Lunes 15 de abril 2024

Por un puñado de votos, Austria se salvó de un gobierno neonazi

Redacción 28/05/2016 - 01.59.hs

Al calor de crisis económicas y mayor desempleo, crecen en Europa propuestas neonazis. El arribo masivo de refugiados les sirve de supuesto argumento. En Austria estuvieron a punto de ganar la presidencia, perdiendo por muy poco.
EMILIO MARÍN
El país natal de Adolfo Hitler estuvo a un tris de tener un gobierno neonazi, con el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), según su sigla en alemán. Su candidato Norbert Hofer reunió el 49,7 por ciento de los votos en segunda vuelta, perdiendo frente al independiente y ex ecologistas, Alexander van der Bellen, que tuvo el 50,3 por ciento.
En un estado avanzado de los cómputos, se creía que había ganado el neonazi y recién con los votos por correo se pudo despejar ese horrible nubarrón, para proclamar al ex decano de la facultad de Ciencias Económicas de Viena, Van der Bellen. ¡Cómo habrá sido de ajustado el comicio que éste ganó por 31.026 votos, cuando estaban convocados a votar 6 millones de ciudadanos! Se jugaban tantas cosas el domingo 22 de mayo que la proporción de votantes fue superior a lo habitual, superando el 70 por ciento.
Y esa mayor afluencia impidió la victoria del FPÖ porque acudió una porción del electorado que no lo había hecho el domingo 24 de abril. En esa primera vuelta Hofer había resultado ganador con el 35,5 por ciento, superando a Van der Bellen (21,1 por ciento) y a otra candidata independiente, Irmgard Griss (18,8).
Lo acontecido en la primera vuelta ya era calificado por los medios como un terremoto político, porque habían quedado fuera de conversación los dos partidos que en los últimos 60 años dominaban la escena. Los socialdemócratas del SPÖ y los conservadores del ÖVO tuvieron apenas el 11 y el 11,2 por ciento respectivamente, en un fracaso espectacular. El sistema político dominante había tenido una ruptura con sus votantes habituales desde 1945. Las encuestas habían sido erráticas, ya que para ese 24 de abril daban como favorito al ecologista. Y esa vez el ganador fue el neonazi, lo que presagiaba una posible victoria suya para reemplazar al presidente, el socialdemócrata Heinz Fischer.
Habría sido la primera vez desde la II Guerra Mundial que un país europeo tuviera un gobierno de ese tipo, con un partido neonazi fundado a mediados de los años ´50 por grupos de oficiales que habían sido parte de las SS hitlerianas.
El campanazo de alerta había sonado en el año 2000 cuando este mismo FPÖ, por entonces con el liderazgo de Jörg Haider compartió el poder en alianza con los conservadores de ÖVO.
Ahora un eventual triunfo neonazi hubiera sido mucho más grave, porque en Europa hay un resurgir de partidos de ultraderecha. Y Hofer en el poder de Viena podría haber sido un catalizador para fuerzas afines en el resto del continente. Por suerte perdió, por el hocico, pero perdió.

 

Algunas razones.
Como los neonazis austríacos daban casi por seguro que esta vez ganarían la presidencia, la ajustada derrota los sorprendió y en parte los bajoneó. De todos modos, ya al día siguiente de ese mal trago, Hofer revaloró los resultados obtenidos. Y aseguró que en las legislativas de 2018 su partido será la principal fuerza política, algo que bien podría ocurrir y que dependerá de cómo le vaya a Van der Bellen, quien asumirá el 8 de julio. Si éste decepcionara a sus votantes, la ultra-derecha tendría mejores posibilidades de consolidarse como una fuerza mayoritaria.
Ese es el peligro que deberá aventar el profesor de Economía devenido durante casi diez años en la principal figura de los Verdes, a cuya afiliación renunció ahora para cumplir su promesa de ser un presidente de "todos" los austríacos. Sus primeras declaraciones fueron excesivamente conciliadoras, al decir que hay dos mitades y ambas conforman la "bella Austria".
Es de esperar que no intente conquistar a la otra mitad haciendo concesiones al FPÖ, en aras de la "unidad nacional", porque puede terminar favoreciendo esa estrategia de acumulación de Hofer y del presidente de ese partido neonazi, Heinz-Christian Strache, el hombre fuerte del mismo.
Para tener una idea de cuán a la derecha están ubicados aquellos en el espectro europeo, Van der Bellen supo decir: "comparado con Strache, Viktor Orban -el xenófobo primer ministro de Hungría- es un niño de pecho".
El crecimiento de esta fuerza de reconocida filiación neonazi no obedece a una sola razón sino a varias. Una de ellas, sin ponerla como principal, tiene que ver con que el crecimiento económico de Austria se detuvo y retrocedió el año pasado, donde su registro positivo fue de apenas 0,8 por ciento del PBI. Paralelamente el desempleo aumentó al 6 por ciento, que no es catastrófico como en España o Grecia pero sí es algo negativo con fuerte impacto en la sociedad. Y en esa preocupación social favoreció el discurso populista del FPÖ, cuestionando a la "partidocracia" tradicional. Eso le dio réditos y votos, a la vez que el desbarranque de los socialdemócratas y conservadores se hacía más evidente.
Por otro lado ese populismo tuvo un envase y brillo bien "nacionalista", que llevado al extremo xenófobo debe haber sido fundamental en la propaganda del Partido de la Libertad de Austria. Este fue el lugar de paso de 800.000 refugiados sirios, afganos, kosovares y de otras procedencias que circularon rumbo a Alemania, durante 2015. De esa masa humana, 90.000 personas pidieron refugio en Austria, cantidad significativa para sus 8.7 millones de habitantes. De aquella cifra, unas 30.000 se incorporaron al mercado de trabajo, cobrando sueldos más bajos que los austríacos y desempeñando tareas poco calificadas que éstos desdeñan.
Ese fenómeno inmigrante, en un país con resabios racistas y que se considera otra Alemania y la cuna europea, fue como agitar un fantasma para que el FPÖ tuviera grandes dividendos.
Esa fue un arma predilecta de ese partido. Predicar el miedo y la fobia al inmigrante, ubicándolo como delincuente y, peor aún, como terrorista islámico, como si cada uno de esos términos fueran sinónimos: refugiado, islámico y terrorista. Y ya lo había advertido el gran dramaturgo alemán y marxista Bertolt Brecht: "no hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado".

