferación de noticias falsas y teorías conspirativas, sino además porque esas mismas redes (Facebook, Instagram, Tweeter) se dedican a acopiar información sobre sus usuarios, para así detectar su vulnerabilidad a este tipo de operaciones. Y vender esos datos a terceros como Cambridge Analytica, que luego los usan para operaciones políticas.
Y quienes están detrás de estas operaciones -que, en definitiva, son conspiraciones contra la democracia misma- son casi invariablemente sectores conservadores, cuando no directamente extremistas de derecha. Esta revelación proviene del propio corazón de este sistema. Cuando Facebook intentó generar un mecanismo para frenar estas actividades dentro de la red, su vicepresidente Joel Kaplan puso reparos porque «remover todo ese contenido afectará a los conservadores en forma desproporcionada». Kaplan es un notorio republicano, tanto que estuvo presente en el Senado durante las audiencias para designar en la Corte Suprema a Brett Kavanaugh, uno de los tres trogloditas que habrá designado Trump en sólo un mandato como presidente.

 

Peligro.

 

Si la derecha está recurriendo a métodos nazis de propaganda, no hace falta sacar muchas cuentas para concluir que lo hacen para socavar la democracia y la voluntad popular. El mismo motivo por el cual el presidente de EEUU miente descaradamente en cada aparición, incluso en los debates de campaña. O el motivo por el cual los republicanos reordenan caprichosamente los distritos electorales para asegurarse alguna ventaja, «porque si no nunca ganaríamos una elección».
La experiencia política argentina reciente contiene todas estas marcas. Un presidente que hizo de la mentira un estilo de vida. Una administración que incluía una ejército de trolls cibernéticos, destinados a diseminar noticias falsas y teorías conspirativas. Una obsesión por colonizar el Poder Judicial con «su gente», y por espiar a todo el mundo, propios y extraños.
Pero si de la libertad de expresión se trata, la única forma de rescatarla de esta miasma será desenredando la madeja de mentiras instaladas. Y aquí ni siquiera existen grandes medios como el Washington Post o el New York Times: de hecho, los grandes diarios argentinos están criminalmente involucrados en esta conspiración. Sería ingenuo esperar que se enmienden solos: ese es un logro que nunca lograrían lograr.

 

PETRONIO

 

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