Miércoles 02 de julio 2025

De la escala de lo posible, se magnifica lo menos dañino

Redacción 17/03/2016 - 15.51.hs

José R. Villarreal *
Algo así me dijo hace años un veterano político, reconocido por su capacidad para encontrar salida en situaciones críticas y señalado por algunos como alguien que podría haberse beneficiado materialmente con algunas de sus soluciones. Como me había consentido o dispensado una relación franca me permití preguntarle si en los sectores de gobierno que estuvieron a su cargo había corruptos. “Algunos hubo…siempre los hay”, fue el principio de su respuesta.
No era el momento de avanzar en el tema, pero fue él quien, en un nuevo encuentro, lo retomó. Así pude conocer algo de su estrategia, pues me dijo que el funcionario o empleado que padecía esa “debilidad”, pero que era eficaz en su trabajo, podía ser controlado con hacerle saber que “uno no se chupa el dedo” y que, entonces, se puede conservarlo y también de compensar su mayor capacidad o dedicación de alguna manera material o, sobre todo, con satisfacciones a su autoestima. “Si usted le hace justicia en lo que vale, es posible que él se revalore a sí mismo”.
Creo haber entendido que “así somos”. Pero lo que realmente me pareció valioso de esas apreciaciones fue cuando dijo: -Como en todo, los grandes corruptos raramente son reconocidos como tales. Lo que hace gran daño a un país tiene responsables que nunca se nombran y no extrañaría saber que sean personas de comunión diaria…

 

Stiglitz, un Nobel, enseña
cuáles son los grandes
hechos de corrupción.
Recordé lo narrado al leer una nota periodística que firma José Massoni, ex juez, que también fue el primer titular de la Oficina de Anticorrupción, creada por la Alianza (en el gobierno que presidió De la Rúa).
Cuenta Massoni (en Página/12) que “ante la estupefacción que producía la dimensión de la corrupción durante el menemato, procuré buscar el porqué de ella” (el menemato se dice del gobierno de Menem). Y agrega que buena parte de la respuesta la reunió en su libro Estado de la corrupción en la Argentina y el mundo 1990-2011 (Ed. Del Puerto). Asimismo, dice que Joseph Stiglitz le enseñó que en los países emergentes los hechos de corrupción de dimensiones y daño incomparables son los cometidos por los programas privatizadores; que en éstos las coimas son siderales, porque los inversores se llevan todo de una vez y los países pierden sus bienes. En cambio, en los Estados que mantienen su riqueza y economía bajo control, los actos de corrupción son puntuales y “pequeños”, mediando funcionarios corruptos.
Stiglitz, economista norteamericano, presidió el Banco Mundial y obtuvo el premio Nobel en 2001; cuenta su experiencia en el libro Cómo hacer que funcione la globalización (Ed. Taurus, 2006).
Sigue narrando Massoni que también aprendió de Thomas Piketty (libro El capital en el siglo XXI, FCE 2015). En dicha fuente supo que, desde Reagan-Thatcher en adelante, el capitalismo global entró en un vertiginoso aumento de la apropiación de bienes por parte de una ínfima minoría: hacia 2010 un milésimo de los adultos del mundo poseía el 20 por ciento de la riqueza mundial y un centésimo entre el 80 y el 90%; en tanto que la mitad inferior de la población mundial tenía un 5% del patrimonio total. Añade que Piketty estima que la peor receta política económica para el agravamiento de esta concentración es tomar deuda más austeridad (o sea la receta del FMI, señera del neoliberalismo). Agreguemos que Piketty también dice que si la tasa de acumulación del capital crece más rápido que la economía, aumenta la desigualdad; que esto sucede en el presente siglo y que no se corrige solo.
Para Massoni el crecimiento inimaginable de las desigualdades se logra con el crecimiento de la superexplotación humana, con ejércitos de desocupados, con extractivismo suicida de bienes naturales, tráfico de drogas a gran escala, comercio de armas, monopolios privados sobre bienes comunes o de servicios de demanda no elástica, producción de dinero mediante solo dinero, lavado impune y llegada final a las guaridas fiscales (sobre éstas, leer Las islas del tesoro, de Thomas Shaxton, FCE 2014).

 

Desde Jean Valjean a los
grandes negociados media
una distancia inmensurable.
Comencé esta nota mencionando la delincuencia común en comparación (por la magnitud del daño) con las formas de delincuencia que reseña Massoni. Recordé entonces una lectura de Los Miserables, Víctor Hugo 1852. El personaje de esta novela se llama Jean Valjean, quien un día, desesperado por llevar ayuda a su familia, roba un pan, es sorprendido y castigado con cinco años de prisión. Como intenta fugarse en más de una oportunidad su permanencia en prisión se prolonga por diecinueve años. Cuando sale está dispuesto a robar, pero tiene una experiencia que lo hace recapacitar y rehacer su vida. Fabrica abalorios y hace fortuna.
Medio siglo antes de la aparición de este libro de Hugo, el gobierno de Buenos Aires contraía una deuda con el banco Baringh Brothers, de Inglaterra. Sólo una pequeña parte de ese dinero llegó al gobierno (Rivadavia) y no alcanzó para la obra que lo motivara. Entre los intereses usurarios de los banqueros y las comisiones de los gestores se volatilizó gran parte del empréstito, pero la Argentina empleó más de un siglo para pagar esa deuda.
Hoy ya no se sanciona con tan excesiva severidad el robo de lo necesario para mantenerse vivo, pero lo corriente es que se escrache al ladrón, inclusive que una multitud se lance sobre él y lo someta a linchamiento, mientras los banqueros y las multinacionales (y los fondos buitre) realizan ganancias desmesuradas sin que la sociedad los vea con tan malos ojos. Parece ser que para muchos son más bien el paradigma, el cielo apetecido. Incluso de entre los corruptos, los que llegan a caer en manos de la justicia y ganan el escarnio público, suelen ser funcionarios de distinto nivel que usan el poder que tienen para hacer fortuna, en tanto que los que evaden dinero hacia los paraísos fiscales y los banqueros que ayudan a realizar los movimientos de fondos de origen inconfesable, generalmente duermen tranquilos y entran en el circuito en el cual no se hace fortuna a partir del trabajo sino con los movimientos de grandes masas de recursos: el dinero produce dinero en una dimensión colosal. La brecha real, la que mide la separación entre los inmensamente ricos y los que tratan de vivir de su trabajo se hace más profunda y más ancha.
* Profesor de Filosofía.

 

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