 

En resto de Europa también.
Ese fenómeno del miedo a la crisis económica y a la inmigración, identificándola con el delito y el terrorismo, bien sazonada con mucha islamofobia, no es exclusivo de Austria. Se lo ve en muchos otros países europeos. Incluso la campaña del multimillonario Donald Trump, en Estados Unidos, tiene dosis de esa receta y marcha viento en popa rumbo a la Convención republicana de julio venidero.
Por ejemplo en Francia, hoy gobernado por un socialista a la violeta como François Hollande y en medio de revueltas obreras contra su reforma laboral por decreto, sin pasar por el parlamento, hay aguas que pueden ir más rápidamente hacia una salida obrera y progresista o bien hacia el molino ultraderechista de Marie Le Pen y su Frente Nacional. En lo inmediato esta segunda puede ser la que capitalice ese descontento social, de cara a las presidenciales de mayo del año próximo. Marcha primera en las encuestas y está fresco que en las elecciones regionales francesas de 2015 obtuvo 6,8 millones de votos.
En Hungría está el mencionado primer ministro Orban, pero además ha crecido el partido de extrema derecha Jobbik, tercero en popularidad, con organiza patrullas de la "Guardia Húngara" y se movilizan uniformados en los barrios gitanos.
En Ucrania el golpe de Estado fue posible por la complicidad europea y norteamericana pero también por el concurso de fuerzas neonazis del Sector Derecho y otras organizaciones anticomunistas, atrincheradas en la plaza Maidan, de Kiev. Actualmente son sostén del presidente Petro Poroshenko, asumido en 2014, que los ha asimilado como parte de sus fuerzas armadas y de seguridad.
En Alemania hay varios grupos neonazis y xenófobos, en particular islamófobos, como el Pegida, que organiza marchas contra los inmigrantes. Como consecuencia de esa campaña hubo centenares de agresiones a los inmigrantes durante 2015 y el año en curso, quema de albergues, heridos, etc. y baja popularidad de Angela Merkel.
No es casual que Dinamarca tenga las reglas de inmigración más severas de toda Europa: es que el gobierno depende del apoyo del xenófobo Partido Popular Danés. En muchos casos esa condición seudo nacionalista se emparenta con el euroescepticismo o resistencia a pertenecer a la Unión Europea, como lo expresa el UKIP del Reino Unido.
Con esos partidos, más la Liga del Norte en Italia, Amanecer Dorado en Grecia y otras formaciones en Dinamarca, Suecia y Holanda, crece esa mala hierba del neo nazismo y variedades de la islamofobia. Muchos países socialistas y luego de su debacle, al influjo de la restauración del capitalismo, involucionaron hacia esas posturas tan poco humanas y sobre las cuales advirtió el Papa Francisco. Es el caso del "grupo de Visegrado", integrado por Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, el más beligerante para que Europa no permita el ingreso de los refugiados.
"Con la extrema derecha no hay debate ni diálogo posible", dijo Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, ejecutivo de la UE. Es al revés: este estado de cosas de la Europa capitalista y las guerras de la OTAN fueron el caldo de cultivo para el avance neonazi.

 

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