Viernes 19 de abril 2024

Como agua que brota desde el interior

Redaccion Avances 11/09/2022 - 09.00.hs

“Mi manantial interior” es un segundo libro de Marisa Isabel Medrano, autora nacida en Gualeyguachú, provincia de Entre Ríos, pero radicada en Santa Rosa desde 1994.

 

Gisela Colombo *

 

En 2021 Marisa Medrano editó su primera obra llamada “La musa que me habita”, un conjunto que este “manantial interior”, su nuevo libro, completa y continúa. En ambos casos, los conjuntos reúnen poemas y relatos. La distancia temporal brevísima entre un producto y otro explica esta continuidad no sólo formal sino también temática.

 

En este caso, el texto está dividido en tres partes. La primera, que lleva el título de “Vivencias” retoma experiencias infantiles que la autora juzga estructurantes d e su propia identidad. El segundo apartado es “Musas incorpóreas”, donde aparecen los grandes artistas y poetas admirados especialmente por Medrano. Un homenaje pero también una reconstrucción reflexiva de las propias fuentes que contribuyeron a convertir las “vivencias” en materia relatable.

 

Y el tercer conjunto, titulado “De silencios y sueños desangrados”, es donde prevalece, más que en los anteriores, el elemento aire. Aire que expresa lo que la tradición descubre en él: el pensamiento, la palabra, el discurrir de la razón. Se trata de un salto de la experiencia a la reflexión filosófica; de una abstracción que, lógicamente, vira hacia la poesía más lírica, porque ése es el lenguaje ideal para ello.

 

“Tiempo

 

Que se esfuma,

 

Silente;

 

Que avanza

 

Con la brisa

 

Hacia el poniente;

 

Que mistura

 

Agua y vida

 

En un torrente.

 

En el devenir

 

Infinito

 

Todo vuelve…”

 

En “La musa que me habita” se revela un primer contacto mucho más emocional e intuitivo con la propia actividad escritural. Tal vez por ello prevalezca allí una atmósfera nocturna, misteriosa. En esta fase posterior del proceso que retrata el segundo libro, existe un ámbito solar, racional que implica el haber reflexionado a ojos vista las herramientas puestas en juego en la vocación poética.

 

Si en el texto anterior perfila el hallazgo paulatino de una voz propia, aquí se afianza y fortalece. El estilo, que en la ópera prima se revela en su estética modernista, en esa especie de síntesis de clásicos que han tocado el espíritu de la poeta especialmente, aquí se regresa a ellos. Gaudí, los maestros de la pintura impresionista, Van Gogh, W. B. Yeats, el poeta, Borges, Cortázar y muchas otras personas que por ignotas no se infravaloran, sino están equiparadas en importancia con grandes de la humanidad porque han contribuido a alimentar aquello que la misma autora revela como su vademecum poético. “Mi vida guarda/infinidad de cuentos/ en la memoria”. Ese bagaje es fuente y a la vez producto de un acto de conocimiento que aparece desde el principio en “Mi manantial interior”.

 

“Esa soy yo

 

Remontando silencios…

 

Soy quien vive

 

en la espesura de los huecos

 

y a veces

 

llora lágrimas de cielo.

 

Soy quien ama

 

Y está llena de recuerdos,

 

Brasas de un apagado fuego.

 

Soy nostalgia

 

Entretejida en verso,

 

Migración de ausencias

 

En el viento.

 

Soy quien anhela

 

Un vergel de sueños nuevos

 

Soy ceniza, esperanza,

 

Luz y vuelo…”

 

Si se acentúa aquí algo de la estética anterior es, precisamente, el elemento canónico, la exaltación de un clasicismo que reproduce formalmente la misma sensación que sus motivos tocan. En efecto, todo se reduce a una única impresión ligada a la caducidad de todas las cosas, al tiempo que se fuga y, sobretodo, a la Nostalgia que atraviesa cada página.

 

En este contexto no llama la atención la omnipresencia del silencio como aquello que hay que vencer para restaurar el pasado. “Vergel de ilusiones que amanecen derribando los silencios” dice refiriéndose a este texto. La palabra, su versión artística, se ordena a expresar una nostalgia nacida de la fugacidad del tiempo, que corre y no se detiene. Pero también a reconocerse íntimamente por medio de las lecturas y los poemas. Quizá por eso, el primero de los relatos se titula: “Reflejo”.

 

Tal vez la más sugestiva de las citas en todo el libro es la de Cortázar: “Pero existe algo que el tiempo no puede, a pesar de su innegable capacidad destructora, anular: y son los buenos recuerdos, los rostros del pasado, las horas en que uno ha sido feliz”.

 

Si la clave es esa mirada nostálgica, el lenguaje elegido persigue algo similar. Y así, la estética es perfectamente asimilable a la época que intentan recuperar los textos. La adjetivación y cierta cadencia reposada recrean el modo de escribir de la primera mitad del siglo XX.

 

Como ocurre con las palabras, lo mismo vemos entre el ajuar que puebla el libro. Carpetitas tejidas al crochet, budines azucarados, entre otras recetas gastronómicas; un palacio San José, antaño perteneciente a Justo José de Urquiza, que los mayores de la poeta cuidaban, y signó su infancia. Las cajitas de música, las bolsas de retazos y otros detalles suscitan el recuerdo y logran introducirnos en el interregno entre su rostro y el prodigioso espejo que desborda  y emerge en este “manantial interior”.

 

* Docente y escritora

 

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