Lunes 15 de abril 2024

La guitarra del Nico Crespo

Redaccion 07/08/2021 - 21.01.hs

El poema dedicado a Nicomedes Crespo llega a manos del autor de este artículo por parte de su creador, Edgar Morisoli, para que lo convierta en canción. ¿Quién fue «El Nico» Crespo? ¿Cuál fue su historia?

 

Ernesto del Viso *

 

Ocasiones el poeta, se sentó a mi lado, en una sala de espectáculo, (Sala Juan C. Bustriazo Ortiz del Centro Municipal de Cultura de Santa Rosa), y me entrega un poema con afectuosa seña de musicalización.
Entonces se me presenta de cuerpo entero otro guitarrista. Ahora es el Nico Crespo.
La data preliminar ya fue esbozada por Edgar, al momento de la ofrenda literaria. Ya lo tengo conmigo a Nicomedes Crespo, moreno, del Carmen (Carmen de Patagones). Se va a quedar a mi lado, no lo vislumbro, pero ahora ya lo sé, para siempre. Con el vate Morisoli hace 60 años que viene con él, desde aquel momento que lo escucha tañir el tango «Madreselvas», bajo un nogal en lo de Adeodato Juliá, en Buena Parada (Río Negro).
El Nico, entra y sale de los sueños de Edgar, hasta que en una mañana, seguramente, Crespo se le posa sobre una hoja blanca y le dice: «Así como yo le canté milongas, valsecitos y otras yerbas, apláudame con su mano derecha, describiendo para el futuro, qué le fui aquella tarde».
El mate se alborota espumeante en su diestra, Edgar Osvaldo escucha la voz de aquel moreno, le alumbra un verso tras otro. Obedece el mandato, mansamente, nunca aturdido por esa voz obrera, pero si muy atento a la sombra fiel que el recuerdo elabora, cada vez que se adelanta al sol de esa vida transitada.

 

Cuál es el mérito.
Como todas las mañanas, Edgar Osvaldo Juan, ha levantado la persiana de la ventana que da al Pasaje Pringles. El diarero puntualmente ha dejado las noticias en papel, las recoge y al mirar al este, su sombra se proyecta hacia la cocina, que lo lleva de vuelta al sitio donde la fraternidad que el lugar determina, todo el día, le susurra a su mente las Memorias del Nico Crespo.
Morisoli sabe que todos le señalarán, «pero si el tal Crespo, es un guitarrero como hay tantos en el campo o en la ciudad, ¿cuál es el mérito para dedicar una cuartilla al ilustre desconocido para nosotros?».
La grey, no sé si se lo indica, pero de antemano, el poeta lo plantea en el estribillo del poema-canción. No lo hace con soberbia ni con expresión de «un qué me importa lo que ustedes digan», sí en claridad de reconocimiento, de mansa aclaración porque hay un añorar y un sentimiento muy altos; un evocar cierto instante que claro está, solo el bardo avista. No tiene otra forma que desahogar la nostalgia, ese crujir del alma que puja con el sentimiento y lo hace estallar en letra plena, fundamentada de tiempos, ajustada a aquella realidad de tardecita mansa, que se hace mansa en Edgar cada vez que escucha una guitarra.
Oye una encordada, y se le enciende la mirada y el corazón. Lo escudriña al guitarrero, se le mete entre sus dedos, en su voz, en sus ojos, le interroga orígenes, lo fotografía con todo su cuerpo a la estatura del otro. El viento de la vida no arrastrará este semblante. Madreselvas seguirá tocando en los dedos imaginarios del Nico, por más de seis décadas. Cesan al instante cuando el poeta dice: «Entonó milongas bravas / de un sur que con él se fue/ y algún valsecito criollo/ Madreselvas del ayer».
Poco importa si el Nico tocó ese tango que Edgar lo menciona y algún valsecito criollo o su sonoridad forma parte del imaginario morisoliano, solo sé que a la manera del poema de Roland, Nicomedes pulsó una música inmortal que lo inmortalizó, que lo glorificó, sentado allí en la rueda, instante tal vez de solaz de Edgar que se le prendió en el cencerro que dicen corazón, al rapsoda, que no canta, que escribe versos.

