Zircaos Vuelta al Mundo. Capítulo 33: Colombia

Y entramos al país del café más rico del mundo. De gente simpática y amable. El país de la música y de las mujeres pulposas. De ritmo y de alegría caribeña. De la cultura y el arte. Entramos a Colombia. Tierra fértil, de sol caliente y paisajes verdes, de los hombres con sombrero y machete, de la caña de azúcar y de las hormigas culonas, de chicha, palmeras infinitas y frutas exóticas. De la tierra de Botero y sus gorditos. Del agua de panela, del maíz asado, de coco, bananas y manjar blanco. De mares transparentes y playas blancas. De chivas coloridas. Y su gente…con el cantito que los hace únicos. Colombia, que brinda hospitalidad, que da la bienvenida con los brazos bien abiertos. Tierra de sol y siesta. De ajiaco y sancocho.

Cuando llegamos al paso fronterizo desde Ecuador nos encontramos con un mundo de gente. Esperamos unas 6 horas, fue el cruce de frontera más lento de todos los viajes. Ya se había hecho de noche y nos fuimos a dormir a la primera ciudad colombiana, Ipiales. Paramos en una placita, frente a una estación de servicio. Junto a nosotros dos hermanos que se habían largado a la aventura tres días atrás, iban hasta el Machu Pichu subidos a un escarabajo viejo y un carrito atrás donde dormían.

Colombia nos dio la bienvenida con lluvia. Próxima parada…algún lugar en el camino, sin prever demasiado. Fue en Popayán, al sur. Pasamos la noche de navidad bajo un arbolito de un parque, no paro de llover ni un minuto. Al otro día el camino nos llevaría directamente para la capital de la música…Cali!! Llamada también como “La sucursal del cielo”, capital de la fiesta callejera y el baile. Tercera ciudad más poblada del país y una de las más antiguas de América. Teníamos marcado un lugar para acampar y ahí fuimos. Nos encontramos con el Parque del Perro, con muchísima sombra (algo importantísimo siempre) y el lugar rodeado de resturantes y bares. Mucho movimiento y a la vez tranquilo. Paramos bajo la sombra de un árbol inmenso, lleno de luces cálidas por las noches, parecía que estábamos dentro de una película pochoclera. Apenas estacionamos empezamos a sentir la hospitalidad colombiana. La gente se acercó, preguntándonos de nuestro viaje y de nuestras vidas, nos ofrecieron ayuda en caso de necesitarla, nos dejaron tarjetas con sus teléfonos, otros nos invitaron a su casa y una familia, ahí nomás, nos invitó a dar un paseo por la ciudad en su coche. Llovía muchísimo, pero eso no impidió que nos vayamos un rato para “El Alumbrado” un acontecimiento espectacular en el centro de la ciudad donde todo se baña de luces, música y alegría.
No faltó en el barrio quien nos ofreció agua para nuestra casita, uno nos invitó una cerveza, otros a su casa y un escalador nos llevó al inmenso muro mundialista de escalada que tiene Cali. Alma y Quintín se dieron una panzada de subidas a la pared más grande que vimos hasta ahora.
Llegamos rapidito a la capital de la salsa porque vino a visitarnos una queridísima amiga, nos encontramos con ella en la gran ciudad, festejamos su cumpleaños y después de compartir algunos días ahí seguimos viaje juntos, a bordo de nuestra nave. Próxima parada Ibagué, una ciudad en el camino entre Cali y Bogotá. Ahí nos esperaban más amigos, General Pico esparcido por el mundo entero. Nos abrieron las puertas de su casa y de su corazón, en un barrio lleno de música y alegría de festejo. Era final de año, hubo asadito en la terraza y cerveza bien fría, nunca paro de llover. Paseamos mucho y visitamos unos de los lugares más hermosos por la zona, el Cañón del Combeima. Así que en patota, subidos a los carros camperos recorrimos esa parte hermosa.
Las despedidas siempre llegan. Nos fuimos del barrio donde tan cómodos nos sentimos. Abrazos y emociones.

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