Un cura medieval

Desde el Concilio Vaticano II la Iglesia Católica quedó dividida en dos facciones difíciles de armonizar: la progresista, que intenta no sin dificultades un aggiornamiento de ese credo, a la luz de los avances sociales y científicos, y la conservadora, apegada a las fórmulas dogmáticas de la Edad Media. Las dos posiciones acaban de tener en nuestra provincia otro enfrentamiento de gran repercusión: el relevo de un sacerdote por parte del obispo provincial.
El choque de ambas posturas no es nuevo solo que nunca había sido tan elocuente ni expuesto en tan duros términos. El obispo ha adoptado desde su autoridad algunas medidas innovadoras. Un ejemplo puede ser la eliminación de la exigencia de tomar la eucaristía de rodillas alegando, con sensatez, que la postura que en verdad importa está en la sinceridad interior del creyente.
El sacerdote sancionado apeló en su defensa a la antigua tradición ultraortodoxa acudiendo al auxilio, en una respuesta que hizo pública, de abundantes citas del Evangelio, algunas de ellas muy cercanas a la ofensa en el nivel eclesial. Pero la medida del obispado, irreversible de acuerdo a lo que ha trascendido, tiene también otras raíces: el cura expulsado proviene de una de las órdenes más reaccionarias del país y es un admirador del sacerdote Alberto Ignacio Ezcurra Uriburu, fundador del grupo nacionalista Tacuara, aparecido en los años sesenta, y además había sido colaborador de Cabildo, la revista emblemática de la ultraderecha criolla.
Quienes ven con buenos ojos la decisión del obispo de apartar a este sacerdote no han podido disimular su inquietud por la proliferación en la provincia de curas muy cercanos a esas ideas medievales. Valga un solo ejemplo: el reemplazante del relevado de la diócesis sureña tiene como notorio antecedente la celebración del cumpleaños del exdictador Jorge Rafael Videla y la negación de la inocencia de los asesinados bajo su gobierno. ¿Hará extensivo semejante juicio a los bebés robados y desaparecidos durante la dictadura que exalta?