Domingo 14 de abril 2024

“Convicta”, de Olga Liliana Reinoso

Redaccion Avances 30/10/2022 - 09.00.hs

Radicada en General Pico, Olga Liliana Reinoso es narradora, poeta, docente y gestora cultural. Una de las muestras de su habilidad lírica fue “Convicta”, un texto poético de una unidad y coherencia dignas de ser resaltadas.

 

Gisela Colombo *

 

Olga Liliana Reinoso nació en la Ciudad de Buenos Aires. Hoy está radicada en General Pico. Es narradora, poeta, docente y gestora cultural. Por sus obras ha recibido premios literarios en el ámbito de la provincia y fuera de ella. El talento la llevó por diversos simposios hasta Chile, Uruguay, Venezuela y México.

 

Una de las muestras de su habilidad lírica fue “Convicta”, un texto poético de una unidad y coherencia dignas de ser resaltadas. El libro fue estructurado en tres poemarios o apartados distintos: “La cárcel”. Así se llama el poemario inaugural. “El pasado es arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente” reza el primero de los epígrafes. Es la voz de Borges resaltando aquello de que la memoria es una reconstrucción permanente y caprichosa, siempre distinta de sí misma. Esta referencia nos anticipa la labor de la poesía en este poemario, que será un acto de memoria cargado de la subjetividad de esta intérprete de la experiencia en que se ha convertido la poeta.

 

También Séneca se expresa en un epígrafe con algo más que sugestivo: “La soledad no es estar solo, es estar vacío”. Con esta cita queda clara la promesa: veremos a la mujer poeta de hoy evocando los tiempos de soledad del ayer infantil.

 

La experiencia de alumna pupila obra una yuxtaposición que estará presente todo el libro: escritura y soledad. “Mis viejos se marcharon. /Yo quedé minúscula, cursiva/ entre signos de pregunta./La puerta del colegio sonó como un disparo/ Aún conservo la bala”. Como si fuera la bala que implantó en ella la vocación escritural.

 

Entonces, como suele ocurrir cuando uno recorre en retrospectiva la experiencia y trabaja en el perdón, pero aún está lejos: “Yo sé que fue con buenas intenciones/ pero las mismas monjas me enseñaron/que el camino al infierno /está lleno de bienintencionados”.

 

Después, muestra una sensación de opresión que la poesía transmite con maestría. Incluso en la mayor intimidad se filtra la represión: “Cartel en la ducha. ‘Que mi mano no toque/ mi cuerpo desnudo’.” En ese podadero de alas que se reproduce también en la “Escuela Hogar” sobreviene, naturalmente, la rebeldía: “Quisieron que callara/me sometieron/a silencio obligatorio./ Pero/ (en cambio)/ grité, grite, grité”.

 

Aquella rebeldía primera evoluciona conforme crece la conciencia: “La rebeldía es otra cosa./ Que nunca te puedan convencer”.

 

El encierro, que está presente en los tres poemarios y en el mismo título de la obra aquí toma protagonismo y se exhibe como experiencia literal. La imposibilidad de salir es metabolizada también por la escritura “Las ventanas son ojos”. El deseo de ver el afuera parece ser una de las obsesiones de la sujeto lírica.

 

En “Significado” juega, ingeniosamente, con las dos acepciones de la palabra “pupila”.

 

“De todas las acepciones/de la palabra ‘pupila’/solo me cae en gracia/ la del ojo”.

 

Aquí también revela un proceso interior que quizá haya sido responsable de la sabiduría actual de la poeta: el encierro, como la ceguera para el antiguo tópico, es el mejor estímulo para “ver”. “Ver” sin los desvíos de los sentidos, que son subyugados por los colores y las formas. “Ver” verdaderamente. En efecto, el afuera se observa con deseo pero también permite una distancia de la mirada mucho más suspicaz. De tal modo pupila del ojo se identifica con pupila de una institución cerrada a la realidad.

 

La inteligencia que se expresa por medio de la rebeldía avanza contra la naturalización de los vicios docentes y, tal vez, incluso monacales. Las menciones a las monjas y sus rigores llegan al clímax en una acción que la misma autora relaciona con una violación. Nada menos. Aunque no del cuerpo: En “Violación” dice: “Como palomas/llegaban las cartas de mis padres.//La monja las leía en voz alta manoseándolas”.

 

En ese contexto nada inmuniza contra la violencia que consiste en despojar a la víctima de toda intimidad. Y los recuerdos de lo perdido en el pasado y de los muertos propios no aciertan a calmar las aguas convulsas.

 

“No creas en la inocencia / de los muertos/ se llevan puesta toda su maldad./ Y luego llueven.// Sobre nosotros/ llueven.” Es cuando irrumpe el deseo de perdonar.

 

Prisión domiciliaria”.

 

En el segundo poemario llamado “Prisión domiciliaria” todo se orienta hacia aquello que la voz poética desea olvidar. La madre es la figura central de este poemario. El epígrafe que precede los poemas dice: “Madre: es tu desamparada criatura quien te llama…” y pertenece a Olga Orozco. Luego, Jorge Luis Borges, otra vez, desliza: “Yo no hablo de venganzas ni de perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”.

 

“Tengo que desenterrarte”, se refiere al pasado pero también puntualmente a la madre. Allí la poesía se propone una nueva hermenéutica desde la mujer que es ahora, que obrará como un “Renacer”.

