Violencia de los padres
La escuela inclusiva derriba la muralla que antes dividía los destinos entre quienes por sus circunstancias de nacimiento podían acceder al conocimiento, y aquellos otros cuyo porvenir parecía estar muy distante de ese proyecto. La propuesta de incluir a todos los niños y adolescentes ha llevado a que estos alumnos y sus familias formen parte hoy de la situación dramática que se juega entre ellos como recién llegados y los pertenecientes históricos, generándose acontecimientos como la violenta conducta de padres hacia la institución.
"Justicia" por mano propia.
Los padres que irrumpen en la escuela lo hacen desde el supuesto de que sus hijos son o van a ser menospreciados o injustamente tratados: como no creen en la justicia de la escuela, ejercen "justicia por mano propia". De esa manera muestran que han carecido de la posibilidad de incorporar en su conducta comunitaria el interdicto del "no matarás" por mano propia que es constitutivo de la vida social, al instaurar con esa prohibición una legalidad superior a los impulsos individuales, de los que se ocuparán otros, en este caso las autoridades de la institución.
Quienes viven o han vivido en los márgenes del ejercicio de la ciudadanía, pueden no sentirse protegidos por el orden social. Si no transitaron por la escuela, o si vivieron en ella experiencias que los dejaron afuera en el plano simbólico, pueden hoy, como padres, sentirse impelidos a obrar de manera impulsiva en pos de lo que entienden como defensa de sus hijos. Lo hacen sin respetar instancias de entendimiento a través de la palabra, sin reflexionar, sin respetar, ni siquiera a ese espacio que es propio de los propios hijos.
Actitudes defensivas.
La inserción grupal supone para los futuros integrantes, en el encuentro con los diferentes, algún grado de amenaza hacia el ego como autónomo, para los parámetros singulares que le han llevado a comportarse desde sus referencias familiares y grupales. Por otra parte, la inclusión en el grupo va a compensar esta limitación con la posibilidad de otros vínculos que van a sostener al sujeto, ofrecerle alternativas de relación y modelos de identificación diferentes a los originales. Es posible que muchos grupos escolares estén viviendo dramáticamente este primer momento, que no es sino una parte de un proceso potencialmente enriquecedor.
Los que llegan a partir de la obligatoriedad pueden sentirse coercionados. A la sensación de estar obligados se suman los temores en relación con aprendizaje, a que sus vulnerabilidades sean expuestas frente a los otros, y a los efectos de estos malestares en las relaciones mutuas. Sobre todo cuando los sufrimientos propios de la integración grupal se juegan con quienes pertenecen a ambientes más favorecidos. Es posible que desde su desconfianza o desde la percepción de ser menospreciados algunos alumnos reaccionen intempestivamente ante lo que no ven solución, o involucren a los padres, quienes reaccionan como se ha visto. Para el recién llegado, quien se siente ajeno, extranjero, puede resultarle difícil superar las determinaciones sociales que le asignan un lugar inferior. Quizás no pueda ver que podría ocupar un lugar de respeto en el grupo.
Desde el lado de los que desde siempre han pertenecido a la escuela los temores podrían estar asociados a que se afecten sus expectativas de capacitación por tener que adecuarse a los ritmos de los recién llegados, a los que viven, quizás, como intrusos. Ubicados en una posición que sienten más alta desde lo social o económico, podrían llegar a adjudicar inferioridad al otro por el color de su piel, por su condición económica, su religión.
Vidas precarias.
Dice Judith Butler en su libro "Vidas Precarias" que la vida social y política se ha configurado de tal manera en el mundo actual, que parece que hay vidas que valen más que otras, que hay vidas que merecen ser más lloradas que otras. Se refiere de esta manera en primer lugar a los que mueren en guerras entre países movidas por intereses que les exceden, pero también son los pobres del mundo, los marginales, los herederos de civilizaciones despojadas, los que viven en los márgenes, los que se inundan, los que carecen de agua potable o los que se enferman por la toxicidad del ambiente.
Los desafiliados, como diría Robert Castel, sabedores de la precariedad de sus vidas, situados en un orden su supervivencia ligado a la defensa propia, probablemente no apelen a sistemas legales de los que sienten ajenos. Será a través de la educación que podrían construir una inclusión ciudadana en sentido amplio.
Ser con el otro.
Desde una filosofía enraizada en la teología Emanuel Levinas plantea un lugar diferente para el otro, que no sería ya el otro a quien tolero, o a quien doy, el otro de la caridad o de la beneficencia. El otro es nuestro salvador, porque es el otro quien me va a cambiar. Sin ese otro diferente estaríamos condenados a ser como somos, a perdurar, sin posibilidad alguna de cambio. El cambio se va a dar a través del otro que lleva a nuestra casa y se vuelve el amo, es quien plantea otro orden, del que el sujeto saldrá transformado. Aprender a ser estando con otros es el desafío en un mundo plural, cambiante, interconectado.
La apertura para la tramitación de lo diferente permite pasar del prejuicio al juicio crítico acerca de la ajenidad del otro, construyendo así, desde ese otro, una mirada y una comprensión nuevas sobre lo diferente que es parte de nuestro mundo.
La inclusión de los diferentes como sujetos con pleno derecho cuestiona formas de pensar que adjudican lo correcto o incorrecto desde lo propio, desde la perspectiva de un ego centrado, atribuyendo lo negativo al diferente. Es así como el diferente puede ser visto como alguien exótico o un enfermo, desde rótulos que no dejan ver a la persona. En estos casos el lenguaje, antes que servir al entendimiento, serviría para la repetición de lo ya-sabido.
Aprendizaje y modos de pensar.
No hay grupos iguales a otros. Los grupos están en un contexto que forma parte de su texto. Dice Ana María Fernández: "es imposible que el contexto amplio social, el comunitario y el institucional queden afuera de lo que sucede en el grupo escolar. Con más razón en la adolescencia, donde los jóvenes comienzan a posicionarse en forma activa en su horizonte de vida. Qué bueno será que se puedan superar la dicotomía, el pensamiento centrado en que lo mío es bueno y lo del otro es lo malo, para entender los atravesamientos sociales y culturales que llevan a cada uno a adoptar una posición determinada. Superados los enfrentamientos iniciales el grupo puede ir encontrando ejes que lo vayan definiendo como un 'nosotros' superador de las diferencias individuales. Entonces el espacio grupal se volverá un lugar más confortable, y también un lugar potencial de despliegue".
Se trata de una mirada muy diferente al del aprendizaje enciclopedista, individual, que ha caracterizado los tiempos de la escuela secundaria como mero "trámite", como un lugar de paso, sin sentido. Para que los años de la adolescencia resulten plenos, activos, deben sostenerse en el despliegue conjunto. El camino es la construcción de sentido conjunto, superando posiciones enfrentadas en pos de supuestas verdades pre-establecidas.
Es posible que esta manera de ver las cosas nos lleve a tener que revisar nuestras teorías sobre la adolescencia como padecimiento, que sin duda es parte de este tiempo de la vida, como lo son también los goces del descubrimiento del mundo y de las propias potencialidades. Si en lugar de encasillarlos se los habilita para que desarrollen de manera atenta y cuidadosa sus aspectos creativos, quizás haya menos adolescentes rebeldes. Podría ser que la rebeldía no fuera esencial en ese tiempo de la vida, sino producto de la posición asignada a los jóvenes desde adultos que buscaban tutelar y pre-fijar su camino. Los adolescentes empoderados no van a necesitar de padres que peguen en su nombre.
Ana Martín
PSICOLOGA
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