Viernes 05 de abril 2024

Sáquense la capucha

Redaccion 09/05/2020 - 21.25.hs

Sepultada entre las noticias producidas por el virus Quetejedi, esta semana se conoció la lista de ganadores de los premios Pulitzer, que premian la producción periodística en EEUU. Y tal como se anticipara en esta modesta columna provinciana a mediados del año pasado, uno de los trabajos más importantes del año fue el «Proyecto 1619», publicado por la revista dominical del New York Times.

 

Cuatrocientos años.
El monumental dossier tomaba como punto de partida los cuatro siglos cumplidos desde el arribo a costas norteamericanas del primer cargamento de esclavos del Africa, para reflejar, a través de una serie de artículos largamente investigados y mejor formulados, los efectos omnipresentes de la esclavitud -y del racismo que la fundaba- en la historia y la cultura de aquel país central.
Exponen allí cómo, casi por un efecto viral, toda la actual vida norteamericana está teñida de aquel salvajismo: desde el flojísimo sistema de salud pública, hasta el diseño de las autopistas; desde la cultura deportiva hasta el sistema carcelario; desde el desarrollo de la agricultura intensiva hasta la brutalidad del capitalismo norteamericano.
Y sin embargo, la contribución de los negros a su país de adopción (de secuestro, más bien) ha sido enorme. Y no sólo por el jazz, el arte y la danza, que sería postular lo obvio. Lo más sorprendente es comprobar cómo, tal como formula y demuestra convincentemente la escritora Nikole Hannah-Jones, EEUU no era una democracia -pese a los ideales pregonados en su Constitución- hasta que los negros y su lucha por la emancipación la transformaron en tal.

 

Racistas.
El buen periodismo tiene esa virtud: la de revelar lo callado, lo negado. Porque, desde luego, nadie admite ser racista. El mismo Donald Trump dice que «no vamos a encontrar otra persona menos racista» que él, mientras por otra parte se despacha con comentarios contra negros, latinos y sus «países de mierda» («shithole countries»), que hasta en el siglo XIX hubieran resultado ofensivos.
Cuando Jair Bolsonaro dice -defendiendo su política genocida en medio de la pandemia- que «la libertad vale más que la vida», se refiere a su propia libertad: la vida que no vale es la de los negros, los pobres, los «otros». Exactamente el mismo «argumento» que emplean en EEUU los defensores del derecho a portar armas y a coser a tiros al prójimo, y si es negro, tanto mejor.
Entre nosotros, el antiperonismo tiene un innegable origen racista. Lo que molestó desde el comienzo no fueron tanto los orígenes autoritarios y cuartelarios de ese movimiento político, como los «cabecitas negras» que conformaban su base electoral, a los cuales se descartaba como inferiores. Pero nunca confesando ese racismo: hasta los payasos del Ku Klux Klan usaban capuchas para esconderse.

 

Canallas.
Este esquema de ideas es el que reaparece claramente hoy, con motivo de la pandemia, entre los detractores de la cuarentena, los que reclaman que la gente (o sea, «los otros») salga inmediatamente a la calle a trabajar y contagiarse. Es esa misma idea básica que niega la igualdad de los seres humanos, ya que a algunos se los considera inferiores y prescindibles. Lo importante es la gente como uno.
Para muestra basta un botón. Entre los endemoniados síntomas del Covid-19, además del síndrome respiratorio, la fiebre, la pérdida del olfato y el gusto, los sabañones en los pies, parece que además, en algunos individuos produce un cambio de pigmentación en la piel. Esto se debería a desbalances hormonales y al mal funcionamiento hepático causados por el virus. Ya han circulado fotografías de dos médicos chinos que contrajeron la enfermedad y sufrieron un severo oscurecimiento dérmico.
No ha faltado entre nosotros, quien considere gracioso que un chino se transforme en negro. Las fotos se viralizaron con mensajes de este tipo. Hasta en alguna ocasión se incluyeron comentarios al paso vinculando la cuestión al peronismo. Cuando no directamente deseando el contagio a los adversarios políticos. Dan vergüenza ajena.
Por lo visto no han aprendido el teorema de Bertolt Brecht. Creerán que, por mucho vengan matando a «los otros» (negros, judíos, pobres, ¡mujeres!) a ellos no les va a tocar nunca. Hasta que sea demasiado tarde.
De hecho, este pensamiento racista tiene poco de nuevo o de original. Casi se diría que ha sido mayoritario a lo largo de la historia. El concepto de la igualdad entre los seres humanos es relativamente reciente.
La pregunta es, muchachos: ¿Por qué ocultarlo? ¿Cuál sería el problema, que la Constitución Nacional dice lo contrario? ¡Eso nunca fue un problema para ustedes!
Hágannos a todos un favor, y sáquense sus largas capuchas blancas.

 

PETRONIO

 

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