Domingo 14 de abril 2024

Cultura de la violación

Redacción 04/10/2022 - 11.21.hs

Una joven de 25 años fue encontrada por un automovilista al costado de Circunvalación, al sureste de la capital cordobesa, el pasado sábado 18 de septiembre. "Tirada y sin poder moverse" a la vera de la ruta, describen los diarios.

 

VICTORIA SANTESTEBAN*

 

Su cadera fracturada, hematomas por todo el cuerpo, la lengua mutilada debido a un piercing que le arrancaron quienes entre las torturas incluyeron violarla sistemáticamente, en grupo. El viernes recibió el alta luego de 10 días hospitalizada, pero continúa sin posibilidad de moverse, ni habla, ni se alimenta por sí misma, explica la hermana de quien sobrevivió al ataque sexual y femicida. Según estimaciones médicas, llevará unos tres meses recuperarse físicamente. El fin de semana se detuvo e imputó a tres hombres por intento de femicidio, abuso sexual con acceso carnal gravemente ultrajante y robo.

 

Reincidencia.

 

La primera violación grupal contra la víctima habría ocurrido en 2018, luego de una cena y antes de salir a bailar: "Uno de ellos le juró que la iba a violar cuantas veces quisiera y que la iba a matar", declaró televisivamente su hermana, quien explicó que antes pertenecían a un mismo grupo de amigos. Hace seis meses se habría perpetrado un segundo ataque sexual, y en esa oportunidad la víctima no quiso denunciar como lo había hecho en 2018. Hay un total de nueve hombres y una mujer denunciados y casi treinta denuncias previas, explicó el abogado que describió también el hostigamiento padecido por la víctima y su familia durante estos cuatro años: "les quemaron la casa, agredieron a un miembro de la familia y a ella le juraron que volverían a atacarla".

 

Patriarcal.

 

Esa violación colectiva, como cada acto del patriarcado, no es hecho aislado que desentona, sino que encaja a la perfección en el entramado de violencias que lo compone hasta descomponernos. La noticia nos remite a la violación grupal en Palermo en marzo de este año, en el que se exhortó a los varones a empezar de una vez y para siempre con una deconstrucción consciente, que desmantele los comportamientos que son caldo de cultivo para violencias extremas. Es que el machismo se reafirma con las violencias cotidianas que se reproducen y retroalimentan, que se legitiman desde lo más -pretendidamente- inocuo, desde el chiste sexista o el porno que circula livianamente por WhatsApp en grupos de varones. Cada elemento del sistema, cada violencia en la intensidad que sea, sostiene el universo axiológico que habilita femicidios y violaciones, volviéndolas parte del paisaje terrorífico. Y reivindica que las calles continúan siendo de los varones cis. Por esto lo de ir por todo: la desarticulación urgente de las lógicas patriarcales exige la interpelación disruptiva, el desarme radical, la revolución sin precedentes de toda la estructura opresiva que todavía nos circunda.

 

Violación colectiva.

 

Las violaciones colectivas no son sino producto de la cotidianeidad machista que se desentiende hipócritamente de interpelaciones y tacha de feminazis exageradas a quienes denuncian cada partícula que violenta derechos humanos y propicia así las demás violencias. La violación colectiva, como toda expresión de violencia contra las mujeres, tiene sus bases en la cosificación de sus cuerpos, en la normalización de su sometimiento, uso y abuso. Esta cultura de la violación se retroalimenta, cotidianamente, con la socialización virtual de los cuerpos de mujeres en chats, con la promoción de esta hipersexualización de los cuerpos de mujeres dada por los medios de comunicación, con la comercialización de estos cuerpos que se califican, se exhiben y consumen con lógica de mercado, queriéndoles desproveerlos de humanidad para convencer sobre su aprovechamiento. Y es en la pornografía donde la cultura de la violación alcanza su máxima expresión, confirma Esther Pineda: la mujer es concebida como objeto de consumo para satisfacción del deseo masculino y, en los últimos años, los discursos y las representaciones pornográficas se han vuelto más violentas, invasivas, y sobre todo, colectivas. Sentadas las condiciones a partir de este andamiaje simbólico, las violaciones contra niñas, adolescentes y mujeres constituyen elemento consecuentemente propio, indisoluble, del sistema.

 

Disciplinar.

 

La violación reafirma la masculinidad bien aprendida a la vez que confirma que el espacio público pertenece a esos hijos cis del patriarcado. Alecciona mujeres para su disciplinamiento y castigo por su osadía de pretender la libertad masculina de circular por las calles. Demuestra a otros varones su pretensa virilidad, refuerza la hombría que requiere de demostraciones, de exhibiciones que certifiquen lo macho, la pertenencia a la masculinidad patriarcal que los protege. La violación no es entonces un crimen sexual, explica Rita Segato, sino un crimen expresivo, por un medio sexual.

 

Segato corrige además esto de llamarles "manada": porque los varones organizados que violan no son una manada, son seres humanos asociados en una fratría masculina. Una hermandad, una corporación que obedece servilmente al mandato de masculinidad patriarcal. De allí que la violación no se fundamente en el deseo sexual, ni es siquiera un acto sexual, desentraña Segato: "La violación es un acto de poder, de dominación, es un acto político. Un acto que se apropia, controla y reduce a la mujer a través de un apoderamiento de su intimidad".

 

Libres.

 

Las noticias escalofriantes de violaciones grupales exigen la labor introspectiva e incómoda, que nos transporta a revisar cada acto cotidiano cómplice de la violencia de género, para desarmar el andamiaje simbólico que la sustenta. Exigen también un ejercicio empático de ponerse en el lugar de las chicas violadas, como pide Luciana Peker en "Sexteame": "piensen en sus cuerpos. Sientan su miedo. Tiemblen como ellas. Corran en la ducha cada gota que escupe la brutalidad de la fuerza".

 

La lucha feminista debe continuar a pesar del dolor desesperante, porque la realidad confirma que el mundo es todavía más difícil, más peligroso, más injusto para quienes nos autopercibimos mujeres. Frente a la violencia brutal de las fratrias que se pavonea para la pertenencia patriarcal, que busca aleccionarnos y disciplinarnos los cuerpos, que intenta silenciar las denuncias y desalentarnos la militancia, en unidad sorora, con compañeros que entienden de ternura y de derechos, se alza la voz sin decoro, se sacude la pacatería impuesta y se marcha sin pedir permiso.

 

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

Radio Noticias 99.5 · 04 - 10 - 2022 VICTORIA
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