 

Como si todo se redujera a un regalo engañoso, relaciona dos momentos diferentes de la historia con su proceso interior. El primero, la embajada /obsequio que los aqueos dejan a los troyanos al esconder las naves y hacerles creer que la guerra ha terminado y ellos se encaminan ya para sus tierras sin haber podido tomar Ilión.

 

“De mi caballo de Troya/ Nació Espartaco”.

 

La otra es la sublevación de un hombre llamado Espartaco, una gesta de rebeldía que nace de su condición de esclavo. Asimismo, la poeta encuentra en el engaño que se descubre cuando ya no hay nada que hacer, el ímpetu y la violencia necesaria para sobreponerse y reclamar lo que le pertenece por dignidad.

 

Libertad condicional”.

 

En el tercer poemario titulado “Libertad condicional” se ha conquistado el afuera, aunque ese afuera incluye ahora algo mucho más amplio. Si en el primer poemario existe el registro de hechos experimentados, en el segundo se trata del movimiento interior recordando, en este tercero impera la reflexión más filosófica.

 

Aquí aparece la respuesta poética al paso del tiempo, fuga que ya sugiere las regiones de la muerte, el más allá y la supervivencia en otras latitudes.

 

“El pájaro de cristal/ es una brasa// duele la noche/ como el clamor/ de un teléfono/ en la madrugada.”

 

La transparencia del pájaro de cristal, que parece ser la expresión de la poesía, se convierte en brasa. No hay paz en un principio sino fuego, cuando inicia el procesamiento frente al otro afuera, la realidad posterior a la caducidad humana. En esto no hay experiencia que seguir. ¿Quién, estando vivo, puede saber el destino que trae la muerte? Entonces las lecturas –y ya no la experiencia– se tornan fundamentales como guías de la reflexión dolorosa a que se enfrenta la poeta.

 

“Una mujer vieja/ parece una biblioteca […]/ ha dejado el sex-appeal/ en el perchero”.

 

Entonces, tal como ha sucedido tantas veces en la historia, la angustia por la finitud se torna palabra y poesía: “con el ovillo/ de su boca/ teje/ desteje/ historias”. Aunque no abandona su condición lacerante: “cada día es un parto/ cada día”.

 

En la misma tónica dirá después: “En el ovillo de la telaraña/llovía con insistencia. […]/ ¿dónde estará tu voz/ tu sonrisa tus pasos?/ sólo queda tu nombre/ rondando en la marea.” Ese mar es el olvido. Aquí se reedita el tópico de “¿Ubi sunt?” pero también roza el de la eternidad por la fama, en lo que tiene de inútil. Por nombre que siga allí, quienes se van a la mar de la muerte pierden la posibilidad “de sonreír”, “de caminar”. Es apenas una eternidad aparente. Ellos sólo pueden vivir en los demás, y el regreso que hacen esos seres por medio de la evocación tiene la inconstancia de las mareas. Por ello el nombre es la clave, porque sirve para que otros te llamen pero no para desplegar la propia identidad, para seguir viviendo.

 

La Luna, tradicionalmente relacionada con la alternancia permanente de ciclos y con la fugacidad del tiempo, conquista su lugar en el imaginario: “La luna es un violín/ que suena en la oscuridad./ Un ángel corrupto/ que se otoña en el espejo. / Pobre muñeca sin luz”.

 

La corrupción está ligada a la falta de luz propia y a la condición finita, como todo lo creado, que lleva en su naturaleza su sino de extinción. Hasta las estrellas que brillan en nuestros cielos están muertas. El desánimo y la soledad imperan. Y regresa aquella imagen de la bala que introdujo el primer poemario, al ingresar a la escuela de monjas.

 

“Desde la oscuridad/ el francotirador/ caza a su presa. / La lleva al purgatorio”. Es tiempo de volver a sufrir, pero esta vez no es un infierno sino un “Purgatorio”.

 

En la tradición, especialmente transmitida por la obra de Dante Alighieri, el Purgatorio es un dolor, sí, pero con sentido. En el Infierno se sufre sin posibilidad de mejorar, cíclicamente e inútilmente. En cambio, el Purgatorio es un sacrificio que limpia y aliviana, que en su naturaleza guarda el germen de la sanación. “[…] Saber sí en el final/ si todos los agravios/ si este pagar en cuotas / la hará sentirse libre”. De los tres reinos del más allá para la cultura cristiana, el único que posee tiempo es el Purgatorio. Eso se debe a que para purgar algo hace falta una secuencia: primero) el estado de mácula, que despierta la necesidad de purgar; segundo) el estado en que se sufre para purgar y, finalmente, tercero) el estado de limpieza del espíritu. Por ello muchas veces se ha dicho que el dolor puede anticipar, en vida, esa purgación.

 

Mientras irrumpen imágenes de la escatología cristiana, también aparecen las preguntas respecto a la transmigración de las almas presente en las religiones orientales. No se trata de una indagación religiosa sino de metafísica, de reflexión filosófica sobre el sentido de la vida.

 

Trasmutación por el fuego.

 

La fragua donde ocurre la trasmutación es, sin duda alguna, el fuego de la poesía. Escribir es el modo de trasmutar-se. “El fuego/ sólo el fuego/ habla por vos”.

 

Y este libro, un manifiesto del poder integrador y transformador de la poesía. Así lo dirá Olga Liliana Reinoso: “La tejedora,/mujer ancestral de las hogueras,/ con un hilo de agua/y una lana espumosa/ inicia el rito de escribir historias”.

 

* Docente y escritora

 

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