Lunes 15 de abril 2024

Los bosques y un relato de agonía por el fuego

Redacción 04/03/2015 - 04.23.hs

Señor Director:
Cada vez que viajo por la ruta 35 hacia al sudeste o hacia el sur admiro la espesa y ancha franja de bosque que se encuentra entre Bernasconi y Padre Buodo, aunque prolongada hacia el norte hasta más acá del Parque Luro y hacia el sur, si se recorre el camino que va hacia La Adela.
También se sufre al contemplar, cada tanto, las heridas de muerte que le ha provocado el fuego, así como el empeñoso, aunque lento, retorno del caldenal. Sabemos que el fuego no hace buena liga con el bosque en todo el planeta. Sabemos que los fuegos surgen por factores naturales y por hechos accidentales debidos a descuido humano. Y sabemos también de fuegos provocados intencionadamente para ampliar la superficie de cultivo o pastoreo. Como contraste, en el mismo recorrido puede observarse la forestación planificada, que se hace a lo largo de la carretera y en ciertos lugares de los establecimientos de cría de ganado. Especies procedentes de una gran diversidad de lugares del planeta se adaptan a nuestro suelo y se destacan por su mayor altura y su frondosidad. El caldén también puede alcanzar considerable altura y ramaje, pero son escasos los ejemplares que han podido realizar su lento proceso de desarrollo. Talados para leña, para usos de carpintería y, en un tiempo, para alimentar las locomotoras a vapor, sobreviven pocos de los grandes caldenes, llamados "centenarios".
En otras oportunidades he hablado de una suerte de pasión que desarrollan no pocos pampeanos con el caldén. Pasión creadora, porque reclama e impone su presencia. En no pocas quintas se puede observar que también nuestro árbol (de secano y de sequías) avanza con mayor rapidez en su desarrollo y llega a tener una corpulencia impresionante.
En un viaje reciente de la 35 hacia el sur, escuchaba las noticias sobre el importante incendio de bosques nativos en Chubut, en una amplia zona desde Cholila hacia el norte. Conocí esos bosques en mi juventud, durante un tiempo que viví en la zona montañosa de Chubut. En esa zona visité escuelas donde se desempeñaban maestros pampeanos, porque nuestros egresados de la Escuela Normal hallaron ocupación en todo el sur patagónico durante un largo período del siglo XX. Ahora ya no van hacia esa región porque las nuevas provincias sureñas preparan sus propios maestros. Tampoco van hacia el norte (Misiones, Chaco, Formosa). Cualquiera de los diez territorios nacionales (ahora provincias) podía ser destino para nuestros egresados. De algunos de ellos aprendí a mirar el bosque con otros ojos. Lo digo así porque el primer impulso hacía que pensase en caza y pesca. Aprendí a apreciar la idea que determinó la creación de los parques nacionales. Estos parques fueron y son compromisos del hombre con el árbol y comprensión hacia los primeros habitantes, cuya suerte no fue de envidiar desde la llegada del blanco dominador, acuciado por la sed de la ganancia. Estos sedientos han sido mayoría en todo tiempo y lugar, aunque también el recién llegado entendió no pocas veces su relación con la naturaleza como una comunidad interdependiente.
El bosque desaparece rápidamente en el mundo. Es el efecto nefasto de la sed arriba mencionada y también del crecimiento de la población humana. Ya estaríamos llegando a ser demasiados para la posibilidad de que el planeta conserve los equilibrios o genere nuevos equilibrios, al tiempo que soporta un agotamiento natural que se hace cada día más visible.
Leo que el bosque es uno de los ecosistemas más valiosos. Protege el suelo y las cuencas. "Desnudar el planeta de sus bosques y otros ecosistemas, tiene un efecto similar al de quemar la piel de un ser humano".
A principios del siglo XX la Argentina tenía más de cien millones de hectáreas de bosques naturales. Hacia fines del siglo pasado, apenas llegaba a 35 millones de hectáreas. "Y cada año se pierde, por tala, unas 500 mil hectáreas".
¿Está claro?
Atentamente:
JOTAVE

 


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