Martes 23 de abril 2024

La muerte de los derechos

Redacción 05/06/2022 - 00.13.hs

La noticia llega de Nueva Dehli, en la India, donde una pareja de sufridos padres, Sanjeev Ranjan Prasad y Sadhana Prasad, acaban de demandar a su hijo varón, quien al cabo de seis años de matrimonio, todavía no les ha dado un nieto. Le exigen seiscientos cincuenta mil dólares en concepto de daños y perjuicios. No están haciendo otra cosa que proteger una inversión: gastaron todos sus ahorros en el entrenamiento de ese muchacho como piloto de aviones en Estados Unidos, para no mencionar la lujosa boda en la que tiraron la casa por la ventana. Su abogado, Arvind Srivastava, lo puso en términos adecuados: "Me conduelo con ellos, porque también soy indio y entiendo su dolor. Esta es una cosa de padres indios".

 

Una cosa.

 

La mayoría de los matrimonios jóvenes en el mundo soportan presiones parecidas, pero esta es la primera vez, que se sepa, que son llevados a los tribunales por no cumplir su obligación de producir una descendencia. No es raro que haya ocurrido en la India, donde como en otras culturas asiáticas, el respeto a los padres y sus designios asume casi el rol de un culto. Y de hecho, en la India son los padres, hasta el día de hoy, quienes en la mayoría de los casos deciden con quién se casarán sus hijos.

 

Por aquí en Occidente (ponele que Argentina entra ahí) desde el arribo del psicoanálisis la cosa es un poco distinta. Participamos de la tradición judeo cristiana, y el "honrar padre y madre" está escrito en los mandamientos que bajó Moises de la montaña luego de hablar con Dios, que se le presentó en forma de un arbusto ardiente. Pero hace un tiempo que sospechamos que aquello fue producto de la pereza del prócer bíblico: era más fácil bajar la montaña con una piedra conteniendo diez mandatos de Dios, que subir esa misma montaña con una piedra donde estuvieran escritos el petitorio con los múltiples reclamos que aquel sufrido pueblo exiliado tenía para hacer a su creador.

 

Pero volviendo a Freud y sus muchachos, desde que apareció esta palabrita "trauma" que designa todo el daño inconmensurable que los padres hacemos a nuestros hijos, ya las exigencias de respeto a nuestras voluntades han amainado un poco. Ya no quedan hijos como Maradona, que era hincha de Independiente pero se hizo de Boca para complacer a sus padres. Por aquí, entre nosotros, es mucho más probable que aparezca un hijo demandando a sus padres por mala praxis. Y más de uno se lo tendrá merecido.

 

Perjuicios.

 

Lo que no se sabe muy bien es cómo funcionará la eventual sentencia, si es que algún juez les da la razón a los Prasad, cosa que está bastante dudosa. Si el hijo insiste en que su vida en los aires le impide poner los pies en tierra y traer hijos al mundo, deberá pagarle a sus padres dos tercios de millón de dólares para que éstos se consuelen.

 

¿Cómo podrá esa cifra reemplazar el amor de un nieto? No está muy claro. Esta semana, en EEUU, unos médicos lograron fabricar una oreja humana con una impresora 3D a la que alimentaron con material genético de la paciente a la que luego implantaron el pabellón auditivo resultante. A lo mejor inventan una impresora de ésas, que pueda escupir nietos a pedido, para consolar a los abuelos frustrados.

 

El problema es si el muchacho entra en razones (en este caso, tiene seiscientas cincuenta mil razones para hacerlo) y se decide a plantar su semilla y engendrar un Prasadito. Se libraría de pagar toda esa guita. Pero, con la misma lógica económica que le inculcaron sus padres, ¿no debería él entonces alquilarle al nieto? ¿y cómo se tasaría el tiempo que lo tengan para malcriarlo? ¿con uno de esos relojes de los ajedrecistas? ¿o mejor, con un taxímetro?

 

Derechos.

 

Hasta no hace mucho tiempo, estas cosas del amor, de la familia y de los vínculos, se consideraban sagradas, ajenas al vil metal.

 

Hoy ya no se esfuerzan por ocultar que la lógica del capitalismo es que todo se puede comprar y vender, siempre que se acuerde un precio. Ahí anda un diputado nacional promoviendo la venta de órganos humanos, porque eso sería una expresión de "libertad" (del que paga, claro está). Y un juez de la Corte Suprema se despachó en un simposio chileno, diciendo más o menos lo mismo: que los derechos existen sólo en la medida en que existan fondos para pagar su uso y goce. Que eso de "donde hay una necesidad, nace un derecho" es un dogma de la "fe populista".

 

Cabe preguntarse qué hace en la Corte Suprema un juez que sólo está dispuesto a conceder a los ciudadanos los amplios derechos que les garantizan la constitución y los tratados internacionales de derechos humanos, si alguien pone la tarasca. No sólo hay aquí una violación al juramento que debió hacer cuando asumió. Hay algo más profundo: un abogado que no está dipuesto a dar "la lucha por el derecho" (Kelsen dixit) más que un abogado es un mercader.

 

Cuanto más relacionemos los derechos con el dinero, más cerca estaremos de darles muerte, porque entonces los derechos sólo serán de los ricos. No por nada el apellido de este magistrado, Rosenkrantz, en alemán significa "corona mortuoria de rosas". Teniendo en cuenta el origen de su nombramiento, más bien debería llamarse "SchrillKlarin" (clarín estridente).

 

PETRONIO

 

' '

¿Querés recibir notificaciones de alertas?