Cada ciudad es una feria de variedades
Señor Director:
Días atrás, al escribir en mi columna dominical que nuestra ciudad es la meta de todos los caminos del mundo, parodiaba el dicho romano: "Todos los caminos conducen a Roma".
Siempre había pensado ese dicho como prueba de la desmesura que resulta de la acumulación de poder. Supongo que la búsqueda de poder, tener poder, es un hecho resultante de la realidad: la fragilidad de la existencia individual, ese modo tan singular que tiene la vida en nuestro planeta de presentarse para dejar en claro que no es de nadie y es de todos. Sería la fragilidad asumida por el individuo de toda especie viviente, la que lo hace soñar con desarrollar poderes que lo pongan a cubierto de contingencias evitables. En nuestra especie, la necesidad de desarrollar poderes se desmesura, cosa que no se observa en las demás formas de vida. En el caso de los imperios, la desmesura conduce a pensarse como eternos (Roma es "la ciudad eterna") y esto supone ponerle cierre final a la historia, pues lo que se pretende es que la fortaleza lograda sea reconocida como invulnerable y que quien quiera vivir deba acatar su ley y hacer del interés imperial su propio interés. Si bien se considera, los llamados países del tercer mundo y los definidos como "en desarrollo", luego de nacidos de la colonización imperial de Europa han seguido pensándose, por siglos, como vasallos de esas metrópolis y de otras que han surgido en el hemisferio norte. El vasallaje cultural es mucho más duradero que el político. Resulta curioso observar que lo cultural revierte o conserva la capacidad de generar subordinaciones económicas y, en consecuencia, también políticas.
Ahora, dentro de un mismo proceso de pensamiento, anticipo desde el título de esta nota que toda ciudad es una feria de variedades. Espero que no se piense en "vanidades", que también lo es, pero ahora hablo de diversidad. Acabo de leer a Ricardo Forster en un comentario sobre Carta Abierta, en el curso del cual se refiere a Fito Páez; mejor dicho, a la andanada recibida por este músico por haber declarado su amor a Buenos Aires con palabras (digo a mi vez) de amante que ve que el objeto de sus sueños le es ajeno, se hurta de la posesión total, porque tiene vida propia y no quiere enajenarla. En el tango, otros amantes de Buenos Aires y sus criaturas las llamaban ingrata o con adjetivaciones más severas. Lo que tomo de Forster es lo que dice de una ciudad: que es muchas ciudades (y puedo entender: todas las ciudades). Enumera: Buenos Aires ha sido la ciudad de la Revolución de Mayo y la de la contrarrevolución, la de los jacobinos (Moreno, Castelli, Monteagudo) y del pliegue conservador (Saavedra), la de Caseros y Pavón, la de un puerto convertido por gracia de una clase dominante, y usufructuaria de sus riquezas, en centro hegemónico de la nación pero también de las rebeldías anarquistas, la del yrigoyenismo (democracia sin voto calificado) y de la Semana Trágica, la Plaza de Mayo del 17 de octubre y la del bombardeo despiadado y criminal de la aviación contra civiles indefensos en junio de 1955 (en Página/12, 21 de julio). Y dice otra cosa de la que tengo voluntad de apropiármela: "Hay una ciudad en la ciudad". Esa ciudad íntima es, dice, la que guarda la presencia de una ciudad que supo ser equitativa y audaz, nostálgica y creadora, rebelde y soñadora... una ciudad que nos pide que prolonguemos sus historias, sus espacios públicos, su educación, su salud, su cultura, de la depredación mercantil y de la piqueta privatizadora.
Dije que todos los caminos traen a Santa Rosa y ahora digo que también en Santa Rosa hay una ciudad en la ciudad, porque aquí, en otra situación tempo espacial, ha habido quienes acunaron rebeldías y construyeron con la materia de sus sueños. Los hubo, los hay y los habrá, aunque ni siquiera ellos se sepan moradores de una ciudadela que los contiene y cultiva para mantener y fortalecer el espíritu de la ciudad.
Atentamente:
JOTAVE
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