Viernes 29 de marzo 2024

Caminos de encuentro

Redaccion Avances 07/08/2022 - 09.00.hs

Reconocido en el cancionero dedicado a las niñas y los niños, Ernesto del Viso revisa en su primer libro el pasado, su historia familiar y su filiación a la patria latinoamericana.

 

Sergio De Matteo *

 

En un primer acercamiento al libro publicado por la cooperativa 7 Sellos Editorial (2022) se podría señalar, considerando la interrelación de los textos, que se encuentra estructurado en tres partes, en tres etapas o tiempos, más una especie de posdata con “Cuatro letras por Colombia”. Cuando se señala “tiempos”, se habla de tiempos idos, porque en la obra está la resignificación de los instantes vividos y de las épocas transitadas. En el retorno hay un constante reciclado del pasado, pero hecho desde el presente; esa exégesis e interpretación de la temporalidad nos da una aproximación a lo posible, a lo por venir o el porvenir.

 

 

Duración o instante.

 

En la primera etapa está la cosmovisión del mundo. El hombre se encuentra con el afuera y lo que nutre su formación: los paisajes, la Patria Grande, los referentes, como Pablo Neruda, Atahualpa Yupanqui, Edgar Morisoli, Patricio Mans. Esos lares y nombres trazan la historia cultural, política e ideológica de un hombre y su obra.

 

La segunda parte refiere más a la casa, a la familia, a la amistad. Manifiesto en “Patio de los días aquellos”, en Abel, el padre, los hijos, y la ciudad fulgiendo entre odas y baladas. Porque son el refugio y el sueño, los “Territorios del amor buscado, comarca de la verdad del niño./ Región donde permanecer en serio, junto al otro./ Vos y yo, Juan y Emilio”.

 

La tercera, que es la más voluminosa, aborda la cuestión del amor; tema capital de la obra, porque circunda la vida del artista. El enamoramiento de una mujer, a la que le canta loas y reivindica en un rol esencial de su existencia. Confiesa el deambular “desbrujulado” sin dicho centro, siempre a la busca de Frutalia. Las cartas de amor lo sitúan un poco cerca y un poco lejos de la resurrección que otorga el deseo, la pasión: “Trigo de amor, ondeante, deshace las tinieblas/ y pone a andar este velero”.

 

En cuánto a las etapas y por sobre todo, a la cuestión del recuerdo, del tiempo, de los instantes, Gastón Bachelard aporta conceptos valiosos al analizar una novela de Roupnel, donde examina la cuestión del tiempo y lo pone en debate con Henry Bergson. Indaga en esa variación que marca la vida, porque para Bergson el tiempo se halla supeditado a la filosofía de la duración, en cambio para Roupnel “el tiempo sólo tiene una realidad, la del instante”. Es en el instante que el ser se instituye como existente y, además, se supedita en la escritura a ser leído, revelado; se penetra en la materialidad del mundo para entrever su sentido, adquiere perspectiva metafísica.

 

Todo lo sucedido está impregnado en la poesía, en la canción, porque la otredad ya se ha ido. Se ha quedado suspendido en la memoria, en el recuerdo, subyaciendo como rememoración. La etimología de “recordar” es volver a pasar por el corazón. Muchos de los poemas del libro pasan por el corazón del autor, resignificando cada una de las cosas vividas.

 

 

La hoja en blanco.

 

La experiencia de vida rasga “la hoja en blanco”. Es importante ese poema, porque enmarca y abre el camino. Es la senda del encuentro con la palabra, con la poesía; pero por sobre todo, con la propia biografía. El poema enfrenta a una dicotomía; a la dicotomía de la vida y la naturaleza, de la escritura y la técnica. La grafía le disputa la simbología a la naturaleza, pues los árboles se convierten en papel para que el escriba tenga la posibilidad de gestar su libro.

