Martes 23 de abril 2024

Los versos satánicos y el discurso del odio

Redacción 18/08/2022 - 08.05.hs

El episodio reaviva el debate sobre la libertad de expresión en momentos en que este concepto comienza a ser relativizado, incluso desde sectores progresistas, que advierten -no sin razón- que con este principio crucial para la democracia se justifica el discurso del odio.

 

JOSE ALBARRACIN

 

Casi 35 años después, una absurda sentencia de muerte decretada por el Ayatolá Jomeini, de Irán, estuvo a punto de ejecutarse el viernes pasado en el estado de Nueva York. La víctima -que fue apuñalado unas diez veces, y sobrevivió con graves secuelas- es el escritor indio Salman Rushdie. Su gran pecado, fue haber escrito una larga novela en clave de realismo mágico, que incluía algunos pasajes considerados blasfemos por los expertos en el Corán. Rushdie, un confeso admirador de Jorge Luis Borges -al que accedió en sus épocas de estudiante en Cambridge- vino así a conocer "el íntimo cuchillo en la garganta" del que hablaba el escritor argentino en su "Poema conjetural" y en sus sagas de cuchilleros.

 

Libro.

 

Quien esto escribe leyó en su momento "Los versos satánicos" -la novela prohibida- y releyó los párrafos pertinentes como preparación para la presente nota. Entonces como ahora, resulta muy dificultoso encontrar el motivo de tanta ofensa.

 

Una obra que comienza con sus protagonistas en caída libre sobre las costas británicas, luego de que su avión colapsara, y que al llegar al suelo no sólo sobreviven, sino que además han experimentado una mutación que los transforma en mitad hombres y mitad animales, claramente está proponiendo un universo de ficción.

 

Es en ese universo que aparece un personaje llamado Mahound, que existe sólo en los sueños de otro personaje llamado Gibreel, y cuyas peripecias recuerdan vagamente a la vida del profeta Mahoma, figura central del Islam. Seguramente en Occidente no comprendemos la sensibilidad religiosa de los mahometanos. Pero está claro que ellos tienen menos sensibilidad aún para con la literatura de ficción, un arte que nos acompaña desde la antigüedad, y que -al decir de los griegos- es un medio crucial para obtener la "catarsis".

 

Expresión.

 

Lo que debería estar en claro -y cuesta creer que sea necesario reafirmar aquí- es que por ofensivo que pueda resultar un texto, un conjunto de palabras, nunca es equiparable con, ni puede justificar, un ataque de violencia física. Eso vale tanto para la sutil ficción de Rushdie, como para los virulentos comics que publicara la revista francesa Charlie Hebdó, que en 2015 también sufrió un ataque de cuchilleros musulmanes, que concluyó con la muerte de doce miembros de su personal.

 

Créase o no, en 1989 el ex presidente Jimmy Carter publicó un editorial en el New York Times en el que calificaba como "un insulto" a "Los versos satánicos", asegurando que allí se "vilipendiaba" al profeta Mahoma. Más increíble aún, el excelente escritor inglés John Berger llegó a sugerir la conveniencia de que Rushdie retirara su libro de circulación (el propio autor ensayó, en su momento, una suerte de disculpa, que por lo visto de nada sirvió).

 

Por la misma época otro personaje del mundo artístico, el cantante británico (de origen griego) Cat Stevens, quien desde su conversión al Islam gira bajo el nombre de Yusuf Islam, apoyó la necesidad de asesinar a Rushdie, ya que en el Corán la blasfemia es considerada un crimen capital. Cuando le preguntaron si él mismo ejecutaría esa condena, respondió: "Uh, no, no necesariamente, a menos que estuviera en un estado islámico y así me lo ordenara un juez o por la autoridad, en ese caso, quizás lo haría".

 

Odio.

 

Salman Rushdie debió vivir escondido, y bajo severa vigilancia, durante años. Muchos de sus traductores y editores a lo largo del mundo sufrieron ataques, algunos de ellos fatales. La "fatwa" (tal el nombre de su condena) seguía vigente, aún cuando el gobierno iraní en algún momento manifestó que ya no impulsaría su cumplimiento. Pero aquella semilla de odio, plantada más de tres décadas atrás, terminó germinando en Hadi Matar, un joven de New Jersey, de 24 años, autor del atentado del viernes pasado.

 

El episodio reaviva el debate sobre la libertad de expresión en momentos en que este concepto comienza a ser relativizado, incluso desde sectores progresistas, que advierten -no sin razón- que este principio crucial para la democracia está siendo utilizado con frecuencia para justificar el discurso del odio que se propone desde la derecha.

 

En momentos en que el debate político se viene deteriorando, en que las identidades parecen más importantes que la búsqueda de la verdad, y en que crecen las sobreactuaciones de quienes se dicen ofendidos o vulnerados por cualquier motivo, no estaría mal volver a lo verdaderamente valioso de nuestras viejas constituciones decimonónicas, que pusieron a la libre expresión en un lugar de verdadero privilegio.

 

Ciertamente, la llamada "cultura de la cancelación" con la que se busca castigar a algunas figuras prominentes, a veces con bases morales atendibles, debería ser revisada a la luz de los hechos del viernes pasado.

 

Pero mucho más aún deberían ponerse en crisis los discursos del odio que, en nuestro país como en el mundo, se han vuelto un lugar común en los medios y en el discurso político -sobre todo, desde la derecha- y está procurando estigmatizar a personas y movimientos políticos, religiosos y étnicos. Sepan sus promotores que estas palabras ponzoñosas de hoy, serán los asesinatos de mañana. Háganse cargo.

 

FOTO: BBC.

 

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