Martes 09 de abril 2024

Si lo que abunda no daña expone verdad

Redacción 13/09/2017 - 00.48.hs

Señor Director:
Hubo un tiempo en el que me aficioné a los refranes y mantengo respeto hacia ellos, aunque algunos me plantean problemas de difícil solución, como cuando decimos "Al que madruga Dios lo ayuda" y también que "No por mucho madrugar amanece más temprano".
En lo que motiva esta nota se me ha hecho presente el que dice que "Lo que abunda no daña". En su momento lo acepté como verdadero porque pensé en capacidad de compra: si estás bien de dinero puedes compras más. Más tarde entendí que no es tan así y ahora me he convencido que no es así a raíz de mi experiencia con la lluvia, que es la de todo santarroseño viejo. Hasta hace muy poco esperaba la lluvia con ansias y diría que hasta la celebraba como si fuese propietario siquiera de una huerta. Cuando empezaba a llover no bailaba la danza de la lluvia pero sentía verdadera alegría, como si dependiese de ella para sobrevivir. Digo que lo hacía por solidaridad con tanto chacarero (de los que en mi infancia abundaban en los alrededores) y por razonar que esta pampa semiárida y para peor despojada de los ríos que cruzaban diagonalmente su espacio, nunca se saciaría. Y lo que me sucede ahora es que hasta hago fuerza emocional para que los atisbos de tormenta no se concreten en lluvia por ser parte de una ciudad que padece el exceso de agua en tal medida que un aguacero discreto incrementa la preocupación y hasta la angustia de muchos de mis convecinos. Ya se ha podido ver que la lluvia de este domingo, sin ser un diluvio, produjo daños y dificultades en la ciudad y en su contorno acuoso, aparte de frustrar una feria en la que los que exponen y venden habían depositado muchas esperanzas.
Vuelvo al refrán que pondera la abundancia luego de haber estado leyendo en nuestro diario la nota sobre "grooming", que es otra palabra gringa de las muchas que estamos aceptando con el mismo descuido con que, en la red digital, torturamos el habla heredada de los colonizadores. Soy, por cierto, de los que gustan mechar palabras de las lenguas aborígenes y no ignoro que toda lengua viva está en constante proceso de cambio, pero pienso que no habría que ser tan descuidado en el uso de la lengua heredada y asumida y que ha costado y cuesta tanto conservar para tener un medio de comunicación compartido. De todos modos, también creo que estamos en camino hacia un lenguaje universal, porque hemos llegado al punto de un reagrupamiento de la humanidad que se fue diferenciando en su largo trajinar para ocupar todo este planeta.
Explica la nota de nuestro diario que con la nueva palabra se está acordando designar un fenómeno inquietante: que el uso de los medios de comunicación (hoy tan accesibles y variados) facilita el empeño de los pedófilos para contactarse con niños en procura de satisfacerse y perturbarlos gravemente en su desarrollo.
Se puede suponer que la pedofilia es una inclinación que ha afectado desde siempre a cierto número de personas. Pero lo que revela es que ahora tales individuos hallan en la red digital el medio ideal para proyectar sus tentáculos en todas direcciones y sin límites espaciales. La información consigna que en la Argentina se han registrado más de 25 mil casos de esta forma de ciber-acoso sexual desde 2012 y que a partir de 2015 aumentaron hasta en un mil seiscientos por ciento. Y eso sucede en un tiempo en el que asistimos a transformaciones sociales (de intenso efecto sobre la estructura familiar) que no facilitan el control de lo que hacen los pequeños con sus computadoras en todo momento.
La abundancia (de medios disponibles) en este caso daña, y se suma a otros hechos que han permitido advertir que no hemos salido nunca de la selva mítica de Caperucita y el lobo. Cuando la niña quiere perder el miedo a la calle-selva para llegar hasta la abuela o para realizarse como persona autónoma los lobos feroces parecen multiplicarse y los buenos leñadores son cada vez más escasos y menos eficientes.
Atentamente:
Jotavé

 

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