 

También irrumpen la emoción y el recuerdo. Impresiones que se fortalecen en el segundo poema, titulado “Los libros de la casa”; donde se representa y refracta la historia del armando de una biblioteca personal. En ese espacio cohabita el entramado de linajes y reflexiones que guían al pensamiento que, junto a las acciones cotidianas, se manifiestan en el campo político, cultural y sentimental.

 

Entonces está la lectura y la escritura, también la música, sobrevolando; una tríada que convive y se retroalimenta. No podemos ignorar que lo oral y la escritura se integran en las prácticas creativas de del Viso. El mundo oral representado en la canción, en la música, y la escritura en la poesía.

 

Uno de los poemas se llama “Preguntas del canto”, donde se percibe la relación entre la canción y ese otro universo que es la escritura. Jorge Luis Borges en una conferencia sobre la Divina Comedia plantea que “el verso recuerda que fue un arte oral antes de ser un arte escrito. Recuerda que fue un canto”. Fortalece la conjunción de canción y poesía; esa creatividad tan presente en las culturas originarias, con los cantos tribales, sagrados y totémicos; o en los gauchos, con las payadas, las milongas.

 

Al hablar del recuerdo es ineludible la influencia occidental, de la filosofía griega. En ese sentido, la memoria, es decir, el nombre de Mnemosine, una de las musas, alude al recuerdo y a la evocación. El recuerdo funciona como depósito de las palabras, desde donde es posible decir lo que ha pasado, lo que se nos ha ido. El arte los trae de nuevo al presente y lo restituye, en este caso, en formato de poesía.

 

El poemario es una indagación constante. Del Viso pregunta “¿Para qué sirve el canto?”, y trata de responderlo por medio de la canción hecha poesía: “la canción debe ser pájaro”, en la voz de Mans. La canción como poesía, la poesía/canción a modo de lenguaje universal, a la vez esperanza, utopía. “Memoria y rastros” se titula otro texto. Los versos mencionan a Neruda, no obstante, más allá de la huella nerudiana, también se revaloriza el paisaje cultural, aunque se circunscriba a la mítica Isla Negra. Es que todo paisaje cultural está conformado por una raíz geográfica y una raíz histórica; por lo tanto, el narrador transmite los efectos al hallarse frente a un lugar simbólico.

 

Ese reconocimiento lo liga a la identidad latinoamericana. Entonces amerita otro abordaje sobre el paisaje cultural, considerando la relación entre geografía e historia, la presencia del hombre y la mujer en un lugar heredado. Repensar desde la deconstrucción que propuso Rodolfo Kusch, donde rompe con la dependencia del pensamiento grecolatino, sugiriendo la necesidad de una filosofía americana. Realiza un planteo respecto al espacio, que tiene que ver con el tiempo, habla del estar-siendo y, por sobre todo, plantea el estar-sentado de nuestros originarios, dando asidero a un estar situado. En el estar-situado hay reencuentro con el lugar que se habita, respeto por la tierra, ceremonia y ritual. Desde esa fundación se construye sentido y pertenencia, se le da significado a cada una de las cosas en que se participa. Por eso aparecen textos referidos a la casa, al patio, al barrio, a la ciudad. Por lo cual emerge el padre, los hijos, las amistades, el amor, lo que apuntala, de algún modo, el anclaje a un lugar en el mundo.

 

 

La introspección del amor.

 

Cuando se tiene amarre a una morada, a un pueblo, se fundamenta el testimonio. La literatura se convierte en testimonial. La función del arte es transformar. La “póiesis como acto revelador que modifica a quien lo ejerce”, resalta Graciela Maturo. La canción y la poesía cambian al que escribe y canta, también a quienes leen y oyen.

 

En la resignificación del estar-siendo hay un trabajo de autoaprendizaje, y sucede más allá de los libros, de las lecturas o los debates. Rilke propulsaba ir al interior de uno mismo y en máxima soledad; esa introspección permitiría el conocimiento de las limitaciones y las potencialidades del ser. Superada dicha empresa era posible poetizar: “El arte es la escucha de la voz interior”. Borges alegaba que la función de la poesía, del arte, era tocar al otro, a la otredad.