 

«Dicen que en Conesa».
Nicomedes Crespo había nacido en General Conesa, de la provincia de Río Negro. Esa población fundada en diciembre de 1839 por decreto de Rosas, cuya denominación homenajea al Gral. Emilio Conesa, militar argentino, que actuara en las Guerras Civiles Argentinas, en la Guerra del Paraguay y en la lucha contra el dueño de la tierra. A esta población la situamos en la Bahía de Samborombón de la provincia de Buenos Aires. Hay otro pueblo Conesa, pero en el norte de esta misma provincia, pueblo que linda con Juan B. Molina de Santa Fe. Reivindicación un tanto exagerada, esta de Conesa, para quien ha sido capaz de matar al semejante.
Pero el Nico nació en el Conesa arraigado del Río Negro, donde a sus habitantes se los llama: conesinos. Es posible que ese Crespo que lo apellida, su más remoto ascendiente, lo haya obtenido de una de las tantas familias de maragatos, provenientes de la provincia de León (España), que vinieron a fundamentar Carmen de Patagones, a fines del Siglo 18. Por ejemplo los Alonso llegaron entre 1779/1781, los Carro entre 1780/1781 y los Crespo en el año 1781.
Cuando «los negros» eran liberados, estas familias los adoptaban y los llevaban a trabajar a sus campos, sobre todo aquellos situados en «Guardia Mitre», «Boca de la travesía» y en «Conesa». De este último sitio, viene el Nico, seguramente uno de sus ascendientes trabajara para los Crespo; llegaron a existir cinco estancieros con ese apellido, en Patagones.

 

Un guitarrero de tantos.
La guitarra en Crespo tal vez sería una compañera de relatos y vivencias que surgen en las horas muertas, aquellas que el trabajo del día, entrega al hombre, al instante en que las tareas llegan a su fin. Pero sin dudas promovía en él la proyección justa de su corazón, de su sentir. Hay algo de todo esto que se le presenta a Edgar (Morisoli), que al primer contacto con él da por descontado que el Nico debe ser músico.
La guitarra aparece después, lo moreno en Crespo determina, impone sin palabras: «como buen moreno, músico / guitarrero de mi flor». Otra cosa no podía ser para el rapsoda. Y guitarrero, antes que nada.
Si es guitarrero, no hay academia, no hay sistematización de elementos educativos musicales, entonces lo que se respira en el aire, es sabiduría sonora, pueblo en ascenso a la gloria de armonía impensadas en el pentagrama, pero que deleitan oídos avezados en escuchar la melodía, como en los de aquellos que auscultan el tuétano de la canción, desprovisto de academicismos. Edgar está entre estos últimos, lo dice, lo pronuncia con el simple gozo que brinda la canción pampeana, suave y límpida.
El Nico, le ha «tinqueado» el alma; deja su marca en el anillo del pañuelo y le traspasa la garganta, para que años después lo cante en milonga, en estilo, y si es en milonga candombeada, mejor.
Pero detrás del cantor, o con el cantor mismo, han quedado en las alforjas, por momento, los oficios que sus manos han realizado, al dejar la «encordada». En las chacras del lugar, cumplía todas las funciones afines a ese sitio: regador, vendimiador, en los inviernos buceador de la leña, dando rienda suelta al oficio de sangrador, hacha en mano.
Nicomedes Crespo, un guitarrero de tantos, que se queda para siempre en la canción y en la voz de Edith Rosetti que lo canta y muy bien.

 

* Colaborador. Músico.

 

Memorias del Nico Crespo

 

Letra: Edgar Morisoli
Música: Ernesto Calvo

 

Cuentan que en Conesa viejo
hubo un barrio del Tambor.
Gente morena del Carmen,
comentan que lo pobló.

 

De allí vino el Nico Crespo
que al Colorado llegó,
como buen moreno, músico,
guitarrero de mi flor.

 

En la chacra le hizo a todo:
regador, vendimiador,
y en el invierno en la hachada
anduvo de sangrador.

 

Un guitarrero de tantos
yo sé que podrán decir
es verdad, pero yo canto
mi añorar y mi sentir.

 

Lo escuché en Buena Parada,
patio de acequia y nogal,
me lo presentó un amigo
don Adeodato Juliá.

 

Entonó milongas bravas
de un sur que con él se fue,
algún valsecito criollo
Madreselvas del ayer.

 

Me alejé no volví a verlo
y a veces quiero soñar
que sigue allá bordoneando
y a la sombra del nogal.

 

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