Viernes 19 de abril 2024

Una cuestión geopolítica

Redacción 13/08/2022 - 00.12.hs

Decir que el litio asoma como el componente mineral del futuro no parece ninguna novedad. Su cada vez más alta cotización en el mercado internacional es la mejor evidencia de su enorme importancia en la composición de baterías potentes y durables, elementos que apuntan, a su vez, como esenciales a un futuro de vehículos eléctricos, que se van haciendo imprescindibles en un mundo que no parece detener su contaminación contributiva, a su vez, con el cambio climático.

 

Tampoco es novedad el decir que los yacimientos más grandes del mundo de ese mineral está contenido en los grandes salares de las punas del cono sur sudamericano: Argentina, Bolivia y Chile.

 

Hasta no hace mucho tiempo en las grandes líneas de funcionamiento político y económico de nuestro país había planes para dejar de lado la tan habitual exportación para que los países técnicamente desarrollados le dieran valor agregado a través de sus industrias y construir establecimientos refinadores y fabriles dentro de nuestro territorio. Y más todavía: se llegó a hablar de una suerte de alianza con Bolivia para trabajar en común sobre esa posibilidad. Chile, muy influido por los capitales foráneos, todavía no tenía una opinión al respecto.

 

Pero como ocurre siempre con los materiales estratégicos o altamente rentables (que son prácticamente lo mismo en definitiva) el tema se ha trasformado ya en una cuestión geopolítica. Por un lado están los occidentales, principalmente los Estados Unidos, tradicional extractor de materias en América Latina y urgido por la competencia japonesa y francesa en la materia; por el otro China, el mayor fabricante de baterías de litio en el mundo y con una creciente presencia en el subcontinente. Sin ir más lejos, militares estadounidenses de alta graduación (habituales voceros del Departamento de Estado norteamericano) han declarado sin ambages su interés por el "Triángulo del litio" de la región.

 

Ante semejante panorama, parecería que la Argentina, en lugar de la creación de una industria propia al amparo de esa competencia, una vez más está dispuesta a dejar puertas abiertas al capital extranjero de carácter meramente extractivo y exportador, que si redunda en buenos precios en tal condición los multiplicaría con el valor agregado del refinado y la fábrica de elementos que lo utilicen en sus propios países, caso de las ya sabidas baterías que reclama el futuro.

 

Por de pronto, poco y nada se oye actualmente de las plantas refinadoras del material salino que contiene el litio, de las que se hablaba un par de años atrás; tenían participación extranjera pero las decisiones económicas de base corrían por cuenta del socio argentino que, además, obraría como vigilante de la actividad que generaría en los ámbitos ambiental y social. Ese posible y necesario papel del Estado no lleva miras de concretarse hasta el momento, pero sí se advierten movidas en los ámbitos provinciales que sugieren apoyo a los capitales destinados a extracción primaria. Al respecto, son ilustrativas las multas por subfacturaciones que aplicara la Administración Federal de Ingresos Públicos.

 

Por encima de todas las consideraciones de orden político que se barajan en el tema -negocio en definitiva-hay un argumento irrefutable: en el mercado internacional el precio de poco más de 2.000 toneladas de litio refinado orilla o supera la deuda externa argentina.

 

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