Lunes 15 de abril 2024

Machismos cotidianos

Redacción 14/12/2021 - 08.07.hs

La violencia simbólica es aquella que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales.

 

VICTORIA SANTESTEBAN*

 

La violencia contra las mujeres no se reduce a la más brutal y evidente, a los golpes, las violaciones y femicidios, sino que se extiende a toda conducta que perpetúa la desigualdad entre los géneros, que arroja a la subordinación y opresión, que reproduce demás violencias y legitima el universo simbólico que las sustenta. La ley 26.485 de Protección Integral hacia las Mujeres reconoce esta diversificación de la violencia machista por lo que enuncia en sus Arts. 5 y 6 los distintos tipos (violencia física, sexual, psicológica, económica y simbólica contra las mujeres) y modalidades (doméstica, laboral, institucional, pública y política, mediática, política, obstétrica y contra la libertad reproductiva) en las que pueden manifestarse.

 

El reconocimiento de tamaña lista de violencias de género se erige como paso legal de identificación para exhortar a su prevención, erradicación y sanción. La nómina de las violencias devenía necesaria, sobre todo para aquellas más sutiles, que a fuerza de repetición habían convencido para instalarse como "naturales", como un "deber ser" que a base de artilugios biologisistas perpetuó como instintivos los compartimentos estancos de la fuerza celeste, racional y bestial contra la debilidad rosa, pasional y delicada.

 

En este sentido, la imperceptibilidad de la violencia simbólica despliega su veneno machista y vuelve compleja la lucha por erradicarla cuando no sólo no logra identificársela como violencia, sino que se subestima su poder y se tacha de exageradas a quienes la denuncian.

 

Simbólica. La violencia simbólica es aquella que a través de patrones estereotipados, mensajes, valores, íconos o signos transmite y reproduce dominación, desigualdad y discriminación en las relaciones sociales, naturalizando la subordinación de la mujer en la sociedad. El machismo cultural enquistadísimo todavía en la estructura simbólica del mundo, sin reconocer fronteras, idiomas ni religiones, hace que la lucha para la eliminación de las violencias sea desafío de deconstrucción total, que desmantele los valores que históricamente sustentaron el patriarcado.

 

La disrupción es especialmente trabajosa cuando se enfrenta con todo un andamiaje todavía validado, aggiornado y hasta camuflado detrás de consignas presuntamente feministas. De hecho es esta imperceptibilidad de la violencia simbólica el gran triunfo patriarcal de legitimación y sostenimiento de las demás violencias.

 

Micromachismos. La violencia simbólica -también la psicológica- se diseminan entre otros, a partir de lo que el psicólogo argentino Luis Bonino denominó en 1991 "micromachismos", es decir, aquellas violencias "pequeñas", casi imperceptibles por su grado de naturalización, que por esto mismo son banalizadas hasta considerarse inofensivas. Desde ese momento, Bonino advertía sobre el ejercicio cotidiano de poder de parte de los varones a partir del despliegue -consciente o no- de una multiplicidad de compartimientos de control y dominio de "baja intensidad" que impacta en la autonomía e integridad psicológica de las mujeres. "Mansplaining" (varones explicando cosas), "manterrupting" (varones interrumpiendo mujeres), "bropiating" (varones apropiándose de ideas de mujeres), "gaslighting" (varones distorsionando hechos y dichos para descalificar mujeres) son algunos de los neologismos sajones que refieren a las conductas sexistas a nivel micro.

 

Los varones nos explican cosas, de manera paternalista y condescendiente, todo el tiempo y desde tiempos inmemoriales, no por una deficiencia de conocimiento y entendimiento femeninos, sino por el afán de explicarlo todo para reforzar el ego que nos enseñaron a no herir, porque encima esos varones no están habilitados para andar llorando por los rincones con el ego hecho añicos. Todavía resuena aquello de dejarlos que nos expliquen cosas y que ganen hasta a la bolita, así están de buen humor. Hacernos las tontas fue también conducta aprendida para avalar la estructura axiológica que dictaba que la inteligencia es masculina. Los varones además se apropian de nuestras ideas hasta patentarlas, a la vez que interrumpen cuando hablamos, desvalorizando y silenciando voces. Distorsionan hechos, acciones, palabras echando luces de gas (gaslighting) para hacernos dudar de nuestra cordura con los "estás exagerando", "nunca dije eso" y "estás loca". Cada advertencia sobre la violencia que encarnan estos discursos y comportamientos es tachada de exageración feminista a la que todo molesta, a la que nada le viene bien.

 

Revolución. La sofisticación de la ingeniería patriarcal, ya tan aceitada por los siglos de repetición, hace que salgan automáticos los comportamientos misóginos y sus reacciones frente a las denuncias. También a fuerza de repetición se contrarrestan los micromachismos, con contestaciones desarticulantes que achacan en la urgencia de abandonar definitivamente el ensañamiento contra las mujeres.

 

En esta tarea de agudizar sentidos para identificar las violencias, a través de las lentes de género se ve nítida la opresión de antaño en chistes, discursos y conductas. En este abrir de ojos, la interpelación a cada acción cotidiana deviene en militancia agotadora pero que promete un futuro menos injusto. En un mundo todavía patriarcal, repleto de adeptos y adeptas a disposición, tan funcionales a la reproducción de las violencias, no dejar pasar inadvertidas aquellas que antes se colaron hasta naturalizarse, es acto revolucionario.

 

*Abogada, Magíster en Derechos Humanos y Libertades Civiles

 

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