Lunes 06 de mayo 2024

La vida lejos de casa

Redacción 09/04/2014 - 04.29.hs
Llegaron desde Tierra del Fuego, Junín de los Andes o Sierra Colorada para estudiar en la universidad y se adaptaron -entre el desarraigo y las responsabilidades- a la ciudad y a vivir solos.

"Tampoco da para salir mucho porque vivimos secos", dijo Victoria y las carcajadas se escucharon de inmediato. Como sucede en cualquier época y en cualquier ciudad, la vida de estudiante universitario abunda en pilas de apuntes, libros y fotocopias, mates lavados, horas sin dormir y billeteras flacas. También en nuevas responsabilidades y compromisos, sobre todo para aquellos que dejaron el nido familiar y emigraron a cientos de kilómetros.
"Es difícil aprender a manejarse solo, son un montón de cosas que uno tiene que resolver sin que esté tu mamá o tu familia, y al mismo tiempo estudiar una carrera universitaria. A veces es duro pero también tiene sus cosas muy positivas", describió Matías (25 años), que llegó a la Universidad Nacional de La Pampa (UNLPam) desde Junín de los Andes -en Neuquén- para cursar la licenciatura en Administración de Negocios Agropecuarios.
La misma carrera eligió Victoria (27), que viajó 2.300 kilómetros para instalarse en Santa Rosa porque su casa está en Río Grande, en el extremo sur del país y del continente: Tierra del Fuego.
"Allá no tenía demasiadas opciones para estudiar, solo Turismo o cuestiones vinculadas al petróleo o a las islas. La mayoría de los chicos y chicas que termina el secundario se va a Buenos Aires, La Plata o Córdoba. Yo en un principio elegí Bahía Blanca y después, en 2010, me vine a Santa Rosa porque la carrera de Agronomía es muy completa. Y la ciudad me encanta, es muy cómoda. Si venís del campo es como un pueblo grande, te acostumbrás enseguida", valoró.
Marcos (24) es de una pequeña localidad rionegrina, Sierra Colorada, y tampoco se arrepiente de la elección, lo mismo que Evelyn (23), de Carlos Casares (Buenos Aires) o las "locales" Julieta (20), de 25 de Mayo, Cintia (19) de General Pico y Fernanda (20), de Parera.
"Es una ciudad chica pero hay de todo, y en la universidad el trato es muy bueno, uno tiene acceso a los profesores y en general te ayudan y te orientan. Yo espero recibirme y volver a mi pueblo porque uno siente que allá te necesitan. Somos pocos y me tira retornar a mi lugar y poder dar una mano a los que se quedaron", admitió Marcos, que hoy vive a 750 kilómetros de Sierra Colorada, una localidad de 2.500 habitantes.
¿Cómo se adaptaron a vivir solos?
"Es todo un tema; hay que organizarse, porque tenés los horarios para cursar, volver y prepararte de comer, y después estudiar. También hay que hacer las compras, lavar o pagar cuentas. Son un montón de cosas que de golpe dependen solo de vos", afirmó Evelyn, que estudia Ciencias Económicas.
"Y además hay que limpiar, lavar la ropa, porque por ahí te das cuenta que no tenés qué ponerte porque está todo sucio o arrugado. Y cuesta agarrar la plancha, pero no queda otra", se sinceró Victoria.
"Y si no lo hacés vos no lo hace nadie", añadió Evelyn.
"Yo en lo que extraño horrores a mi mamá es en la comida", completó Fernanda, y no hubo nadie que estuviera en desacuerdo.
La vida lejos de la familia implica muchas más responsabilidades pero también ese tesoro tan preciado por cualquier joven de cualquier lugar del mundo: la libertad.
"Está bueno no tener que explicarle a nadie adonde vas o qué hacés, pero en mi caso me gusta la vida tranquila. Los fines de semana da para ir a alguna peña, juntarse a tocar la guitarra, y también está bueno cuando se organiza el baile de Agronomía", contó Matías, que tiene una beca económica del Bicentenario y vive en un departamento de la residencia universitaria de la UNLPam.
"En nuestro caso estamos mucho tiempo en el predio de Agronomía, nos encanta estar en el campo y en ese ambiente. Obvio que es lindo salir a la noche, pero tampoco da mucho para ir a un boliche porque es un presupuesto. Los sábados te juntás a comer un asado o a jugar al truco toda la noche; entre los universitarios se forman grupos re lindos", añadió Victoria.
Los que llegaron desde distancias muy largas sufren el desarraigo de manera más intensa. Y también tienen planes distintos para el día después de rendir el último final. Matías, al igual, que Marcos, tiene pensado pegar la vuelta.
"Lo que más cuesta es estar lejos, y los fines de semana largos se complica porque si viajás te la pasás más tiempo en el colectivo que en tu casa, por eso uno se programa para irse solamente en las vacaciones de invierno y de verano. Santa Rosa me gusta, pero la idea es volverme", indicó Matías, quien debe recorrer unos 950 kilómetros para llegar a Junín de Los Andes.
Victoria, que combina el estudio con horas de trabajo, tiene otros planes. "El desarraigo se siente bastante. Cuando te vas dos meses en el verano, después cuesta mucho volver. Pero en mi caso veo complicado retornar a Tierra del Fuego porque allá hay estancias muy grandes, con administradores de hace muchos años y la mayoría dedicadas a la producción vinculada a las ovejas. Es muy limitado el radio de acción, en cambio acá, en el campo, hay muchas más opciones", analizó.
Con poca plata, camisas arrugadas, y comida no tan rica como la de mamá, la etapa de estudiante tiene un encanto único. Y como aseguran los nuevos "pampeanos", se disfruta, aunque sea lejos de casa.

 


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