Sabado 20 de abril 2024

Formarse en pandemia

Redaccion Avances 10/07/2022 - 12.00.hs

El COVID-19 obligó, en diferentes ámbitos de la vida, a buscar nuevas salidas para reemplazar –o intentar hacerlo– una presencialidad. Uno de los espacios que experimentó cambios fue el educativo.

 

Aurelia Fernández *

 

Si bien antes ya existía la posibilidad de una educación a distancia para aquellas personas que no podían asistir a los lugares físicos, la pandemia del 2020 hizo que tanto profesores como alumnos se adaptaran a una forzosa virtualidad. En consecuencia, se recurrió a la utilización de plataformas y tecnologías que ya existían, pero que desconocíamos porque no las requeríamos con urgencia o inmediatez. Verón (2013) afirma que una reestructuración y complejización del tiempo –y, en este caso también, espacio– genera nuevas necesidades, nuevos intereses y nuevos problemas prácticos. De este modo, adquirieron popularidad aplicaciones que permitieron realizar videollamadas como Zoom y Meet. Otras, facilitaron continuar el vínculo pedagógico, por ejemplo, Google Classroom o Moodle.

 

Sin embargo, Cimadevilla (2007) sostiene que existen brechas vinculadas al acceso de nuevas tecnologías. Algunas de ellas son: la económica y de posibilidad material de acceso; geográficas, generacionales, de género, de educación, de desarrollo de habilidades tecnológicas y de actitud o afinidad con los nuevos lenguajes. En relación con este punto, y especialmente con la brecha generacional, los profesores tuvieron que aprender por su cuenta a utilizar estas herramientas desconocidas y afrontar todo tipo de inconvenientes. Gándara y Rosselló (2020) sostienen que “apenas se comenzaron a bajar instructivos, kits o tips de los más variados, por parte de autoridades educativas en todos los niveles educativos, se hicieron manifiestas las dificultades y las problemáticas más diversas”. Por su parte, los alumnos, al estar más cercanos a una era vinculada con lo digital, pudieron sobrellevar mejor esta cuestión, aunque también debieron acostumbrarse. 

 

Asimismo, puede destacarse una brecha relacionada con la disponibilidad económica y la posibilidad de acceso. No todas las personas gozaron de las mismas oportunidades para acceder a dispositivos técnicos –computadora, celular, tablet– o con servicios como Internet. Desde las instituciones educativas se brindaron programas en los que se entregaban computadoras, pero no alcanzaban para solventar toda esta problemática. 

 

Falacias.

 

Cimadevilla (2007) argumenta que la frase “la virtualidad, en tanto información, suplanta la comunicación y se constituye en su equivalente”, es una falacia o falso argumento. Y esto es así, porque la virtualidad no permite el mismo contacto e interacción que la presencialidad. El vínculo y la relación alumno-profesor no son semejantes. Las posibilidades de realizar consultas a los docentes por intermedio de un dispositivo, muchas veces, se desdibujan. Además, la concentración se reduce porque no todos cuentan con un espacio específico y privado para las clases virtuales.

 

La virtualidad también representó, en pandemia, un cambio drástico a la hora de las instancias evaluativas. El paso de exámenes múltiple choice a parciales de desarrollo y/o exposiciones orales no resultó fácil. Dejamos de tener a mano los libros, los apuntes, navegadores web para recopilar información y comenzamos a aprender nuevas técnicas de estudio. 

 

La falta de presencialidad, en muchos casos, produjo cansancio y problemáticas que afectaron a la salud mental. El estar tantas horas sentado frente a un aparato tecnológico sin interacción con otros compañeros, sin tener un grupo de estudio, fue totalmente distinto a lo que se vive hoy en día, con el regreso de la presencialidad. El poder charlar, juntarse a realizar trabajos, evacuar dudas a los profesores cara a cara, no se compara. 

 

Conveniencias.

 

Pero hay aspectos positivos de la virtualidad, como el hecho de participar de charlas educativas brindadas por especialistas que residen en otras partes del mundo o contar con más tiempo libre para realizar otras actividades desde la comodidad del hogar.

 

Sin embargo, la presencialidad no es suplantable. En el año 1998, Thompson ya anticipaba que nos encontrábamos ante “un mundo saturado por las nuevas formas de comunicación y difusión de la información, donde los individuos son capaces de interaccionar unos con otros y de observar personas y acontecimientos sin encontrarse con ellos en el mismo plano espacial-temporal”. Pero no se advirtió todo lo implícito detrás de estas novedosas maneras de comunicarnos. ¿En algún momento se darán las posibilidades óptimas para una virtualidad plena?, ¿por cuánto tiempo permanecerá la hibridez presencialidad-virtualidad? Será cuestión de esperar y seguir pensando qué acontece.

 

*Estudiante de Comunicación Social - UNLPam

 

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