Miércoles 27 de marzo 2024

Alguien debe contar la historia

Redacción 12/06/2022 - 00.10.hs

Allá por los albores de la pandemia, más de dos años atrás, una de los pensadores argentinos más relevantes -de cualquier género- llamada Rita Segato, mostró una preocupación que en aquel entonces muy pocos atisbaron. Citando al ensayista palestino Edward Said, Segato se preguntó cómo será el relato o la narrativa predominante en la humanidad sobre este episodio, cuando todo haya pasado. Y, más precisamente, quién o quiénes serán los que tengan el permiso o el poder de armar esa narrativa.

 

Historia.

 

La respuesta simple a esa pregunta, tal como la formuló George Orwell, es que a la historia la escriben los vencedores. Pero en este caso resulta difícil imaginarse un ganador, cuando en realidad perdimos todos. Salvo, claro está, los que se enriquecieron a costa de la pandemia, pero la gente que se dedica a hacer dinero raramente tiene pasión por la narrativa.

 

Como quiera, quizá lo importante no sea tanto quién se gane el premio Pulitzer con su "gran novela" sobre el Covid, sino cómo estará articulado ese relato en sí. Y si habrá en definitiva un relato unificador, o una multiplicidad de ellos.

 

En la cultura popular, se dice que existe un número limitado de tramas que contar. La historia de amor que concluye en el casamiento (y raramente cuenta lo que ocurre después). El huérfano pobre que se reinventa a sí mismo y obtiene el éxito económico (momento en el que reaparecen, milagrosamente, sus "desinteresados" padres). El viaje del héroe por encontrar su destino manifiesto, generalmente, matando al villano.

 

Pero el Covid-19 plantea un dilema, ya que su carácter microscópico lo transforma en un villano poco apto para la pantalla de cine. Dice Segato que este virus es un "significante vacío". A lo sumo el villano podría ser el científico loco o el gobierno perverso que lo creó para complicarnos la vida a todos (en cuyo caso, esto fue una "plandemia").

 

Libertad.

 

No ha de ser una casualidad que los llamados "libertarios" argentinos hayan tenido su auge inmediatamente después de iniciada la pandemia. Aquí el relato burdo, infantil, fue que el villano era el estado que nos condenaba a la reclusión domiciliaria, en lugar de permitirnos desarrollar nuestra maravillosa potencialidad de individuos. Hasta uno de los referentes de se movimiento se permitió mentir descaradamente ante las cámaras de TV, afirmando que en realidad el combate contra el virus lo llevó adelante la medicina privada.

 

Por supuesto, la verdad es muy distinta. Si no hubiera sido por la acción de los estados, que gestionaron los planes de vacunación y organizaron la atención hospitalaria, hubieran muerto millones de personas más. Para no hablar de los millones de desempleados que hubiera producido la ausencia estatal en el momento del mayor parate económico. Pero aquí hay otro problema: el estado es una entelequia no menos abstracta de un virus, y no es imaginable ponerlo en el rol de héroe de ninguna historia.

 

Tenemos toda la información, todas las estadísticas, toda la trivia posible sobre la pandemia, pero no tenemos una historia. Y las historias, como bien señala el historiador Yuval Noah Harari, son vitales para el éxito de la humanidad como especie: "la ficción nos ha permitido no meramente imaginarnos cosas, sino sobre todo, hacerlo en forma colectiva".

 

Todos.

 

Y en la palabra "colectivo" puede que esté el mayor problema. Porque la pandemia -mal que le pese a los libertarios- es una experiencia esencialmente colectiva, que sólo adquiere sentido desde una perspectiva global. Se puede narrar la historia de heroísmo del personal de salud que atendió a los enfermos, y se puede pintar como villanos a los anti-vacunas o a los laboratorios que, tras beneficiarse con subsidios estatales, se negaron a liberar las patentes de sus vacunas para no resignar ni un centavo de ganancias.

 

¿Qué historia legaremos a las generaciones futuras, para que puedan afrontar la próxima pandemia? Si nos atenemos a la experiencia anterior, tal parece que los antecedentes no son buenos. La pandemia de la "gripe española" de 1918, que se llevó la vida de 50 millones de seres humanos, apenas si se recuerda en los libros de medicina. Las guerras mundiales, sin embargo -y pese a que no causaron tantas muertes- han producido obras de arte perdurables y enormemente populares. ¿Dónde está el Ernest Hemingway que escribirá sobre el Covid-19?

 

Por supuesto, siempre podremos recurrir a "La Peste" de Albert Camus, pero se trata de una obra con tres cuartos de siglo encima, pensada en una época muy distinta, y con sólo una ciudad -no un mundo globalizado- como escenario. ¿Será que la ficción nos ha abandonado, o que somos incapaces de conjurarla? Y en tal caso, ¿no será éste un síntoma de nuestra decadencia como especie?

 

Ni siquiera se ha intentado en este caso -como sí ocurrió con la epidemia del HIV- la narrativa bíblica de la peste, concebida como un castigo divino por los pecados de los herejes, del que sólo se salvarían los puros de corazón.

 

En la escena final de "Hamlet", William Shakespeare se encarga de ir matando uno a uno a todos sus personajes (incluído uno llamado Rosencrantz) hasta que el propio protagonista agoniza en los brazos de su amigo Horacio. Éste también expresa su deseo de espichar, pero Hamlet lo persuade de vivir, porque "alguien debe contar la historia". Ese es el mandato que nos queda a los que sobrevivimos esta pandemia.

 

PETRONIO

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?