Domingo 14 de abril 2024

Elogio del asco

Redacción 09/01/2022 - 00.13.hs

Como en tantas otras cosas, Charles Darwin fue pionero en el estudio de ese sentimiento olvidado, el asco. En su obra "La expresión de las emociones en el hombre y los animales" (1872), cuenta la historia de su encuentro con un "salvaje desnudo" en Tierra del Fuego, lugar que visitó durante la famosa travesía del barco Beagle, de la cual surgió el material para la posterior elaboración de la Teoría de la Evolución. El bueno de Charles estaba comiendo un trozo de fiambre, cuando el paisano desnudo se le acercó y, tocando el pedazo de carne, hizo un gesto para demostrar su asco por la vianda que ingería el visitante. Darwin, por su parte, demostró su asco por el hecho de que un extraño hubiera tocado su comida con el dedo. Científico al fin, se preocupó por indagar en el origen de ambas reacciones. Supuso que el aborigen mostraba su disgusto por la suavidad de esa carne fría, pero no estaba tan seguro de por qué motivo él mismo había sentido asco, ya que las manos del extraño no parecían estar sucias. ¿Le había molestado porque estaba desnudo, o porque era un extranjero?

 

Seis.

 

Es llamativo que, de las que se consideran las seis emociones básicas (enojo, sorpresa, miedo, disfrute, tristeza y asco) esta última parece ser la menos estudiada. Ciertamente es la menos popular, y la que parece más difícil para lidiar con ella. Tuvieron que pasar varias décadas para que aparecieran dos estudios profundizando el tema, curiosamente obra de dos científicos húngaros -Aurel Kolnai (1929) y Andras Angyal (1941) que aparentemente no tuvieron contacto alguno entre sí.

 

A poco que se piense en el tema, en realidad, el asco es omnipresente. Tanto, que sin su existencia sería inconcebible una serie televisiva como "Seinfeld", muchos de cuyos capítulos se construyen a partir de la neurosis de sus protagonistas ante diferentes situaciones asquerosas. El pelo en la comida, la persona que se hurga la nariz, el chef que olvida lavarse las manos luego de ir al baño, el dueño de un perro que recoge el popó de su mascota en la calle... la lista es interminable.

 

La gran pregunta es: ¿por qué sentimos asco, y para qué nos sirve? Darwin, coherente con su teoría general, y observando la llamativa similitud en la gestualidad de humanos y animales (sobre todo, aves y mamíferos) llega a la conclusión de que el asco es un fruto de la evolución, que nos impide o aleja de posibles peligros vitales. Particularmente, en materia de comida dudosa, el asco nos previene de la posibilidad de una intoxicación.

 

Sopa.

 

La explicación del naturalista inglés parece sólida, aunque no fuera muy popular en el siglo XIX. Pero él mismo se encargó de señalar que esa hipótesis no explica todas las situaciones particulares. Por ejemplo -escribió- ¿por qué nos da asco que un hombre se manche la barba con sopa, cuando no hay nada en la sopa que pueda provocarlo?

 

Era mucho pedirle que se anticipara a desarrollos psicológicos del siglo XX, como la cuestión de los significantes, esbozada por Freud y llevada al paroxismo por Lacan.

 

La verdad es que el asco es un factor importantísimo en la formación de nuestro comportamiento, nuestras relaciones, nuestra tecnología. Es la razón por la que usamos desodorante, vamos al baño en privado, o usamos cubiertos para comer. Y la violación a las normas contra el asco siempre provoca el mismo gesto, el ceño y la nariz fruncidos, el labio superior tenso, esos gestos que se asocian a los que se autoperciben como de clase alta. Lo que en el barrio se conoce como "cara de estar oliendo una flatulencia".

 

Clase.

 

Créalo o no el lector, existe una aparente relación entre el nivel de asco que puede experimentar una persona, y sus inclinaciones políticas. En resumidas cuentas, cuando más asco, más conservadora la persona. Esto es, al menos, lo que opina el principal estudioso de la cuestión en nuestros días, el norteamericano Paul Rozin, de quien esta semana se publicó una fabulosa entrevista escrita por Molly Young.

 

Rozin viene llevando adelante, hace décadas, experimentos tales como ofrecerles a los sujetos participantes beber un jugo de naranja en el que previamente sumergió una cucaracha, perfectamente disecada y esterilizada. Prácticamente nadie se atreve a probar esa bebida, salvo alguno que otro "macho alfa", según su definición.

 

Imposible no recordar aquí aquellas declaraciones del músico Fito Páez, cuando el PRO acababa de ganar por primera vez las elecciones en CABA, manifestando que "le daban asco" sus vecinos porteños. Teniendo en cuenta que de aquel episodio han pasado casi tres lustros, y el rosarino sigue viviendo allí, su capacidad de tolerancia a la repulsión ha de ser alta.

 

Un poco más atrás, en los años noventa, un juez de la Corte Suprema (Augusto Belluscio) dijo sentir "asco" por el proyecto de ampliación de los miembros de ese tribunal, de cinco a nueve, lo que percibía como un intento de politizar a la justicia. Por cierto, aquel proyecto finalmente se concretó, y Belluscio continuó atornillado a su sillón cortesano. Cuando un periodista (Horacio Verbitsky) lo calificó de "asqueroso", el ministro lo querelló por desacato, dando lugar a un tortuoso expediente judicial que terminó desestimado en la Comisión Internacional de Derechos Humanos.

 

Da la casualidad de que, en castellano, la palabra "asqueroso" es polisémica: designa tanto a aquel o aquello que provoca asco, como a la persona que experimenta esa sensación. En este sentido, somos todos asquerosos, al menos una vez por día. Como esta mañana cuando vimos ese pelo en el lavabo, o cuando esa cucaracha -tan familiar que ya hasta le hemos puesto nombre- nos saludó con sus simpáticas antenitas desde un rincón grasiento de la cocina.

 

PETRONIO

 

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