Domingo 14 de abril 2024

Una cultura del árbol que no se cultiva

Redacción 28/08/2014 - 04.07.hs

La tala indiscriminada de un grupo de viejos caldenes, al parecer sin motivo ni autorización, ha vuelto a poner en consideración la cuestión del árbol entre nosotros, y más aún: la situación del árbol autóctono en manos de los "avances modernizadores".
El caldén está presente en nuestra cultura desde sus más remotos orígenes, tanto que para las culturas nativas de tronco mapuche gran parte de lo que hoy es territorio pampeano era conocido como comarca o país (en el sentido que da la geografía física a esta palabra) del bosque. Esa significación de estos ejemplares se hizo extensiva a la cultura moderna, al punto de figurar como un símbolo neto en el escudo provincial.
Hace unos años se presentó en la Cámara de Diputados un interesante proyecto. Consistía básicamente en que, hecho un relevamiento de los árboles más viejos de la provincia -se estima que debe haber al menos medio centenar de caldenes que superan los tres siglos de vida, y algunos bastante más- fueran apadrinados por alguna escuela de cercanías o bien de la zona. No se trataba de un proyecto oneroso -apenas implicaba una visita al año por parte de los niños- y sí muy redituable intelectualmente, ya que contemplaba la protección del ejemplar. El símil del árbol, tan viejo como la humanidad, es un excelente ejemplo para entender la vida y todo lo que la rodea.
No se ha vuelto a saber de aquel proyecto y, para el caso de haberse trasformado en ley, poco debe haberse implementado. Lamentablemente esos gigantes del monte, de los que alguna vez se ocupara extensamente nuestro diario, siguen desamparados, sujetos a la buena voluntad o no del propietario del predio donde se ubican. Sorprende comprobar que, en un lugar como La Pampa, de escasos atractivos turísticos, se deje de lado la promoción y difusión de la existencia de estos gigantes, que en provincias vecinas son cuidadosamente preservados.
En este sentido, es discutible que haya una cultura del árbol en La Pampa y, si la hay, habrá que pensar que se manifiesta esporádicamente. Por cierto que no se ven, o se observan muy poco, las masivas plantaciones que se realizaban décadas atrás en conmemoración de fechas alusivas. Pero lo más lamentable es que perdemos conciencia acerca de su valor en un mundo donde la destrucción de los bosques naturales es aterradora, al punto de medirse en hectáreas por minuto el retroceso de las zonas arbóreas, con los consiguientes y graves perjuicios.
La provincia, en su época territoriana, supo de una gran disminución de la franja del caldenal, hachada sin discriminación alguna y atendiendo solamente al interés económico. Todavía hoy las leyes que protegen al bosque nativo no suelen ser atendidas plenamente por quienes deben cumplirlas.
Tampoco la esfera oficial suele ser un ejemplo al respecto. A menudo las administraciones municipales confunden erradicación con progreso y destruyen en unos pocos días lo que a la naturaleza le costó décadas, máxime cuando se trata de árboles surgidos en la llanura abierta que no es proclive al bosque sin intervención humana. Ese desinterés no sólo por la utilidad del árbol sino también por su condición simbólica alcanzó su máximo entre nosotros cuando, con total desaprensión, medio siglo atrás fue erradicado uno de los viejos eucaliptos que marcaban la tranquera de entrada al establecimiento rural donde después se fundó Santa Rosa.
Ojalá que el cuestionado arboricidio que se produjo en la zona de Boeuf la semana pasada, más allá de su reprobable e insidiosa condición, obre como un nuevo motivador en la defensa y promoción del árbol, generando conciencia en la gente respecto a los vegetales, una forma de vida distinta pero no menos latente y gracias a la cual, en definitiva, existimos.

 


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