 

Estas dos postulaciones acontecen en “Caminos de encuentro” de Ernesto del Viso; tanto el viaje introspectivo para conocerse a sí mismo, como el ir hacia los demás.

 

Conquistadas las coordenadas del estar-siendo aflora la cotidianidad de la ideología y del arte. En la última parte del poemario aparece Antonio Berni, con todo el significado social que tiene su obra, pero también la familia, el gran amor, y otra vez el paisaje, el canto.

 

Habría un amplio tratado de las y los poetas que abordaron el amor en nuestra provincia. ¿Cuántos poemas escribió Edgar a Margarita, y viceversa? ¿Cuántos dedicó Bustriazo a mujeres con nombres o sólo identificadas con iniciales? Del Viso también canta/poetiza a una mujer, a una sola mujer, tal cual lo hiciera Morisoli; ese “hombre de un solo amor”.

 

Se habla del amor. El libro engloba al paisaje cultural, al canto y la poesía; una vida, una familia y una mujer. Entre poemas y canciones, sean tonadas, baladas o letras para Colombia, Ernesto inscribe en letras de moldes sus pareceres y padeceres, y se pregunta “¿Para qué sirve el canto?”, que sería también ¿Para qué sirve la poesía?. El poeta Omar Lara nos acerca una respuesta en su poema “Encuentro en Portocaliu”: “¿la poesía para qué puede/ servir sino para encontrarse?”. Caminos de encuentro, obra prima de Ernesto del Viso, nos ofrenda el reencuentro con la vida y la poesía/canción.

 

 

* Colaborador

 

 

“La hoja en blanco”

 

 

Aquí está la hoja en blanco

 

impecable, pulcra y piafante.

 

La emoción o el recuerdo,

 

tal vez un nomeolvides de desdichas,

 

en mi mano, pujan por salirse

 

y hacerse grafía imperecedera,

 

arrogante y pretenciosa

 

de lectores y lecturas futuras.

 

 

Aquí está ella,

 

la que ayer ondeaba verde y

 

temblorosa. Verde y suave,

 

colgada de la vida vegetal y entera.

 

 

“Mujer que mira a Berni”

 

a Sandra mientras recorre la obra de

 

Antonio Berni, en el MALBA, mayo de 2005.

 

 

Te veo ahí, en el abismo total del sollozo y la lágrima.

 

Atrapada, asida, maneada dulcemente ante el derroche del color

 

y la miseria retratada para siempre en aquel y en esta tela-cuadro.

 

Es don Antonio -santafecino y argentino: paleta latinoamericana,

 

el que dispara y destila tanta fuerza, melancolía o que sé yo,

 

sobre tu piel, tus ojos y ese corazón henchido de dolor, rabia y enojo,

 

que por este instante se desploma, se desarma, y se entrega

 

en clara sensibilidad, esa que acorazada en estos tiempos,

 

te pone al borde del temblor, junto al abismo mismo

 

que te asciende a los cielos del talento,

 

pisoteando el infierno cotidiano, en esta sala sublimada de un nervioso Buenos Aires.

 

Y te observo deslizarte, rozando apenas con tus pasos,

 

la trama arbórea que este solar pone a tus pies para los gozos.

 

Miran tus ojos y estalla el alma, pone tu cuerpo sobre mi hombro

 

y la Ramona Montiel es mudo sexo de portaligas y senos gruesos.

 

Juanito es más Laguna en tus pupilas

 

remontando en azul y amarillo tus tiernas hojas,

 

-barrilete de tu razón mejor y de tus sueños buenos,

 

papalote de la infancia menguada-.

 

Juanito de cualquier barrio pone en tu voz un alarido que reprimes,

 

que guardarás para otro instante u otro relámpago que desboque

 

la tragedia que propone la desigualdad, la desmesurada pobreza

 

que reproduce Juanitos del siglo XX a este nuevo centenario.

 

 

 

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