Lunes 22 de abril 2024

Según pasan los años...

Redacción 09/10/2022 - 09.34.hs
(Foto: La Voz del Interior)

Cuando Isabel II de Inglaterra asumió el trono hace setenta años, dando comienzo a lo que sería el reinado más largo de la historia de ese país, su primera obligación constitucional relevante, la reunión semanal con el primer ministro, la tuvo con un señor llamado Winston Churchill. Este caballero conservador, ya en el ocaso de su carrera política, venía de conducir los esfuerzos nacionales en la II Guerra Mundial. Y, lo que no es menos, venía de sentarse en un par de cónclaves -sobre todo, el de Yalta- junto a otros dos caballeros llamados Stalin y Roosevelt, con quienes definieron la arquitectura del mundo de la posguerra, que sería el que Isabel conocería a lo largo de sus siete décadas como monarca. Ese mundo hoy se está resquebrajando, pero eso es otra historia.

 

Liz.

 

No es por trazar paralelos, pero a su sucesor desde hace un mes, Carlos III, le tocó sentarse en su primera reunión semanal con un primer ministro (ministra, en realidad) bien diferente. No por su ideología política de base, sino por su notoria falta de experiencia, su impericia, y su falta de conexión con la realidad. La también conservadora Liz Truss, paradójicamente, se las arregló en poco más de una semana para -lejos de "conservar" nada- hacer volar por los aires la economía británica, haciendo caer estrepitosamente las tasas de interés, el valor de la libra esterlina, y el de los bonos de la deuda pública.

 

¿Cómo se las ingenió la sucesora del ya infumable Boris Johnson para causar tanto daño en tan poco tiempo? Si nos atenemos a la definición que ya es marca registrada del premio nobel en Economía Paul Krugman, su problema fue comprar una doctrina económica "zombie": esto es, la idea de que bajándole los impuestos a los ricos se favorece el crecimiento económico.

 

Lo de "zombie" viene a cuento porque, al parecer, en ese campo científico suele ocurrir que algunas ideas, pese a estar muertas y enterradas hace años, por haber sido probadas reiteradamente en la práctica, y fracasado estrepitosamente, nunca falta quien las saca de la tumba, malolientes y deformes, para seguir provocando daño -y, no seamos ingenuos- para favorecer a los grupos económicos concentrados.

 

Derrame.

 

Esa idea "zombie" la sufrimos en el discurso económico diario de Argentina, aunque aquí se le ha puesto el nombre de "teoría del derrame", y supuestamente forman parte de un menú "liberal". Se supone que cuando los ricos tienen los bolsillos rellenos de plata, y están a punto de reventar, se produce una caída en cuentagotas de alguna que otra moneda, un poco como esas migajas y huesos que los perros logran rescatar cuando caen de la mesa tras un opíparo asado.

 

Krugman se ha encargado de publicar docenas de gráficos económicos que demuestran hasta el hartazgo que esas políticas -la biblia de la "revolución conservadora" de Reagan y Thatcher en los años '80- en realidad lo que hacen es frenar el crecimiento económico. Se ve claramente cuando se comparan los años de Reagan con los de Clinton, el presidente demócrata que dominó durante la década siguiente, y produjo un notorio crecimiento en la economía aplicando precisamente la política contraria: un régimen impositivo progresivo. ¿Por qué les parece que le ganó la presidencia a Bush padre, con el slogan "es la economía, estúpido"?

 

Truss se confiesa una admiradora de Thatcher, y ese sería el motivo por el cual dispuso -sin molestarse en articular un presupuesto coherente al respecto- quitarle impuestos a los ricos, justo en momentos en que su país atraviesa la crisis económica más profunda en décadas. Una crisis que, para colmo, resulta multicausal: está la reciente crisis energética derivada de la guerra en Ucrania, pero también están los coletazos de la pandemia, y además, la muy británica crisis derivada del "Brexit", que privó al país de los beneficios de pertenecer a Europa. Hay una relación directa entre los trabajadores europeos que abandonaron el Reino Unido, corridos por la hostilidad y la malaria, y el desabastecimiento y el encarecimiento de los productos de la canasta básica que hoy padece la población.

 

Secta.

 

La resistencia a la aplicación de este plan thatcheriano no provino tanto de los gremios o la oposición "populista": fueron los propios actores del mercado los que, con su obvia desconfianza por este suicidio fiscal en tiempos de crisis, provocaron con sus decisiones económicas que el nuevo gobierno abandonara su plan económico apenas diez días después de anunciado, como quien dice, reculando en chancletas.

 

En los papers que circulaban en la City londinense se llegó a comparar a Truss y su ministro Kwasi Kwarteng con los integrantes de alguna secta de esas que anuncian el fin del mundo y terminan proponiendo el suicidio en masa. Esa imagen no suele ser muy buena para provocar confianza en los inversores. Y la estampida de las tasas de interés no fue producto de la resistencia a una política de gastos excesiva, sino a un irresponsable recorte de impuestos, cercano a los 150 mil millones de libras. Que por supuesto no beneficia a los británicos de a pie: a esos lo que les espera son tarifas de energía impagables, desabastecimiento y hambre.

 

Uno hasta pagaría para ser "una mosca en la pared" -como dicen allá- y haber presenciado esas primeras reuniones del anciano rey Carlos con su inexperta primera ministra. ¿Cómo habrá hecho para morderse la lengua y no opinar nada, como le impone la constitución nacional, con lo mucho que le gusta meter la cuchara?

 

No hay que olvidarse que lo poco que se ha visto de él desde que asumió no indica tampoco un alto nivel de competencia. Se lo vio ante las cámaras, cuando lo convocaron a firmar algún papel oficial, pidiendo airadamente que le limpien primero el escritorio, para luego enchastrarse él mismo con la tinta de la lapicera. Otra foto lo muestra con el saco mal abotonado, casi como el de un payaso, en una imagen que no deja de despertar ternura, bien vista, si se considera que es un huerfanito reciente.

 

Ahora le toca lidiar con un gobierno notoriamente incompetente. Pero quien sabe, si hay alguna ley cósmica de las compensaciones, acaso está recibiendo lo que se merece.

 

PETRONIO

 

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