Sabado 06 de abril 2024

Yo no creo en sirenas,pero que las hay, las hay

Redaccion 21/08/2021 - 21.08.hs

En Copenhague, la discreta capital de Dinamarca, el hito urbano más conocido no es una torre monumental como en Paris, ni unas magníficas ruinas como en Roma. El monumento del que se enorgullecen los daneses es una pequeña estatua de bronce conocida como «La Sirenita», sitio obligado para la fotografía turística, aunque, convengamos, no mucha gente visita aquel país. Créase o no, la simpática escultura es hoy el centro de un enardecido conflicto, tanto como puede serlo en aquellos gélidos parajes escandinavos.

 

Plagio.
Resulta que en la bahía de Asaa, un pueblito danés con poco más de 1.200 habitantes, también erigieron su propia sirenita, cosa que no les gustó a los herederos de Edvard Eriksen, el artista que esculpió la famosa obra de Copenhague. Se quejan de que la sirena de Asaa es demasiado parecida, y demandan que sea sacada de ese lugar de exposición, y de paso, que los compensen económicamente.

 

Mientras la sirenita capitalina es de bronce, la de Asaa está esculpida en granito. Esta última además es, digamos, un poco rechoncha, y sus rasgos faciales algo más toscos, aunque la postura de ambas es la misma, y en eso se basa el litigio. Con un sentido común encomiable, el intendente asaaeño se queja: «¿Cómo más se puede sentar? ¡Es una sirena, no podemos ponerla en una silla!»

 

Tal parece que los herederos de Eriksen han hecho toda una industria del juicio en base a la estatuilla -cuyos derechos de propiedad intelectual expiarán en 2029- cada vez que la imagen es usada. Hace poco le ganaron un pleito a un diario danés que había publicado una caricatura de la sirena con rasgos como de zombi, y una foto de la escultura luciendo una máscara facial, a tono con los tiempos de pandemia. El chiste les hizo ingresar unos 45 mil dólares. Nada mal para una queja tan banal.

 

¡Crezcan!
Desde luego, estamos hablando de una imagen icónica, de un símbolo que de algún modo representa a Dinamarca y en particular a su ciudad capital, y eso tiene un cierto valor. Es lo que se llama «capital simbólico», aunque para los Eriksen sea algo un poco más concreto y redituable.

 

Pero alguien debería decirle a esta gente la cruda verdad: las sirenas no existen. Se están peleando por algo imaginario. A lo sumo se trata de un interesante significante, que como bien enseñaba Lacan, raramente desemboca en un significado, sino que se pierde en una cadena de significantes que refieren unos a otros, con lo que todo el mundo termina mareado. Los vikingos que habitaban esas tierras no hace mucho, no se andaban con tantas vueltas.

 

Esto sea dicho no sin resaltar que, como hay gente para todo, los hay que creen que las sirenas efectivamente existen, y más de uno afirma haber «pescado» a alguna. Hasta el canal Discovery, tan serio y científico para otras cosas, ha dedicado un supuesto documental para narrar la terca pervivencia de esta superstición. ¿Quién puede creer todavía en las sirenas? Probablemente alguno de los cultores de la teoría de la tierra plana, o de los que creen que dentro de las vacunas se esconden microchips comunistas.

 

Ulises.
De algún modo, tiene cierta lógica que estos mitos nos sigan acompañando en nuestros días. Después de todo, han existido desde la más remota antigüedad (aunque originalmente las sirenas no eran mitad pez, sino mitad ave, con plumas y alas) y nuestra actual cultura supuestamente basada en la ciencia tiene sólo unos pocos siglos de existencia, y está lejos de ser unánime.

 

Se suponía que el cristianismo había venido a barrer con todas estas supersticiones paganas, pero claro, el problema es que también están en la Biblia (más concretamente, el viejo Isaías las menciona). Y los propios teólogos se han ocupado de ellas. Un tal Atanasio Kircher (ningún parentesco con nuestros pingüinos) afirma que las sirenas se colaron en el Arca de Noé, y lo hace en la misma obra en la que afirma, al mismo tiempo, que Dios no creó a ningún ser mixto, esto es, mitad humano y mitad animal. Eso dijo porque no conoció a algunos animadores de la televisión.

 

Por supuesto la historia de sirenas más famosa es la que se narra en la Odisea, cuando el viejo Ulises volvía navegando a su patria de Itaca, y pasó por la isla donde moraban estas criaturas extraordinarias, famosas por la hermosura de su canto, que usaban para atraer a los marinos, hacerlos naufragar, y después transformarlos en sushi. Ulises ordenó a los miembros de su tripulación que se taparan las orejas con cera para no escuchar esos cantos celestiales, pero como él mismo no quería privarse de oírlos, se hizo atar al palo mayor de la embarcación mientras surcaban esas aguas procelosas.

 

No por nada las sirenas fascinaron a Freud, quien las veía como una metáfora de ya se sabe qué cosa, esa cosa que encierra al mismo tiempo el deleite y el terror. Mucho más cerca, nuestro Roberto Fontanarrosa publicó una maravillosa caricatura en la cual, tras comprobar que sus encantos no hacían mella en el héroe de la Odisea, las sirenas procedieron a entonar una surte de cántico de tribuna, poniendo en duda la hombría del pobre Ulises. Una pena que en nuestra columna, que practica a rajatabla el recato y el decoro, no puedan reproducirse epítetos semejantes. Será posible.

 

PETRONIO

 

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